05 diciembre, 2016
category: EDICIONES IMPRESAS
Fidel y Trump
En el turbulento período histórico que está inaugurándose ahora mismo, Fidel Castro gravitará más sobre el hemisferio que Donald Trump.
Dos semanas antes de la muerte de Fidel, el viernes 11 de noviembre, la Redacción de América XXI decidió el concepto central para la edición de diciembre y definió el título de tapa: “América capitalista sin rumbo”. Resultado de un análisis que no comenzó el 8 de noviembre, el propósito era mostrar que la victoria de Trump exponía la incapacidad de la plutocracia estadounidense para sostener el sistema político tradicional. Y que la onda expansiva lanzaba a las burguesías de la región a un mar embravecido, sin brújula ni timonel. La nota de tapa firmada por Adrián Fernández (también escrita y editada antes del fallecimiento de Fidel) expone de modo sistemático hechos y declaraciones demostrativos de la desorientación de las clases dominantes en toda América. De modo que con la afirmación inicial de este texto no forzamos la realidad ni apelamos a un arbitrio de última hora, dictado por la muerte del comandante revolucionario. A quienes celebran su desaparición física o titulan con inocultable regocijo “Murió el último revolucionario”, así como a Trump, que tuiteó insultando al Comandante, les cabe la sentencia latina stultitia gaudium stult: el necio siente placer con sus sandeces.
Les durará poco el gozo. Trump no es factor de una crisis futura, sino resultante de un desorden añejo que el capital no logra resolver.
La derrota de Hillary Clinton revela que la crisis económica de 2008 y su violentos efectos sociales no fue revertida. Sobre todo demuestra que la cúpula dirigente de las clases dominantes carece de los instrumentos tradicionales para controlar el poder (partidos Republicano y Demócrata, sindicatos, grandes medios de prensa, iglesias), no controla como durante 200 años el curso del país y no tiene instrumentos para conducir establemente a las grandes mayorías. Todas aquellas instituciones han sido rechazadas por las masas y no volverán a ser lo que fueron.
Incontrovertibles, estos datos determinan el futuro de Estados Unidos e impactan en el resto del mundo. Un futuro ya presente.
Fractura en Estados Unidos
Cuando se rehagan del golpe, los desconcertados estrategas del Departamento de Estado deberían apresurarse a explicarle a Trump que su tuit contra Fidel ya le ha enajenado una porción considerable de la masa electoral que lo llevó a la Casa Blanca. Son millones los trabajadores, farmers (pequeños propietarios campesinos), jóvenes e intelectuales que tienen apego a la Revolución Cubana y a Fidel. Respeto y admiración consolidados por años. Buena parte de ellos votaron por Trump, duramente afectados por la crisis o dispuestos a rechazar los antecedentes criminales de Clinton. No la utilización oficial de un correo electrónico privado, sino el despedazamiento de Libia, la matanza en Siria, la creación de un monstruo ahistórico como Daesh. El empresario presidente no tiene soluciones para esa franja desesperada de la sociedad. Sólo puede ofrecerles puestos formales en ejércitos mercenarios o informales en grupos de choque para expulsar inmigrantes. No será suficiente. Por el contrario, multiplicará ciudadanos descontentos que buscarán caminos de salida y sólo podrán hallarlos fuera del sistema.
Con la misma inconsistencia con que ocho años atrás se cifraron esperanzas en los cambios progresistas que Barack Obama derramaría sobre el mundo, ahora se concluye que los rasgos personales del electo presidente de Estados Unidos cambiarán la faz del planeta, haciéndolo un lugar más hostil y peligroso.
Pero ya no hay espacio para riesgos mayores y Trump nada tiene que ver con eso. Un individuo puede tener peso determinante en un momento de la historia. Si acaso ése fuera el lugar que le toca a Donald Trump, no será por su características personales, tanto menos por sus ideas, sino porque la degradación en todos los órdenes de Estados Unidos –como centro del sistema capitalista mundial– ha llegado al punto de imprescindible transformación y se servirá de este personaje funambulesco para cumplir tareas imposibles para un Presidente con jerarquía intelectual y moral. Los riesgos de deriva fascista son obvios y hasta cierto punto inevitables. Justamente allí nace la necesidad histórica de una contraparte. La prensa capitalista oculta que son incontables los signos de que tampoco esa búsqueda es algo del futuro: minoritarias y en muchos casos marginales, existen fuerzas anticapitalistas esparcidas en todo el territorio estadounidense. Ahora tendrán la posibilidad de salir del aislamiento y, para ello, fatalmente habrán de buscar formas de frente único con Cuba, Venezuela y el Alba. “Las ideas quedarán”, dijo Fidel en su último discurso, en la clausura del VIIº Congreso del Partido Comunista, el pasado 19 de abril, cuando todos comprendieron que preanunciaba su partida. Esas ideas tienen carnadura. Y nombres simbólicos: Fidel Castro y Hugo Chávez, Cuba y Venezuela. Allí están los símbolos de una futura fuerza continental sin precedentes. En tanto, Trump bregará, como ya ha admitido, por llegar al menos al segundo año de su mandato.
