Carapeguá, historia, artesanías y un portal a bellos paisajes de Paraguay
08 marzo, 2024
category: DOCUMENTOS, PARAGUAY
Profesionales locales proponen cambios para ayudar a que quienes circulan por ese verdadero centro distribuidor del departamento de Paraguarí permanezcan, visiten y compren en la Capital del Poyvi. La ciudad es punto de referencia para acceder a impactantes locaciones turísticas como Mocito Isla. Ideas que buscan sumar en torno a la celebración de los 300 años de la ciudad, que se cumplirán en 2025.
“Estamos remozando, poniendo empastados, renovando los jardines”, cuenta Rubén Darío Martínez en la Plaza General Díaz de Carapeguá. Alrededor trabajan jardineros, barrenderos y regadores.
El conjunto que hace la estatua del héroe de la Guerra del 70 con la impactante catedral de la ciudad es una imagen emblemática.
La historiadora Margarita Miró (foto inferior) recuerda que el monumento se emplazó en 1916 y que es “uno de los primeros homenajes hechos en el país al vencedor de Curupayty”. Recorriendo la plaza, llama la atención la presencia de un pozo con brocal que “quedó allí porque se lo utilizaba aún después de que las casas que había en los terrenos dejaran lugar al espacio público”, apunta.
La plaza, diseñada por el agrónomo italiano Santiago Rossi en 1907 es una de las primeras de traza moderna en Paraguay con parterres y secciones de jardín al estilo europeo, tal como se lo encargara Manuel Mosqueira, el jefe político (se llamaba entonces así a lo que hoy es el intendente) que también fue el responsable de establecer la división de las cuadras de la ciudad.
Viajando en el tiempo, Miró cuenta que “en 1725 se reconoce Carapeguá como pueblo capillero por lo que el año que viene estaríamos en los 300 años de ese hecho histórico por lo que es un buen momento para poner en marcha planes acordes a esa celebración”, dice esta reconocida mujer que también es concejal municipal por el Partido Liberal (PLRA).
Sin embargo, la historia ubica en Carapeguá, un 3 de mayo de 1560 el brutal asesinato de 3 mil indígenas “que se amotinaron contra el maltrato de los españoles… “Queremos la vuelta a nuestra libertad y costumbre tradicionales”, fue su lema”, relata Miró.
Hoy, sin embargo, “hace años que no hay una comunidad indígena. Por suerte quedan algunos población y a través de la memoria oral tuve suerte de poder recoger varios registros de su historia”, agrega. “La revolución de los comuneros termina en Tavapy, donde Carapeguá sufre porque estaban los líderes y murieron muchos, después de esa revuelta se crea Tavapy a cargo de los dominicos porque del otro lado estaba la estancia de los Jesuitas que era lo que hoy es Paraguari”, apunta.
Solares
Volviendo a estos tiempo, Valentín García, que es periodista y activista cultural, lamenta que no se hayan preservado “decenas de casas antiguas que se derribaron para construcciones nuevas”. Su vivienda, es una de las pocas que se conservan y alberga la historia de las visitas que hacía el presidente Eligio Ayala en la década de los 20 del siglo XX, de paso hacia su natal Mbuyapey.
En recorrida por la ciudad, García muestra algunas de las que permanecen al cuidado privado, como el solar que albergó la creación de la primera orquesta sinfónica nacional a instancias de Manuel Mosqueira, que fue además de político, un gran musicólogo, recuperador de los aires nacionales recogidos por los sobrevivientes de la Guerra del 70. Se recuerda también su aporte a la biblioteca musical del país.
Señala también la casona que hoy alberga la biblioteca “Anselmo Jover Peralta” vivienda en la que en “en el año 1949, se dice que estuvo escondido el general Alfredo Stroessner por cuestiones políticas de la época”.
García también recuerda que Roque Centurión Miranda, “el padre del teatro paraguayo nació en Carapeguá”, contando que la ciudad aportó personajes destacados al país desde Fray Francisco Bogarín que fue prócer de la Independencia.
Ya en el Mercado de la ciudad, el laureado músico Kiko García (foto) pide destacar “el estilo carapegüeño, que es una música regional que alcanzó dimensión nacional”, gracias a cultores como los dúos Ortiz-Quintana o López Ramírez. De gran aceptación, el autor e intérprete cuenta que consiguió un disco de oro (premio a la venta de más de 10 mil placas) en el 2005 con el disco que contiene el gran éxito “Che yvoty momoramby”.
Lamenta que en la ciudad no haya espacios donde la gente los pueda escuchar en vivo y que no se organicen festivales que permitan promover el estilo en espacios públicos. “Tocamos en todo el país siempre, en eventos, festivales y aquí, es poco lo que sale”, dice en su puesto de venta de discos. Igual, sabedor de lo difícil de la batalla cultural, lleva adelante desde hace 24 años su programa radial “Tardes Folklóricas” en la radio Panamericana (FM 93.5).
