Con poder limitado, Bolsonaro desencanta a sus seguidores
13 septiembre, 2021
category: zBOLETIN SEMANAL, zBS16
Por Adrián Fernández
En la marcha del martes 7 de septiembre, el mandato de la extrema derecha brasileña fue claro: ocupar con militares el Supremo Tribunal Federal (STF) y tender el camino para un poder absoluto antes de las elecciones de octubre de 2022. El presidente Jair Bolsonaro recogió el guante de sus seguidores: “El pueblo dirá adonde el Gobierno deba ir”. Y anunció, ante más de 120.000 personas, que no iba a aceptar los fallos del juez del máximo tribunal Alexandre de Moraes, a quien llamó “canalla». En menos de 48 horas, semejante fervor fascista se diluyó. ¿Debilidad? ¿Reacomodamiento? ¿Tensión interna? ¿Acuerdo mafioso?
El miércoles, un día después de la ofensiva de Bolsonaro y sus seguidores, el Supremo Tribunal Federal amenazó al mandatario con iniciarle una causa por atentado contra la democracia si no cumplía las órdenes judiciales. También el presidente de la Justicia electoral, Luiz Barroso, tildó al jefe de Estado de «farsante» por publicar noticias falsas (fake news) sobre fraudes electorales.
Desde el Congreso, el titular de la Cámara de Diputados, el oficialista Arthur Lira, advirtió que «no hay espacio para extremismos» y pidió frenar las tensiones institucionales entre el Gobierno y el Supremo Tribunal Federal. » Es hora darle un ‘basta’ a esta escalada de tensiones en loop y ocuparse de los problemas reales del país», dijo. ¿Se trata de un acto de heroico del jefe de Diputados? Podría pensarse que el bolsonarismo en el Congreso no avaló a su jefe cuando prometió ir por las instituciones del Estado si no lo dejan gobernar.
Lo que siguió al enrarecimiento del clima institucional y a la tensión generada en la marcha del martes (contrarrestada en parte por la poco difundida protesta de ese mismo día contra Bolsonaro y su Gobierno) fue un comunicado del propio mandatario en la que aclaraba que aceptaría las resoluciones del tribunal que investiga sus negocios, su gestión gubernamental y a sus hijos. «Reitero mi respeto a las instituciones de la República, fuerzas motrices que ayudan a gobernar el país», dijo. El mismo Tribunal Supremo al que el exsargento amenazó con intervenir, ahora sería respetado en sus resoluciones. Conclusión inverosímil.
Bolsonaro firmó el jueves una “carta al país” en la que se comprometió a respetar las decisiones del STF, mientras se sucedían los bloqueos de rutas por parte de ultraderechistas que lo presionaban para realizar el golpe de institucional con el que él mismo había amenazado. La estrategia golpista fue bloquear rutas en al menos 15 estados del país, generar caos y controlar la calle mientras el poder cívico-militar avanzaba sobre las instituciones. Los camioneros autónomos y los empresarios ruralistas hicieron su parte pero se retiraron con las manos vacías. Las calles se vaciaron de fascistas y se vislumbra un replanteo de la estrategia original.
Volvió Temer. ¿Para qué?
Las “instituciones” brasileñas, que arrastran años de detrimento (denuncias de sobornos en el Congreso, leyes a favor del agronegocio y de la megaminería, el golpe contra Dilma Rousseff, causas de corrupción que salpican a casi todos los partidos) muestran escasa aceptación popular pero, hacia adentro, son verdaderas cofradías donde la disputa espuria por el poder es cosa de todos los días. La vulnerabilidad institucional genera el caldo de cultivo de la extrema derecha que, aun así, fracasó (por el momento) en su intento golpista.
Eso explica que haya sido una figura de la política negra de Brasil quien haya intercedido para apagar el fuego y disminuir las tensiones entre Bolsonaro y el juez de la Corte Moraes. El expresidente Michel Temer fue segundo de Dilma, la traicionó, apoyó el “juicio político” y quedó a cargo del Gobierno cuando la presidenta fue derrocada en el Congreso, en agosto de 2016 y ejerció su mandato hasta la llegada de Bolsonaro, en 2018. Bajo su mandato se produjo la persecución política y judicial a Lula da Silva.
El expresidente Temer no garantiza sanidad institucional ni mucho menos, pero fue la pieza a la que acudió Bolsonaro para descomprimir una situación que se le escapaba de las manos. El expresidente es, además, representante del poder establecido, de los sectores que apoyan al Bolsonaro privatizador, al que recorta jubilaciones y derechos laborales. La prensa brasileña recordó que el actual juez Moraes, siendo secretario de Seguridad de San Pablo, logró desarticular un grupo de hackers que habían interferido el celular de la esposa de Temer y que un favor trajo otro y así Moraes fue ministro de Justicia del mandatario sucesor de Dilma y luego entró a la Corte, impulsado por el propio presidente no electo.
