Somos Chelistas: música y compañerismo
07 agosto, 2017
category: EDICIONES IMPRESAS
Pedagogía japonesa entre niños de un ensamble de Buenos Aires
Nació en el barrio de Barracas, bajo la filosofía Suzuki. Desde los tres años aprenden a tocar el violonchelo bajo una formación integral.
“Me gusta mucho el chelo y cada día toco. Me gustar oír sus cuerdas mientras mis brazos vuelan”, se escucha cantar a cuatro niños y niñas de no más de tres años. Detrás de ellos, sus padres están sentados, atentos también a las indicaciones de la docente. El ensamble Somos Chelistas nació de la mano de la violonchelista argentina Andrea Espinzo, quien, como profesora de la Escuela de Música de Barracas (barrio de la Ciudad de Buenos Aires), introdujo la filosofía Suzuki para enseñar a tocar el violonchelo a niños y niñas desde los tres años de edad.
El método o la filosofía Suzuki nació en Japón, de la mano de Shinichi Suzuki, un violinista, educador y filósofo que basó su metodología en la creencia de que la habilidad musical no es un talento innato, sino una destreza que, de igual modo que todos los niños desarrollan la capacidad de hablar su lengua materna, se puede entrenar. “Cualquier niño a quien se entrene correctamente puede desarrollar una habilidad musical, y este potencial es ilimitado”, entendía Suzuki quien murió en 1998, luego de que su método se esparciera por todo el mundo.
“Encuentro un paralelismo entre hacer una huerta y el trabajo con niños. En la huerta, el primer paso, una vez que tenemos todos los elementos necesarios, es armar los primeros almácigos. A partir de allí el cuidado es diario: todos los días debemos ver si necesitan agua, si la luz está bien, observar y esperar. Con nuestros niños, la luz y el agua sería el contacto diario con las canciones, los movimientos y los juegos que queramos que aprendan”, explicó Andrea Espinzo, sobre su forma de entender la enseñanza musical. Así lo hace en sus clases, donde los niños y niñas aprenden jugando.
Basándose en la analogía con el aprendizaje de la lengua materna, Suzuki afirmaba que, así como los niños aprenden a hablar su idioma con exactitud gracias a su gran capacidad auditiva, con la música ocurriría lo mismo si estuvieran rodeados de sonidos musicales. Pero el método Suzuki no sólo es un método de educación, sino también una filosofía, fundada en el respeto al niño como persona y basada en el concepto de que la habilidad no es heredada, sino que se aprende.
Así lo entendió Espinzo, quien desde hace años trabaja con niños y niñas de 3 a 18 años. En sus clases se aprende también a cultivar la paciencia: para lograr a tomar el arco adecuadamente los niños y niñas esperan casi un año y todo lo que aprenden lo hacen a través del juego. La toma de arco se aprende con una canción en la que la mano se convierte en un conejito con orejas, dientes y mentón. En las sucesivas clases, y a través de diferentes canciones, el arco puede convertirse en la barrera de un tren, en una hamaca o en un pequeño mono.
Principios educativos
Otra de las bases del método Suzuki es no estimular la competencia, sino la complementariedad y en Somos Chelistas se ve, se escucha y se siente: cuando el ensamble da un concierto tocan todos juntos, desde los niños y niñas de tres años hasta los de 18. “Todos los chelos juntos suenan bonito, por eso me gusta ir”, confirma Olivia, que hoy tiene cinco años pero que empezó a sus tres.
Para que los niños y las niñas aprendan con el método Suzuki, es preciso que vayan acompañados por su madre, su padre o alguien de la familia, quienes pasan a ser los maestros en sus casas.Por eso deben prestar atención a las lecciones en las clases, para poder guiar las prácticas en los hogares.
En las clases se estimula también el compañerismo y la amistad: en los recreos de la escuela (es una escuela pública, aunque también Somos Chelistas está integrado por alumnos y alumnas particulares de la profesora), se festejan cumpleaños y se organizan recitales. “Cada vez que toco el chelo siento que hago lo que me gusta, me divierto, hago amigos y puedo disfrutar de una de las cosas que me gustan, me siento feliz”, compartió Maite, de 12 años.