Unos metros más adelante, María Fernández, acomoda prendas en su local y confiesa que hay pocas ventas. “Todo se vende muy de a poco”, dice reclamando alguna acción estatal que mejore las instalaciones del Mercado “para ver si viene más gente. Desde la Navidad que se mueve muy poco”, apunta.
Propuesta urbana
Marco Antonio Ramírez (foto), es arquitecto y urbanista, autor de la tesis “Regeneración urbana de la ciudad de Carapeguá”. Comenta: “ Mi trabajo lo hice en el 2019 cuando estaba terminando la facultad como para dejar un legado que pueda servir de base para decisiones especialmente para la zona urbana pero penosamente no tuvo mucho eco”, se lamenta.
Su idea de intervenir en los espacios públicos, plazas, veredas, calles, es una propuesta académica pero también de sentido común para esta ciudad de unos 36 mil habitantes.
“Carapeguá está situado geográficamente en el corazón del 9º departamento y por el trazado de las rutas se ve muy bien ubicado, situación que favorece al comercio, tiene mucho flujo de gente a diario”. A 80 kilómetros de Asunción la urbe es atravesada por las rutas 1 y 18, en una importante zona productiva nacional.
Ramírez entiende que se necesitan hacer obras para que toda esa gente que “cruza” por Carapeguá se quede un poco más, visite, compre y haga turismo.
“Por ejemplo, con el afán de exhibir productos nuestras veredas están muy ocupadas entonces la gente no encuentra lugar para caminar y estacionar. Hay maneras técnicas de armonizar las cosas, se puede hacer un diseño que permita exhibir productos y dar espacio a los peatones”, expone.
“Una de las intervenciones necesarias y que beneficiaría a todos sería liberarlas, ponerlas en condiciones, unificarlas, trabajar texturas, etc”, desarrolla.
Otro elemento importante está en el ordenamiento del tráfico vehicular “porque no se cuenta con una ordenanza que señale el sentido de los estacionamientos”, apunta Ramírez.
Para la elaboración de su estudio trabajó con grupos focales, haciendo participar a la comunidad, para encontrar allí iniciativas, propuestas, contribuciones para la idea de transformar la ciudad de un lugar de paso en un destino.
Para ello hacen falta “mobiliarios urbanos que permitan que la ciudad seduzca e invite a permanecer. Tener, por ejemplo, un espacio de descanso en el que el viajero pueda hidratarse, comer algo que tenga sabor local, comprar los productos textiles de nuestros artesanos, etc”.
En el estudio sugiere intervenciones puntuales como la peatonalización de alguna calle, convertir otras en mixtas para que circulen vehículos y personas, y acompañar todo con intervenciones artísticas como murales que reivindiquen a las tejedoras, por ejemplo.
Este “carapegüeño de pura cepa” es hoy auxiliar de la cátedra Urbanismo 2 de la Facultad de Arquitectura (Fada) de la Universidad Nacional de Asunción (UNA). “Necesitamos dar un salto”, insiste pidiendo “trabajar en una marca ciudad” que les permita atraer a los visitantes.
Margarita Miró cuenta que propuso construir “un parque temático porque no tenemos producto turístico. Es posible hacer monumentos al macatero y a la artesana; hacer una valoración de los humedales del Arroyo Caañabe (que hace el límite natural entre los departamentos Central y Paraguarí) y los del Ypoa”, por ejemplo.
Poyvi y otros tejidos
La colección de prendas de Bárbara Rojas (foto) de Casamada es digna de visitarse. En su negocio despliega ante las cámaras las maravillas de las tejedoras de “La capital del Poyvi”, explicando que hay precios acordes para la gente que busque “calidad, originalidad y el gusto autóctono”.
Desde acolchados de poivy que hacen sentir la suavidad del algodón hasta las más populares frazadas de trapo, coloridas y requeridas tanto como las muy buenas hamacas paraguayas del lugar. “Arrancamos en 65 mil guaraníes”, dice al comentar el precio de las hamacas, que a medida que ganan en adornos, flecos y tramas más complejas pueden superar los 150 mil.
Manteles, individuales, posa terere, camineros con encaje jhu, porta termos, carteras y otros artículos de gran confección configuran un muestrario del talento y el arte local que bien vale la pena adquirir.
Técnicas a proteger
A las afueras del casco urbano, la artesana Acela Ramos (foto) teje unos manteles individuales en un telar vertical. “Tengo 55 años y desde los 13 que estoy en esto”, cuenta.