Lo cierto es que, a través de Temer, Bolsonaro le aseguró al juez Moraes que su declaración golpista surgió «del calor del momento» (algo que luego dijo en la carta al país) y que no iba a interferir en sus resoluciones. El estado de putrefacción institucional en Brasil admite sospechas de que nada es casual ni que las cosas son gratuitas entre los manejos del poder. Es altamente probable que esta “promesa” le de aire a Bolsonaro para llegar lo mejor parado posible a las elecciones de octubre del año próximo. Pero debe pagar un precio alto ante sus seguidores, aquellos que durante la semana (y hasta este domingo) se movilizaron en las calles y en las redes para cuestionar la falta de agallas de su presidente.
Otros dos actores del poder establecido y de la derecha brasileña, la corporación militar y el sistema financiero, prefirieron la cautela antes que apostar al incendio. Los militares son parte central del Gobierno, no aman las instituciones pero tampoco se identifican con un líder impredecible y zigzagueante como Bolsonaro. El vicepresidente de Brasil, Hamilton Mourão, avaló las quejas de Bolsonaro contra la Corte pero prefirió no hablar de la idea de intervenirla. El “mercado” y los grandes empresarios hacen negocios con Bolsonaro y sus privatizaciones como lo harían con cualquier otro gobierno neoliberal. A ellos tampoco los representa el bolsonarismo pero sí necesitan garantías de una continuidad del modelo económico.
Bolsonaristas desencantados
«Estoy ayudando a pacificar el país», dijo Temer, cuando intervino entre el Gobierno y el TSF. El mayor traidor político de la historia reciente de Brasil ahora se posicionaba como un hombre de la paz y de las instituciones. Para las bases bolsonaristas, se trata de un representante de la vieja política corrupta y, por esa razón, cayó mal su retorno al escenario político de la mano del Presidente.
El desencanto de esos sectores que acompañan a la extrema derecha brasileña tienen varios sustentos, además del papel de Temer. Basta recordar que el bolsonarismo convocó durante dos meses a camioneros autónomos, empresarios rurales, policías, millonarios de la ultraderecha, pastores, patronales del agronegocio y de la extracción megaminera y militares retirados a organizar el ataque al STF. El furor de decenas de miles de personas en las calles los envalentonó hasta que Bolsonaro los mandó de regreso a sus casas y dejó para más adelante la ofensiva contra el «comunismo».
Bolsonaro les aclaró que no se echó “para atrás” y pidió comprensión porque hay procesos que “van lento”. Admitió que “algunos (de sus seguidores) quieren que vaya allí (al máximo tribunal) y masacre a todos”, pero “hoy en día no hay un país aislado; todos están integrados en el mundo”. Elogió a sus seguidores al afirmar que “el trabajo de ustedes ha sido excepcional”, pero usó la ironía: “si uno se enamora y se casa en una semana, ese matrimonio va a salir mal».
El corazón del bolsonarismo puso el grito en el cielo (y en las calles) con un razonamiento lógico desde su óptima golpista: salimos a las calles, bloqueamos carreteras, hicimos nuestro trabajo, pero las Fuerzas Armadas no han hecho el suyo y el Presidente dio marcha atrás. Para peor, en esas horas Bolsonaro participó de manera remota de una cumbre de los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y agradeció a su par chino, Xi Jingping, la cooperación por el envío de materia prima para la vacuna del coronavirus. Los reaccionarios y fascistas también tienen sentimientos. Dolor y desencanto, en este caso.
A un año de las elecciones presidenciales, no sólo hay que mirar a Lula da Silva (lidera todos los sondeos de opinión) sino también –y fundamentalmente- a los actores que son parte del poder que Bolsonaro dilapida desde que llegó al Gobierno.
Los militares están siempre listos a cargar contra las instituciones pero no parece ser Bolsonaro quien los represente; el poder económico, empresarial y financiero no necesita al Presidente sino continuidad del programa neoliberal. Nada está cerrado, pero en las calles la extrema derecha queda (de momento) con las manos vacías, mientras que en el Congreso, se concluye que cuanto más débil está el mandatario, más poder tiene la “vieja derecha”. Hay un Bolsonaro que murió a manos del monstruo que él ayudó a construir. Hay otro, preso de la política traidora, funcional al neoliberalismo “republicano” e “institucional”. Tal vez la ecuación en la que esté pensando el poder establecido para las próximas elecciones no incluya a Bolsonaro.