04 septiembre, 2017
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Macri vencedor en las primarias de agosto
Con el resultado de las Paso, el gran capital anuncia una victoria electoral de consecuencias graves en octubre. Más que nunca es necesario un debate sin concesiones en la militancia anticapitalista.
Con la figura del presidente Mauricio Macri y el aparato de la Unión Cívica Radical (UCR, socialdemócrata), la coalición Cambiemos arrasó al Partido Justicialista (PJ, peronista) en las pseudo primarias del 13 de agosto pasado.
No fue una lid electoral. Fue una suerte de sondeo de opinión a un costo de 2.800 millones de pesos, en beneficio de una operación distractiva de grandes proporciones. Además, realizado con el método de boleta sábana y en papel, por férrea negativa del ya inexistente Frente para la Victoria de Cristina Fernández a la implantación del voto electrónico. Conocedores del submundo electoral, sobre todo en la provincia de Buenos Aires, dan por cierto que el antiguo aparato obtiene un adicional mínimo del 3% con este método.
En las primarias deben competir candidatos de un mismo partido o alianza. Excepto en un puñado de casos sin mayor importancia, eso no ocurrió. Las principales fórmulas compitieron consigo mismas. Pese a lo obvio, analistas y comentaristas atribuyeron victorias a aquellos nombres que obtuvieron más votos en relación con fórmulas de otros partidos, con las que no competían. Más que fraude a la opinión nacional, muestra adicional de irreversible decadencia del sistema político en Argentina.
Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (Paso) se denomina una novedad impuesta durante el gobierno anterior con exclusivo interés manipulatorio de la conducta ciudadana. Ni siquiera sirven como encuesta consistente, aunque desde luego tienen más valor que las realizadas por consultoras desprestigiadas y, en su mayoría, dispuestas a decir lo que el candidato que las paga les requiere. Por eso las Paso tienen un alto grado de imprecisión incluso como recurso para prever los resultados de las legislativas a realizarse el 22 de octubre próximo.
Desplazamiento del voto
Tienen en cambio un valor considerable para medir la evolución de la relación de fuerzas entre las clases. A escala nacional el PJ fue arrollado, dejando un mapa nacional pintado prácticamente en su totalidad con el color del partido de Macri, elocuentemente amarillo. En la medida en que desde hace décadas el PJ cuenta con el apoyo de los sindicatos, este resultado es indicativo de que los aparatos gremiales y su expresión política sufrieron una contundente derrota, fruto evidente de un desplazamiento gigantesco del voto obrero y juvenil. A esto cabe sumar un marcado retroceso de las izquierdas insertadas en el sistema, cuyas aspiraciones de crecimiento electoral se vieron frustradas.
En cuanto al saldo para la ex presidente Cristina Fernández, viuda de Kirchner, cabe decir que obtuvo un 0,21% de votos más que Cambiemos en la provincia de Buenos Aires, donde sólo se impuso –de manera sobresaliente– en la tercera sección (la franja más empobrecida y marginalizada del conurbano), mientras fue superada por mucho en el resto de la provincia, incluyendo la totalidad de los municipios principales, con mayor cantidad de habitantes y más presencia de la industria y la agroindustria. Por lo demás, su candidato en Capital Federal obtuvo el segundo lugar, a 30 puntos porcentuales de distancia de la candidata de Cambiemos. De hecho, el llamado cristinismo, quedó reducido a la tercera sección electoral de la provincia de Buenos Aires.
Haciendo equilibrio entre el análisis de una elección y una encuesta, el periodismo comercial llamó “empate técnico” a los resultados de dos provincias clave: Buenos Aires y Santa Fe. Es improbable que esas proporciones se mantengan en las elecciones verdaderas, en octubre. Aún así, sumado a la supremacía en las provincias ya señaladas, ganar o perder en un “empate técnico” con el PJ en estos distritos sería una victoria cualitativa para Macri.
Esto supone que los partidos y dirigencias conservadoras de todo el país cosecharon sus propios votos y capitalizaron el rechazo de los trabajadores al PJ en sus diversas variantes. La decisión de última hora de Cristina Fernández de romper con el PJ, desconocer a su propio Frente para la Victoria y empujar fuera a sus aliados con posiciones más radicalizadas, lejos de sumarle voluntades la ubicó en una situación de ahogo y aislamiento.
Lo cierto y perfectamente mensurable es que en centros proletarios clave, tanto de la gran industria como de pequeñas y medianas empresas productivas, las fórmulas del oficialismo nacional obtuvieron en esta confusa instancia primaria más respaldo que el PJ. La rotunda supremacía de Cambiemos en Córdoba, Capital Federal, Mendoza y, para sorpresa de todos, en los feudos peronistas supuestamente inexpugnables de La Pampa, San Luis y Neuquén, más el bastión originario de la familia Kirchner en Santa Cruz (donde es gobernadora la hermana del ex presidente, Alicia Kirchner) suponen un revés de proporciones que estalla no sólo al interior del PJ y sus diferentes fracciones, sino también en el estrecho núcleo de la ex presidente.
