Constituyente obrera y popular: puerta abierta hacia el futuro
30 mayo, 2017
category: EDICIONES IMPRESAS
Venezuela da un giro inesperado en la confrontación con la burguesía y el imperialismo. Se abrió el espacio para una drástica aceleración de la Revolución Bolivariana: Nicolás Maduro convocó una Asamblea Constituyente y descolocó por completo a la oposición interna, a sus mandantes del Norte y a los palafreneros del Sur que la acompañan.
El Departamento de Estado y la socialdemocracia internacional advirtieron de inmediato el peligro. Salieron al choque frontal, aunque demoraron más de una semana en reordenar su discurso: debían hallar un recurso retórico para oponerse a la más democrática y participativa línea de acción imaginable en cualquier país, en cualquier situación.
Cuando lo lograron, no pudieron eludir el ridículo: dicen que defienden la Constitución –a la que siempre se opusieron– y quieren que se llame a elecciones presidenciales, o nada. La Constitución vigente desde 1999 indica que las presidenciales serán entre diciembre de 2018 y enero de 2019.
Aunque ya no debiera, continúa asombrando la posición de ciertas corrientes infantoizquierdistas. En involuntaria coincidencia con la conferencia episcopal, la CNN y las formaciones fascistas de la oposición, reprueban con acritud que no sea “una Constituyente de partidos”.
Ocurre que en ese punto exactamente estriba para la Revolución Bolivariana la posibilidad de transponer el punto de no retorno: apelar a las organizaciones propias de las masas y permitir que el libre debate y elección de constituyentes se dé al margen de los aparatos de las clases dominantes, aceitados con millones de dólares provenientes de todos los puntos cardinales.
Desde luego es a tener en cuenta la posibilidad de que la participación de las masas sufra en algunos puntos, en ciertos momentos, la manipulación de bolsones burocráticos del poder. Pero… ¿se soluciona eso con los partidos de la burguesía? No: es la capacidad de acción ante las masas la que garantiza el freno a cualquier manipulación. Si no se tiene esa capacidad, no cabe refugiarse en el statu quo, en la continuidad del sistema político-partidario burgués. ¿Qué democracia estaría defendiendo quien se limite a exigir la participación “de los partidos”?
Es comprensible que Washington apele a una desesperada embestida. Es lógico que las partes blandas de toda revolución vacilen sobre el rumbo a tomar. No es lógico, no es aceptable, que la respuesta incluso de los sectores más críticos, por fundadas que fueran sus razones, sea coincidente con la que propone la contrarrevolución.
En la noche del 1 de mayo, apenas oída la propuesta de Maduro, difundí mi coincidencia a través de los módicos medios de comunicación a mi alcance: la página web de América XXI (www.americaxxi.com.ve) y mi cuenta de Twitter (@BilbaoL), más otros portales alternativos que tuvieron la deferencia de publicarla. Apenas horas después, vista la reacción teledirigida de Julio Borges, adelanté mi convicción de que el golpe contrarrevolucionario continuado iniciaba una nueva y muy peligrosa fase el miércoles 3.
Diez días después está a la vista la decisión de Washington, Buenos Aires y otras capitales sometidas del Sur, de doblegar a Maduro, de acabar con la Revolución Bolivariana y aplastar al Alba. En suma, de avanzar por el camino de la guerra, si se lo permitimos.
También está a la vista la voluntad y capacidad de la dirección político-militar venezolana de resistir y vencer. Son igualmente evidentes los resultados hasta el momento.
Aquel bloque contrarrevolucionario sufrió otro resonante fracaso en la OEA el 10 de mayo. Simultáneamente, Mauricio Macri debía retroceder a toda velocidad en el intento de la burguesía argentina de liberar a secuestradores, torturadores y asesinos, mientras Michel Temer quedaba paralizado por una huelga contra su propuesta de reforma laboral. Fueron victorias resonantes de fuerzas que acaso no se ven en la superficie, pero bullen bajo las apariencias.
En mi opinión la Constituyente convocada por las autoridades venezolanas es una posibilidad sin igual en la gran tarea de transformar definitivamente el Estado burgués en un Estado obrero y popular. Sólo a partir de allí se podrían abrir las compuertas para el crecimiento impetuoso de las fuerzas productivas en un plano superior de la transición al socialismo.
Para alcanzar este objetivo, somos millones quienes estamos dispuestos a entregarlo todo.