"Todo lo que sucede es un logro de la calle" - Por Andrés Masotto
Desde Santiago, el reportero y comunicador argentino describe la rebelión popular chilena volcada a las urnas.
26 octubre, 2020
category: FORO DEBATE
Desde el monumento a Manuel Baquedano -el Julio Argentino Roca de Chile- que se erige en el centro de la ahora renombrada Plaza de la Dignidad, y que fue decorado con pintadas que denuncian a Piñera y a los pacos, vuelan fuegos artificiales, humo de bengalas y algunas bombas de estruendo. El jinete -que es el mismísimo Manuel- no cabalga solo: en su montura hay encapuchados que agitan banderas mapuche y chilenas y arengan a la multitud que ocupa toda la Alameda hasta el horizonte, donde apenas se llegan a divisar algunas sirenas.
Es noviembre de 2019. Todavía falta mucho para el plebiscito de octubre. Las sirenas que se ven a lo lejos son autos, camiones e hidrantes de Carabineros que, frente a la resistencia popular, tuvieron que retroceder y abandonar la Plaza. Los cientos de miles de personas que celebran con cada estruendo de fuegos de artificio sostienen ese estado de rebeldía permanente que se desató hace ya un mes.
El proceso que emergió de una evasión masiva de estudiantes -sobre todo mujeres- en el metro, escaló a niveles que ni los mismos chilenos imaginaron. Mientras miles de jóvenes saltaban los molinetes en señal de protesta por el aumento de treinta pesos del boleto, Clemente Pérez, ex presidente del metro, sentenció: “Cabros, esto no prendió”. Dos días después, la torre de ENEL ardió en llamas como una antorcha, como si marcara formalmente el inicio de lo que más tarde se conoció como “el despertar de Chile”. Y también fue una respuesta a Clemente: sí prendió.
Sebastián Piñera no supo -o no quiso saber- interpretar el descontento generalizado. Su respuesta fue, textualmente, declararle la guerra a su propio país. “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nada ni a nadie”, dijo. Y una guerra se combate con el Ejército: entonces Piñera puso al Ejército en la calle. El enemigo poderoso estaba armado con cacerolas; el Ejército tenía armas de guerra.
La primera advertencia que escuché incluso antes de poner un pie en Chile fue “cuidado con los ojos, porque los pacos tiran a la cara”. Caminando por las calles de Santiago, grafittis advertían “vivir en Chile cuesta un ojo de la cara”. La presión que ejerce el Estado-empresa sobre sus ciudadanos es tan grande, la represión desatada fue tan salvaje, que a varios la vida en Chile le costó ambos ojos.
Carabineros, sus Fuerzas Especiales, la Policía de Investigaciones y los militares dispararon más de dos millones de municiones contra ciudadanos chilenos. Muchas fueron apuntadas a los ojos y mutilaron la vista de muchos manifestantes. Gustavo Gatica, quizás el caso más emblemático de esta costumbre de disparar a los ojos, quedó completamente ciego luego de recibir impactos de perdigones. Mientras sus ojos sangraban, un grupo de la Garra Blanca (la hinchada del Colo Colo), tuvo que pelear mano a mano con Carabineros para poder sacar a Gustavo del lugar y llevarlo a un hospital.
Mientras los fuegos artificiales iluminan la caída del sol en Plaza de la Dignidad, un capucha convida un trago de chela mientras, entre lágrimas, vocifera que todo lo que está sucediendo es un logro de la calle y es a pesar de La Moneda. La Moneda, para él y para muchos chilenos, no es solo Piñera: La Moneda es toda la casta política, históricamente deslegitimada y más aún durante todo este proceso.
El resultado del plebiscito celebrado ayer lo confirma: más allá del resultado arrasador de la opción Apruebo (78,27% de los votos), la Convención Constitucional alcanzó un 78,99%, mientras que la Convención Mixta, 21,01%. Las urnas hablaron: el pueblo chileno quiere una nueva Constitución, sí, pero también quiere ser, por fin, protagonista. Y que los parlamentarios se hagan a un lado.
La Constitución redactada por Jaime Guzmán a pedido de Augusto Pinochet, entonces, quedará estéril. Las letras impresas ya no ordenarán nada. El mismo Pinochet ya no ordenará a nadie. Su Constitución era el último vestigio pinochetista que sobrevolaba el país, y ayer perdió las alas. Casi seis millones de chilenos le cortaron el vuelo. Ya no más Pinochet.
El camino hacia adelante es extenso: reescribir el texto fundacional de una nación, superar las restricciones que imponía la anterior, pensar una nueva lógica -en la que la educación, la vivienda, la salud e incluso el agua sea para todos- es un desafío. Pero en los últimos 370 días el pueblo chileno demostró con creces que está a la altura.
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