Hasta el último de los días - Por Adrián Fernández
García Linera es uno más entre los suyos en una América Latina que –como él dice- “cae, se levanta y avanza, cae, se levanta y avanza...
24 diciembre, 2019
category: FORO DEBATE
Buenos Aires por estos días ofrece una escenografía muy particular. Al calor de diciembre y la locura de las fiestas navideñas se le suman los ruidos del tránsito de todo el año, la multitud de cada día, las corridas contra reloj y las movilizaciones sociales que recuerdan una América Latina que parece en llamas. Viajar en la línea 132 que une los barrios de Retiro y Flores es una rutina tediosa. Los vehículos de esta línea de colectivos (los buses porteños) pasan muy seguidos y tienen aire acondicionado pero en las horas pico van colmados de pasajeros y su tránsito se vuelve monótono. La vida pasa lenta a bordo del 132. Con la tarjeta del boleto electrónico en la mano, Álvaro García Linera y su niña, suben y ya son parte del gentío.
Hace pocos días le escuché decir a un gran periodista argentino, exiliado en años de dictadura, que un asilado nunca olvida la mano de quien le salvó la vida. Los gestos, el brazo tendido y el abrigo devienen agradecimiento hasta el último de los días. García Linera sabe de esto porque los gobiernos de México y Argentina lo asilaron a él, a Evo Morales y a sus seres queridos más cercanos. Álvaro dice que las redes sociales y la tecnología trazan una enorme diferencia entre aquellos exilios de 1970 y los de estos tiempos, aunque la vida valiera lo mismo entonces que ahora.
El “hermano Álvaro”, como le dice Evo Morales, sube al 132. Sólo algunos pocos lo reconocen y muchos menos saben que el nuevo pasajero es uno de los intelectuales más distinguidos de América Latina. Desde joven, este cochabambino hizo suya la causa indígena y las luchas populares. Fue guerrillero indigenista en los años de 1980 y luego organizó políticamente a varias comunidades originarias. Fue docente universitario en la década siguiente y fue vicepresidente de Bolivia desde 2006 hasta el golpe de Estado del 10 de noviembre de 2019. Álvaro y su niña se pierden entre los pasajeros en el calor de Buenos Aires.
Más calor aún se siente bajo las calles de la ciudad. El Subte (el Metro porteño) concentra cientos de pasajeros por minuto en apenas un par de metros cuadrados. El interminable abrir y cerrar de puertas de cada vagón teje y desteje decenas de historias cotidianas. Sentado con su niña en brazos, García Linera tiene la mirada pensativa, distante. No es para preocuparse, el resto de los pasajeros está igual. Tal vez esté pensando cómo fue que sucedió… Tal vez recuerde teorías o ideas de algunos de los textos que escribió o citas de los cientos de libros que leyó en su vida. O del libro que le regalaron apenas llegó a Argentina o de los cuatro que tenía cuando dejó su país rumbo a México. Cuatro libros, un cepillo de dientes y un desodorante. Sólo eso llevó consigo hacia el exilio además de un trozo de tierra que prometió devolver cuando regrese.
¿Acaso el señor de camisa a cuadros con sus ojos cerrados sabe a quién tiene como compañero de viaje? ¿Sabrá que ese hombre de 57 años que lleva una niña en brazos estuvo detenido sin sentencia entre 1992 y 1997 y que él y su grupo, entre ellos su pareja en aquellos años, fueron torturados y vejados? Ambos pasajeros se entregan al ruidoso mundo subterráneo donde nadie conversa con nadie.
En Buenos Aires y sus alrededores reside una de las mayores comunidades de bolivianos en el exterior. Hace siete años, en la estación de trenes de Retiro, escuché que una señora le dijo a otra que estaba programando su regreso a Bolivia porque ahora con Evo y Álvaro todo estaba mejor, había trabajo y buena economía. Su interlocutora le respondió que llevaba demasiados años en Argentina y que a su familia le resultaría difícil regresar a su tierra.
García Linera se abre paso como muchos de sus compatriotas que toman ese mismo Subte o viajan en la 132. Nada es casual: en el barrio de Flores viven miles de bolivianos y a Retiro llegan en los trenes varios miles que residen en el Gran Buenos Aires y trabajan en la ciudad. Álvaro es uno más entre los suyos en una América Latina que –como él mismo dice- “cae, se levanta y avanza; cae, se levanta y avanza… Y así hasta el último de los días”.
(Crédito de las fotos: redes sociales)
Lectura complementaria:
Zapatos con polvo del que camina – Por Adrián Fernández
«Desde su perspectiva, detrás del atril y muy a la distancia, debe estar viendo un paisaje que no es el suyo».
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