Viaje por el Eje del Mal – Animándose a Irán, Parte I
Dos colaboradores de América XXI recorren Irán en pleno recrudecimiento de las provocaciones de Estados Unidos con amenazas militares y bloqueos económicos.
El fotoreportero Matías Quirno Costa y el profesor de Ciencias de la Educación Claudio D’Innocenzo llegan a Teherán para describir en primera persona la vida cotidiana de esta nación islámica con más de 80 millones de habitantes.
Pueblos, ciudades y desiertos retratados en textos, fotografías y videos que ambos profesionales argentinos deciden compartir con los lectores de América XXI.
Al aterrizar en Teherán afloran los sentires. Irán, país desconocido o más bien sólo conocido como parte del “Eje del Mal”, sutil reminiscencia en la conciencia colectiva de “Las potencias del Eje” de la Segunda Guerra Mundial, los malos.
De sólo pensar en visitar este país afloran los temores propios, enojosamente aceptados por saber que su origen son los grandes medios de comunicación occidentales. La guerra psicológica se instala y cuesta resignarse.
Sentir 1: País en guerra es lo primero que aparece. Y tras esa imagen, el temor a estar bajo bombardeo.
Sentir 2: Es una Dictadura religiosa y, en consecuencia, hay soldados por todos lados.
Sentir 3: Posibilidad de ser arrestado como consecuencia de los sentires anteriores.
Sentir 4: Es un desierto total, con calor mortal, arena y camellos.
Sentir 5: Es una locura venir a Irán.
Y sin embargo, algo me empujó a hacerlo. Contra todas las voces interiores y exteriores, debía. Más bien, me lo debía.
Retomo: aterrizar en Teherán es maravillosamente aterrador… Doy los primeros pasos en el aeropuerto, migraciones, trámite de visa, cambio… todo se desarrolla con tranquilidad, nadie me interroga (en la escala en Barcelona respondí preguntas triviales pero aquí ni eso). Mientras, busco alrededor mío hombres con turbantes y largas túnicas y mujeres de negro con su cara tapada… pero no. Ellas con un pañuelo sobre la cabeza, sí. Algunas completamente, otras sólo en forma parcial. Camisa o camisola larga. Ellos, pantalón (largo, no se puede usar cortos) camisa o remera. Temperatura templada, madrugada fresca… Pasa, por fin, alguien con turbante y túnica y alguna mujer de negro, cubierta la cabeza pero no su cara… Eso sí: al pasar por migraciones vamos por separado mujeres y varones. Tras los trámites de rigor, camino visa en mano (el temor de ser rechazado pasó al olvido) .
Me siento atravesado por lo que sé son manipulaciones y también me siento impotente para desarmarlas, no dejarlas entrar en mí, mucho más allá y más profundo que mis pensamientos en estas primeras horas en Teherán. Pareciera que las ideas y los prejuicios impuestos tienen vida propia y anulan las voluntades con un permanente lavado de cerebro. Y me digo cuán eficaces son… por algo logran sus objetivos con las mayorías del planeta.
Los soldados no estaban. Apenas me despertó sospechas un hombre de migraciones, de civil, quizás por su sonrisa y amabilidad en busca de conversación o quizás por aquellos sentires preexistentes en mí. Durate el viaje desde Buenos Aires nos enteramos de la escalada en las declaraciones de Donald Trump, las respuestas oficiales de Irán, las maniobras del portaaviones estadounidense… Informados por esos mismos medios que, aún sabiendo sus intereses, seguimos leyendo. Aquí no encontré nada que muestre preocupación entre los habitantes.
Ramón, nacido en Teherán y con algo de castellano tradujo así su nombre, nos recogió en su vehículo para llevarnos al hotel. Antes, pasó por un kiosco y nos convidó con golosinas.
La autopista camino del hotel decorada con luces de colores, mucho verde bien cuidado a los costados (¿de dónde sacarán el agua para mantenerlo así?) nos acerca a la ciudad. Ya dentro de ella, el tráfico se veía desquiciado, pero al andar comenzó a revelarme sus secretos: existe una lógica en ese manejo, diferente, pero interesante para quien sabe buscarla. Será para la próxima, el hotel está a la vista y debemos bajar.
Aprendiendo a cruzar la calle, se llama este andar en busca del Gran Bazar. Al observar el andar de autos, motos y bicicletas (que se presenta caótico) ya tengo una firme sospecha de la lógica del tráfico. Para asegurarme, me acerco a una mujer que está a punto de cruzar una ancha avenida. Del otro lado se divisa la vereda opuesta como una lejanía imposible de alcanzar, casi una utopía. Ella comienza a cruzar y no le pierdo la pisada. Los vehículos la esquivan, aminoran la velocidad o se detienen una fracción de tiempo, apenas lo suficiente. La segunda mitad de la avenida la cruzo ya favorecido por el semáforo mientras dejo pasar una moto que cruzó delante de mí. Miro triunfal a mis compañeros de viaje con la satisfacción de estar revelando un secreto: pasa el que va pasando, el resto lo esquiva. Ése es el secreto del manejo en Teherán, a pie, en bici, en moto o en auto. Y se mueven sin tocarse, aunque a veces pasen a milímetros uno del otro.
La población de la capital iraní se moviliza, trabaja y vive. Por lo que me cuentan, la policía controla vestida de civil. También me dicen que no hay robos, que es un lugar seguro. Al fondo, cercanas, se recortan contra el cielo montañas que mantienen nieve aún en estos días de avanzada primavera.
En las avenidas desembocan una gran cantidad de pequeñas calles, sin veredas; a mi mente llegan reminiscencias de las zonas céntricas en antiguas ciudades europeas. En el camino nos saludan al pasar. Llegamos al Gran Bazar, sin tomar buses ni metro.
El mercado que encontramos se extiende de una avenida hasta la siguiente. Si bien son muchos quienes ofrecen los productos, no se escuchas voces altas ni gritos, la invitación a mirar y comprar es básicamente gestual.
Los pequeños puestos tienen a la oferta todo tipo de cosas, desde relojes, ropa, vajilla, telas, gorras y sombreros, trajes de baño, productos electrónicos, frutas y verduras, especias… Semejante variedad nos encuentra a nosotros sin entender una palabra de farsi y a nuestra ocasional vendedora de inglés. Llama a un tercero y aunque todos estamos en las mismas condiciones, logramos entendernos… Los precios están escritos en farsi y los vendedores acuden al uso de viejas calculadoras para mostrarnos con la numeración que comprendemos. La amabilidad y las sonrisas ante nuestras caras de no entender nada generan un momento agradable, de encuentro entre culturas tan diferentes y que sin embargo logran contactarse y resolver la situación de alguna forma, incluyendo el regateo donde por supuesto nos sacan ventaja.
Me saco una foto con el vendedor, accede sonriendo. “Es raro este tipo” parece decir con su cara cuando saludo con la mano al alejarme. Todavía no encuentro en Irán señales de guerra.
Gentileza para América XXI: Textos: Claudio D’Innocenzo; Fotos: Matías Quirno Costa
1 Comment
Luis Alberto lopez
May 23, 2019, 8:34 pm
E….Tano…qué loco que estás…che boludo…gracias ..por acordarte…!!! Cuídate …un abrazo…