En la casa comparten la tarea con su esposo Lorenzo Ramos y sus hijos manejando los diversos telares en los que elaboran tanto prendas de poyvi, como hamacas y “frazadas de trapo”, textiles característicos de Carapeguá.
“Estamos vendiendo poco, nos está haciendo falta mercado”, reclama Acela que tiene un hijo universitario estudiando en Asunción. “Ya hace mucho que tuvimos un pedido grande de la Coca Cola, ahí si trabajamos bien”, relata.
Margarita Miró recuerda que de “las distintas técnicas artesanales que tenemos, algunas de ellas están en vías de extinción. Por ejemplo, el telar vertical con el que se teje la hamaca es una tecnología de origen indígena guaraní, porque el telar horizontal ya lo trajeron los españoles”, apunta comentando la necesidad de activar una política de protección de la artesanía carapegüeña.
Mocito Isla, la cuna de los sambaquíes
Silvino Ruiz Díaz (en la foto, navegando) se agacha y recoge unos trozos de cerámica en los alrededores de su vivienda en Mocito Isla, un destino mágico en los humedales del Ypoa.
“Parece que aquí vivían los guaraníes”, comenta mientras muestra el camino hacia donde se encuentra tallando su “cachiveo”, una canoa a la usanza indígena, ideal para los humedales que se contruye con la madera del Timbó.
Lo confirma Margarita Miró: “Era un asentamiento de los sambaquies, protoguaraníes que vivieron en la zona hace unos 4500 años, llamados también “los laguneros”, comedores de molusco”, apunta.
Se movían en cachiveos como el que Silvino apura en estos días. “Este es ideal para el sendero”, dice. Es que para llegar a Mocito Isla, es necesario internarse en un corredor abierto entre el pirizal que tiene unos 800 metros. Hoy los hace en una canoa que guía con una tacuara larga que clava en el fondo, el agua tiene una profundidad máxima de poco menos de dos metros.
“A mi abuelo le decían Mocito, por eso le quedó ese nombre a la isla”, comenta mientras muestra sus plantaciones de mandioca, batata y maní. También cría ovejas y gansos, siguiendo una tradición familiar de poco más de 60 años, el tiempo en que los suyos ocuparon la mitad de la isla de unas 35 hectáreas. La otra mitad es ocupada por una familia vecina.
En 1997 consiguieron hacer llegar la electricidad, “antes nos iluminábamos con lámparas a combustible, después con baterías de automóviles”, cuenta. Apenas tiempo después carapegüeños curiosos insistieron en visitar la isla.
Entonces surgió la oportunidad del turismo que hoy desarrolla con bastante éxito. Cobra 10 mil guaraníes por persona para tripular la canoa y 30 mil guaraníes por la carpa a los que quieran acampar y pasar la noche.
La vista del Cerro Acahay es impagable y Silvino asegura que el cielo tiene ahí un poco más de estrellas que en cualquier otro lugar.
Tiene praderas de bello césped y un bosque que alberga ejemplares antiguos de Taruma, Timbó, Espina Corona y Tajy, por citar unos pocos. Con un poco de fortuna se pueden avistar carpinchos y nutrias y por qué no una kuriyú.
Reinan un silencio y una tranquilidad únicas que sólo se interrumpen por los cantos de una gran diversidad de aves, ranas e insectos del humedal. También surge seguido el majestuoso aviso del chajá. “Hay muchos aquí (dice de las aves), mi mamá tiene uno de mascota”, cuenta e invita a visitar.
Doña Feliciana Franco (foto), efectivamente, acaricia a “Jejypyry”, la chajá hembra que la acompaña en sus quehaceres. Tiene también a “Mitai” su lorito, un gato, un perro, pero la preferida es la pájara gigante de la que dice “es muy celosa”. También que es súper doméstica y que come “tortilla, sopa, galleta kamby, pera y manzana”.
Cuenta que ella llego de niña a la isla con su papá Mocito y que no se fue nunca más. “Le traje a mi marido que no quería quedarse, pero le dije bien que no me iba a ir… además él en ese tiempo no sabía remar”, cuenta entre carcajadas la buena mujer.
Después ya vinieron Silvino y sus hermanos, uno en Argentina, la otra en la ciudad, que esporádicamente los visitan.
“Los fines de semana lo que viene la gente”, cuenta Silvino que espera un contingente importante que reservó lugar para la Semana Santa. “Es muy lindo vivir aquí”, resume acomodando el ala del sombrero.
Mocito Isla dista a unos 22 difíciles kilómetros de tierra que comienzan en un empalme de la ruta 1 apenas a la salida de Carapeguá.
Vale la pena.
Textos: Jorge Zárate. Fotos de Jorge Jara y gentilezas. Transporte de Fredy Arrúa
Artículo publicado en La Nación, de Paraguay, y en La Página de Aguará