Hace más de 50 años, Suzuki comenzó a aplicar los principios básicos de la adquisición del lenguaje al aprendizaje de la música.Las ideas sobre la responsabilidad de los padres, el dar aliento cariñosamente, el escuchar, la repetición constante, son algunas de las características especiales del método. Cuando un niño aprende a hablar, los padres actúan eficazmente como profesores y eso hacen también con la práctica del violonchelo en sus casas.
La repetición también es básica para aprender: cuando los niños han aprendido una palabra no la dejan, sino que continúan utilizándola al tiempo que agregan otras nuevas a su vocabulario. De igual modo, los estudiantes Suzuki repiten las piezas que aprenden, aplicando gradualmente las habilidades nuevas que han ganado, así como las maneras más sofisticadas de tocar, a medida que aumentan su repertorio. “Para mí el chelo es tocar, superarme en la misma canción y mejorar en las que ya conozco. Cuando estoy enojado, me hago una burbuja dentro del chelo”, explicó Francisco, de 12 años, quien además agregó: “Cuando toco no es como que tengo cerebro, es como si mis manos tuvieran cerebro propio”.
El aliento y el ánimo por parte del docente y los padres es otro eje fundamental del aprendizaje. En el método Suzuki, cada niño aprende a su propio paso, avanzando a pequeños pasos para poder sentirse seguro con cada uno de ellos.
Aprendizaje en equipo
“Cuando conocí esta filosofía encontré por primera vez un espacio donde profesores con muchísima experiencia no sólo me hablaban de cómo enseñaban, sino que me lo mostraban. Vi niños disfrutando de hacer música en instrumentos hasta ese momento pensados por mí para unos pocos, vi padres siendo parte del proceso y no espías escondidos atrás de una puerta. Además, generosamente se me compartía un camino con huellas para comenzar a andar, siendo a la vez un método permeable que me permitía hacer más eficiente y alegre el trabajo”, expresó Espinzo.
Aprender colectivamente es, sin dudas, una de las cosas más gratificantes que tiene esta filosofía. Los niños disfrutan al observar a otros y logran motivación para buscar llegar al nivel de los estudiantes más avanzados, compartiendo sus desafíos con sus compañeros. En palabras de Alicia, de 12 años: “Estar en Somos Chelistas es una oportunidad de conocer más chicos de mi edad que toquen chelo. Es poder compartir viajes y conciertos con lo que ahora es una familia donde todos se apoyan. También es tener muchas posibilidades de experimentar lo que sería una vida siendo chelista profesional, aunque sólo tenga 12 años. El ensamble me motiva a seguir adelante con mi música más allá de todos los obstáculos”.
Dijo alguna vez Suzuki: “La enseñanza de música no es mi propósito principal. Deseo formar a buenos ciudadanos, seres humanos nobles. Si un niño oye buena música desde el día de su nacimiento y aprende a tocarla él mismo, desarrolla su sensibilidad, disciplina y paciencia. Adquiere un corazón hermoso”.
Inés Hayes
Pequeños músicos, grandes sueños
“Me gusta mucho el chelo porque su sonido llega hasta el cielo”. Lourdes, 5 años.
“Tocar el chelo me da mucha tranquilidad y seguridad cuando voy superando niveles. Lo más lindo es compartir esa paz y ese ánimo con mis amigos del ensamble”. Alex, 12 años.
“Lo que más me gusta de ir a las clases es que aprendo mucho”. Lola, 7 años.
“Alegría, me pone muy contenta”. Amanda, 3 años.
“Para mí significa el encuentro con gente linda y poder expresar lo que tengo guardado en mi alma y en mi corazón”. Valentina, 12 años.
“La música me ayuda a expresarme y a demostrar mis emociones, el corazón de la vida es la música”. Antonela, 12 años.
“Me gusta el chelo porque ahí está mi sentimiento y porque hago música con amigos”. Astor, 7 años.
“Me divierto, me gusta mucho, disfruto mucho con mis compañeros tocando el instrumento que me gusta”. Zoe, 9 años.
“Es lindo, es jugar”. Mateo, 3 años.
“Ser chelista es tener amigos y compartir música y comida”. Lucas, 11 años.
“Expresar los sentimientos a través de la música, relajarse y compartir”. Alan, 15 años.
“La palabra que mejor define lo que siento cuando toco es disfrutar”. Violeta, 12 años.