Por Adrián Fernández
No habrá programa de Gobierno que triunfe si no es en un contexto de paz, dijo hasta el agotamiento Gustavo Petro en los largos meses de campaña electoral. Sin paz no habrá futuro, sintetizó. En sus primeros pasos, el presidente electo de Colombia va articulando un entramado político y social multicolor sin dejar lados flacos que permitan sospechar un cambio de matriz antes de asumir. Las y los variopintos dirigentes políticos de su entorno aún saborean el triunfo y felicitan cada paso que da el futuro jefe de Estado. Puede que para los ciudadanos de a pie se haga difícil digerir ciertos encuentros que, no obstante, encajan en lo que pregonó en la campaña electoral, sobre todo en la previa a la segunda vuelta.
La fotografía de la reunión de Petro con Rodolfo Hernández, el candidato de la extrema derecha derrotado en la segunda ronda electoral, es un hueso duro de roer. Pero nada impacta más que la otra fotografía de esta semana: Petro con Álvaro Uribe. Más allá del impacto visual y mediático, el presidente electo entiende que su punto de partida será la convivencia democrática aún (aunque no lo diga explícitamente) con quienes, como Uribe, lo hayan querido ver muerto en más de una oportunidad (cita literal, no metafórica).
“Ojalá el país pueda ver el escenario del dialogo de las diferencias. La conversación con el expresidente Uribe fue provechosa y respetuosa. Encontramos las diferencias y los puntos comunes. Siempre habrá un dialogo gobierno/oposición”, reseñó Petro esta semana. Sus reflexiones tras el encuentro con el máximo representante de la extrema derecha militarista son una invitación al pueblo colombiano a aceptar la etapa que se avecina. ¿Sumisión o fortaleza política? ¿Debilidad o convivencia democrática?
No hay momento de mayor concentración de poder de un dirigente político que el lapso en que va desde que gana una elección hasta que asume. Este principio reafirma que es éste y no otro el momento propicio para que Petro se muestre con sus adversarios que están más próximos a querer erradicarlo de la faz de la tierra. Si fuera por desear, hacemos votos para que el Uribe que se mostró como corderito luego de la reunión sea el que veremos a partir de ahora. Pero el poder no se disputa con deseos sino con datos concretos, con historia y con rumbos determinados. ¿Acaso alguien piensa que el amigo de los paramilitares haya moderado su universo político? ¿Acaso el corrupto y extremista Rodolfo Hernández se convierta ahora en un noble rival político que se adecuará a los nuevos tiempos políticos? Nadie lo piensa. Ni Petro, que los conoce muy bien y los padeció.
Con estos encuentros y otras decisiones políticas que va tomando en sus primeros días de electo (como la designación de un conservador al frente de la Cancillería), Petro viene a decirnos que, mientras tenga coraza y cintura, responderá con civismo y madurez al odio que fluye en la sangre de lo más rancio de la derecha colombiana y continental. Nadie tiene la verdad ni en este país ni en ningún otro escenario de América Latina y así como Petro propone madurez política y un “gobierno de amor”, otros quisieran acortar los caminos y tomar por el cuello a los delincuentes de ese talante. La incógnita sobre qué camino tomar lo da el escenario político regional y la respuesta lo dará el paso veloz del tiempo. Objetivamente, el lugar más acorde para Uribe es la cárcel (también para Hernández, quien entra en la etapa final de uno de los tantos procesos judiciales por corrupción). Pero ambos gozan de plenos derechos en libertad y son aves rapaces de la política de paladar negro.
Al margen pero no tanto, entre las reuniones con Hernández y Uribe, Petro recibió a los máximos responsables de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad en Colombia, encabezados por el sacerdote Francisco de Roux, quien pidió saber perdonar y no responder a la violencia con más violencia. Para el informe final, denominado Hay Futuro, si hay Verdad, se escucharon a más de 30.000 víctimas y victimarios en Colombia y en 27 países en los que están exiliados. El trabajo narra historias de las víctimas sobre la vulneración de sus derechos, los patrones de la victimización y donde se acoge el reconocimiento de los victimarios, condición imprescindible para comenzar un camino hacia la reconciliación.
Ni Uribe ni Hernández ni ningún otro extremista podrá decir que el hombre al que combatieron de mil formas exhibe revanchismo y odio. Ampliando la mirada, vaya como una incógnita: ¿acaso Petro está diciendo que responder con odio al odio creará las condiciones para un escenario violento donde la extrema derecha tiene armas, medios, el sistema financiero y sus ejércitos de mercenarios y paramilitares? Petro ensaya una forma de hacer política en tiempos donde la derecha hace de la antipolítica, del odio y de la estigmatización sus herramientas propicias para llegar al poder a como dé lugar. Ahora que el dirigente progresista ganó la elección, habría que decirlo: tragar saliva, respirar hondo y convivir con el enemigo (sin perderle pisada) es un desafío. Colombianas y colombianos merecen este intento por la paz. Al fin y al cabo, el mismísimo Hugo Chávez compartió dos cumbres presidenciales y varias conversaciones con Uribe, aun sabiendo que él estaba en la mira del paramilitarismo. Eso sí, cuando el enemigo ose golpear a las instituciones y comience a carcomer los cimientos -es innato al extremismo de derecha-, irremediablemente deberá ser aplastado en nombre de la legitimidad que da la voluntad popular.