Estados Unidos suma en Siria otra dura derrota militar – Por Adrián Fernández
20 diciembre, 2018
category: FORO DEBATE
Cuando Donald Trump asumió la presidencia de Estados Unidos, hace dos años, la derrota militar de Estados Unidos en Siria ya era un hecho. Sólo le tocaba entonces hacerla lo más digna posible a los ojos de sus militares y ver la forma de salir sin abandonar sus objetivos de conquista, derrocar a Bachar al Asad y colocar un gobernante afín a sus intereses.
Una de las razones que explicaban la derrota ya en aquel entonces es, como la historia se encargó de demostrar, la decisión de Rusia de entrar en la guerra con equipos militares de muy alta tecnología para apoyar a las tropas de al Asad, barrer a los grupos extremistas y frenar las intenciones imperialistas. Eso ocurrió en septiembre de 2015, unos 14 meses antes de las elecciones que Trump ganó en Estados Unidos.
Ya durante la campaña electoral, Trump renegaba de la guerra en Siria, no por padecer un brote pacifista sino porque –desde la óptica de la extrema derecha- la guerra estaba perdida y el asunto se hubiese resuelto de manera “más sencilla” con una invasión militar a la vieja usanza: quebrar la resistencia por aire y por mar y allanar el camino por tierra.
Pero su antecesor, Barack Obama (2009-2017), siempre rechazó esa opción. Sabiendo que la tierra estaba aún caliente por la catastrófica derrota militar en Irak, se valió de la llamada Primavera Árabe en 2011 e inauguró un nuevo formato de guerra imperialista: fomentar conflictos internos, financiar opositores, usar milicias de mercenarios entrenadas en países vecinos y penetrar por las fronteras aliadas (al margen: cualquier similitud con el escenario que busca desarrollar en Venezuela no es coincidencia sino parte del mismo manual).
Dos años antes de dejar la presidencia, Obama y su canciller luego candidata Hillary Clinton ya no controlaban a los grupos “opositores” a al Asad que habían sido entrenados y financiados en Turquía, Arabia Saudita y otros países. Aquel “frente democrático” –definido por occidente como “rebeldes moderados” para diferenciarlos de los grupos extremistas- se había atomizado y fragmentado en grupos con fuerte presencia en el terreno, que hacían sus propios negocios y carecían de un mando unificado.
La historia dirá sin atenuantes que aquella pérdida de unidad de acción entre facciones (diagnosticada por los propios grupos aliados a Washington en 2013) fue la primera derrota militar de la nueva estrategia de Washington. Fue, además, el más claro ejemplo de que una cosa es conducir en el terreno un ejército disciplinado y otra muy distinta es hacerlo a la distancia con mercenarios cuyos intereses no siempre coinciden con el del invasor.
Pero la derrota de Washignton en Siria comenzó antes aún. Fue a mediados de 2013 cuando con el pretexto de las armas químicas en poder de al Asad, Obama estuvo a punto de invadir la república árabe, fogueado por aquella extrema derecha que lo acusaba de tibio.
Aquella ofensiva política y militar estadounidense coincidió con la cumbre del G20 en San Petesburgo, en septiembre de 2013. El presidente anfitrión, Vladimir Putin, alineó a la mayoría de los Gobiernos antimperialistas, acordó con al Asad la eliminación de armas químicas bajo supervisión internacional y dejó a Obama sin argumentos y en soledad.
Luego vendrían las revelaciones oficiales y extraoficiales según las cuales Estados Unidos esperaba que el Estado Islámico (Daesh), en Siria desde 2014, desarticulara a las tropas de al Asad para que más tarde los “rebeldes moderados” avanzaran sobre Damasco. Otro grave error, como tiempo después lo reconocerían funcionarios de Obama.
Apenas asumió, Trump convocó a una reunión de 50 cancilleres y delegaciones de casi 70 países aliados para tratar la situación Siria. La convocatoria buscó recuperar aquel rol perdido por Obama en “la lucha contra el terrorismo” pero no dejó grandes compromisos. Para ese momento, la alianza ruso-siria-iraní estaba dando sus frutos y al Asad reconquistaba el territorio. “Estados Unidos seguirá haciendo su parte, pero las circunstancias sobre el terreno requieren más de todos ustedes”, les dijo a sus aliados el entonces secretario de Estado de Estados Unidos, Rex Tillerson.
Unos meses más tarde sucedió otro hecho de relevancia en el terreno de combate. Fue durante la Cumbre del G20 de Hamburgo, en julio de 2017, cuando Trump y Putin tuvieron su primera reunión bilateral. Allí acordaron un alto el fuego en el sur de Siria, que no fue otra cosa que la decisión de Washington de negociar con la CIA para quitar definitivamente el apoyo a los “rebeldes moderados” que estaban empantanados al sur de Damasco sin chances de avanzar contra al Asad.
Aquel programa de la CIA comenzó en 2013 y fue una de las piezas centrales de la política de Obama para acabar con el gobierno sirio. “La única opción para alcanzar la paz en Siria es la caída de Bachar al Asad”, dijo hasta el cansancio Hillary Clinton.
Con el sur bajo control de la alianza de Rusia-Irán-Siria, la frontera con Líbano en manos de las aliadas milicias de Hezbollah, la lucha encarnizada en los alrededores de Damasco y el norte sobre el Mediterráneo bajo control de Rusia, sólo quedó entonces para Estados Unidos la franja norte de Siria paralela a la frontera con Turquía.
El río Éufrates dividía el territorio para rusos y sirios al oeste y Estados Unidos con sus circunstanciales aliados kurdos y el ambiguo rol de Turquía en el este tratando de expulsar a Daesh. Washington puso las bombas, los kurdos pusieron en cuerpo y los civiles sirios, los muertos.
Así fueron –y son- los meses finales de una “guerra imperialista moderna” que deja 500 mil muertos, 10 millones de desplazados o refugiados, devastación, terreno fragmentado y miles de millones de dólares de pérdidas.
El anuncio de Trump de este miércoles abre mil dudas, entre ellas el grado de cumplimiento de su promesa. Antes que el falso lamento del desamparo que profesan aliados como Israel y Arabia Saudita, el principal escollo para poner en marcha la nueva estrategia de Washington son las luchas internas dentro del poder imperialista.
La frase del canciller sucesor de Hillary Clinton, John Kerry, registrada extraoficialmente durante una reunión en ocasión de la la Asamblea General de la ONU en 2016, fue elocuente: no contábamos con que Rusia intervendría en la guerra.
Esta columna no busca resumir los más de siete años de la llamada «guerra el Siria» ni mucho menos argumentar un improbable fin de la lucha militar. Se trata, sí, de una serie de hechos debidamente registrados en las ediciones impresas de América XXI de los últimos años que, en perspectiva, permite reconstruir parte esencial de una derrota militar que hoy el imperio intenta disimular.
2 Comments
Hector Guerrero
Dic 21, 2018, 7:43 am
Me agradó este artículo
ameaxxi
Dic 21, 2018, 7:58 pm
Muchas gracias Héctor. Gracias por difundirlo. Saludos cordiales.