Crisis, política y conciencia
Habituados a mentir y calumniar a la Revolución Cubana, los medios de prensa dieron a la muerte de Fidel una cobertura jamás vista. Un alud de hipocresía y medias verdades, para usufructuar y desviar el interés de cientos, acaso miles de millones de personas en todo el planeta.
¿Qué líder burgués, de éste o cualquier otro momento histórico, podría haber causado un impacto mundial siquiera lejanamente semejante al provocado por la muerte de Fidel Castro? Quienes desde la defensa del capitalismo guarden todavía un mínimo de inteligencia y decoro deberían buscar las causas objetivas del fenómeno.
No las hallarán en el socorrido concepto de carisma con el que explican aquello que les resulta inexplicable o, a menudo, comprenden pero no quieren difundir. Nadie podría desconocer el peso de la capacidad oratoria de hombres como Fidel o Chávez. Pero las masas del mundo no se imantaron a esas figuras por sus discursos, sino por las ideas que expresaban en memorables, magníficas exposiciones ante las masas y por la concreción de esas ideas. En el centro estaba el concepto de revolución, abolición del capitalismo, emancipación humana. Eso atraía a los explotados y humillados de cinco continentes. Y eso está allí, latente en miles de millones.
¿Por qué Fidel pudo soportar los ataques de 11 presidentes de la primera potencia mundial? ¿Por qué se equivocaron quienes desde 2013 y sobre todo en el último año vienen anunciando semana a semana la caída de Nicolás Maduro? Porque no comprenden la realidad social espantosa, insoportable, de las mayorías en el mundo capitalista. Y su capacidad para asimilar la idea de revolución, cuando un liderazgo consecuente y capaz la enarbola con lucidez y tenacidad.
Quedarán las ideas, dice Fidel. Y alguien pudiera interpretar que fue la expresión nostálgica de un hombre vencido y a punto de morir. Nada de eso. En el mismo discurso Fidel reafirmó su condición de comunista. Pocos como él sabían que “a una fuerza material sólo puede vencerla otra fuerza material”. Nutrido en la teoría marxista, sabía además que “cuando penetran en las masas, las ideas son una fuerza material”. Esa transformación es un hecho en buena parte del continente. En el resto, ni el más torpe de los analistas desconoce que las condiciones objetivas empujan a que las víctimas tomen conciencia.
El proyectado eje Washington-Buenos Aires para apoyar la contrarrevolución regional fue dinamitado por Trump. Sean cuales sean las tácticas del próximo gobierno sus efectos caerán con mayor rapidez y violencia de lo previsto sobre los pueblos al sur del Río Bravo, sin excluir a sus atemorizadas burguesías. El proyecto desarrollista del gobierno argentino está empantanado y el presidente Mauricio Macri acorralado. No es imposible que un último aliento permita postergar el definitivo fracaso de ese pujo tardío de una burguesía escuálida, vetusta y corrompida hasta lo indecible. Por lo mismo, no es descartable un relativo afianzamiento de la coalición Cambiemos frente a un peronismo pulverizado. Ni lo uno ni lo otro, si ocurriera, evitaría la realidad de un tercio de la población por debajo de la línea de pobreza y su inexorable marcha al combate de clases.
En Brasil el pronóstico es peor, en la medida en que las magnitudes en todos los planos son incomparablemente mayores y el usurpador Michel Temer no logra afirmar los pies en el Planalto. La segura evolución negativa de su gobierno recaerá con fuerza sobre Argentina y se extenderá a todos los gobiernos capitalistas de la región.
En ese cuadro se dará una formidable batalla ideológica y política. Basta mirar al representante imperial en esa contienda y compararlo con las figuras representantes de las ideas de emancipación, para medir la magnitud del choque en ciernes y tener confianza en el futuro. Las ideas del socialismo, encarnadas en la sociedad, prevalecerán frente a la ignorancia brutal del imperialismo.
27 de noviembre de 2016