Saldo neto
Más que suma y comparación de guarismos comiciales, cabe valorar los resultados de las Paso como afirmación de neta hegemonía política de Cambiemos y del gran capital en su conjunto, en una sociedad desarticulada y con la clase obrera a la deriva.
Se trata de un cuadro de situación grave, pero circunstancial. Dependiendo de cómo evolucionen la economía mundial, la situación regional y la actitud de las fuerzas revolucionarias locales, podría tener vigencia sólo por un plazo breve. Mientras tanto, Argentina y América Latina estarán obligadas a asumir esta realidad, ya manifiesta con la extrema beligerancia de Macri frente a la Revolución Bolivariana.
Hacerlo implica reconocer responsabilidades por este desenlace. No es inteligente condenar a los representantes y agentes del gran capital por hacer su labor. Nunca como ahora ha sido necesario un debate sin concesiones en el amplio espectro de agrupamientos y militantes de izquierdas.
Hasta el momento los textos al alcance publicados por agrupamientos de izquierda con personería legal para competir en elecciones, sólo se ocupan de porcentajes y números con artes malabares para desconocer lo evidente: a la inversa del impetuoso crecimiento esperado, los candidatos genéricamente calificables como “izquierdas”, retrocedieron y en el mejor resultado quedaron estancados. Dicho de otro modo: el brusco desplazamiento de votos de la clase trabajadora, las juventudes y las clases medias bajas, no giró a izquierda. Fue a respaldar las promesas desarrollistas de Macri o, en menor proporción, se desperdigó entre opciones socialdemócratas abiertamente proimperialistas como la de 1País (Margarita Stolbizer y Sergio Massa), o la criatura oficial-sindical personificada en Florencio Randazo.
Con cargo de secretario general de una fracción de la Central de Trabajadores Argentinos, un aspirante a diputado se presentó en la provincia de Buenos Aires. Obtuvo el 0,5% de los votos. Está a la vista que no lo respaldó su propio sindicato, el de trabajadores del Estado. Como en el caso de otras varias agrupaciones de izquierdas, no pasa el filtro que permite o no participar de las elecciones legislativas en octubre. Eso ocurrió igualmente con dirigentes de otros sindicatos, de mayor envergadura y peso económico, enrolados en alguna de las variantes peronistas.
Lo que vendrá
Aunque parezca contradecir las evidencias, vale decirlo sin rodeos: no hay un giro a derecha en la sociedad argentina, tanto menos en las juventudes y la clase trabajadora en su estratificado conjunto. Hay una extrema confusión, alentada por el Estado burgués y sus múltiples tentáculos. Y resuelta por la ausencia, ahora inocultable, de una alternativa genuinamente revolucionaria. Con todo, gravita y se impone una fuerza oculta bajo la superficie.
Macri fue el primero que se plantó frente a la amenaza de Donald Trump de invadir a Venezuela. Aunque el tiempo haya podido enseñarle algo, no es por convicción ideológica que exigió y obtuvo que el Mercosur emitiera una declaración contra la voluntad de Washington. Como discípulo de Álvaro Uribe y José Aznar, el presidente argentino debía encolumnarse sin chistar tras la Casa Blanca. No lo hizo. Lo mismo ocurrió en 2002, cuando Eduardo Duhalde fue el primero en calificar el derrocamiento de Hugo Chávez como golpe de Estado y pronunciarse en contra. Negarlo no es sólo mezquindad. Es franca estupidez.
Ni uno ni otro se habían transformado súbitamente en bravos antimperialistas. Nada de eso. Alguien, en representación verdadera del sistema, les advertía sobre las relaciones sociales de fuerzas. Un error en ese terreno hubiera agrandado la fisura en la represa que regula la presión de un poderoso torrente. No lo cometió Duhalde y esa fue una clave para conseguir los objetivos del conjunto de la burguesía en la coyuntura de 2002. El fugaz y aparentemente fracasado Presidente impuso su sucesión y consumó el plan diseñado por sus mandantes. Con la misma intencionalidad actúa Macri.
Vendrá una lucha sin brújula de las clases oprimidas frente al gran capital, cuya hegemonía se hará sentir en todos los terrenos. Y un combate franco, sin tregua, en el campo de batalla de ideas por la genuina emancipación. Ideas a menudo encubiertas por quienes no buscan sino un rinconcito apacible al amparo del sistema burgués en crisis. Pero siempre límpidas para la mirada franca de un hombre o una mujer sinceros.