02 octubre, 2017
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Fragmentos de una obra clave
El doble carácter del Estado soviético
(Fragmento del Capítulo II: El socialismo y el Estado)
La dictadura del proletariado es un puente entre la sociedad burguesa y la socialista. Su esencia misma le confiere un carácter temporal. El Estado que realiza la dictadura tiene como tarea derivada, pero absolutamente primordial, la de preparar su propia abolición. El grado de ejecución de esta tarea “derivada” verifica en cierto sentido el éxito con que se ha llevado a cabo la idea básica: la construcción de una sociedad sin clases y sin contradicciones materiales. El burocratismo y la armonía social están en proporción inversa el uno de la otra.
Engels escribía en su célebre polémica contra ̈Dühring: “(…) Cuando desaparezcan, al mismo tiempo que el dominio de clases y la lucha por la existencia individual engendrada por la anarquía actual de la producción, los choques y los excesos que nacen de esta lucha, ya no habrá nada que reprimir, y la necesidad de una fuerza especial de represión no se hará sentir en el Estado”. El filisteo cree en la eternidad del gendarme. En realidad, el gendarme dominará al hombre en tanto que éste no haya dominado suficientemente a la Naturaleza. Para que el Estado desaparezca, es necesario que desaparezcan “el dominio de clase y la lucha por la existencia individual”. Engels reúne estas dos condiciones en una sola: en la perspectiva de la sucesión de los regímenes sociales, unas decenas de años no cuentan mucho. Las generaciones que soportan la revolución sobre sus propias espaldas, lo ven de otra manera. Es exacto que la lucha de todos contra todos nace de la anarquía capitalista. Pero la socialización de los medios de producción no suprime automáticamente “la lucha por la existencia individual”. Éste es el eje del asunto.
El Estado socialista, aun en América sobre las bases del capitalismo más avanzado, no podría dar a cada uno lo necesario, y se vería obligado, por tanto, a incitar a todo el mundo a que produjera lo más posible. La función del excitador le corresponde naturalmente en estas condiciones y no puede dejar de recurrir, modificándolos y suavizándolos, a los métodos de retribución del trabajo elaborados por el capitalismo. En este sentido, Marx escribía en 1875 que el “derecho burgués (…) es inevitable en la primera fase de la sociedad comunista, bajo la forma que reviste al nacer de la sociedad capitalista después de prolongados dolores de parto. El derecho jamás puede elevarse por encima del régimen económico y del desarrollo cultural condicionado por este régimen”.
Lenin, comentando estas líneas notables, añade: “El derecho burgués en materia de reparto de artículos de consumo corresponde naturalmente al Estado burgués, pues el derecho no es nada sin un aparato de coerción que imponga sus normas. Resulta, pues, que el derecho burgués subsiste durante cierto tiempo en el seno del comunismo, y aún, que subsiste el Estado burgués sin burguesía”.
Esta conclusión significativa, completamente ignorada por los actuales teóricos oficiales, tiene una importancia decisiva para la comprensión de la naturaleza del Estado soviético de hoy o, más exactamente, para una primera aproximación en este sentido. El Estado que se impone como tarea la transformación socialista de la sociedad, como se ve obligado a defender la desigualdad, es decir los privilegios de la minoría, sigue siendo, en cierta medida, un Estado “burgués”, aunque sin burguesía. Estas palabras no implican alabanza ni censura; simplemente llaman a las cosas por su nombre.
Las normas burguesas de reparto, al precipitar el crecimiento del poder material, deben servir a fines socialistas. Pero el Estado adquiere inmediatamente un doble carácter: socialista en la medida en que defiende la propiedad colectiva de los medios de producción; burgués en la medida en que el reparto de los bienes se lleva a cabo por medio de medidas capitalistas de valor, con todas las consecuencias que se derivan de este hecho. Una definición tan contradictoria asustará, probablemente, a los escolásticos y a los dogmáticos; no podemos hacer otra cosa que lamentarlo.
La fisonomía definitiva del Estado obrero debe definirse por la relación cambiante entre sus tendencias burguesas y socialistas. La victoria de las últimas debe significar la supresión irrevocable del gendarme o, en otras palabras, la reabsorción del Estado en una sociedad que se administre a sí misma. Esto basta para hacer resaltar la inmensa importancia del problema de la burocracia soviética, hecho y síntoma.
Justamente porque, debido a toda su formación intelectual, dio a la concepción de Marx su forma más acentuada, Lenin revela la fuente de las dificultades venideras, comprendiendo las suyas, aunque no haya tenido tiempo para llevar su análisis hasta el fondo. “El Estado burgués sin burguesía” se reveló incompatible con una democracia soviética auténtica. La dualidad de las funciones del Estado no podía dejar de manifestarse en su estructura. La experiencia ha demostrado que la teoría no había sabido prever con claridad suficiente: si “el Estado de los obreros armados” responde plenamente a sus fines cuando se trata de defender la propiedad socializada en contra de la contrarrevolución, no sucede lo mismo cuando se trata de reglamentar la desigualdad en la esfera del consumo. Las que carecen de privilegios no se sienten inclinados a crearlos ni a defenderlos. La mayoría no puede respetar los privilegios de la minoría. Para defender el “derecho burgués”, el Estado obrero se ve obligado a formar un órgano del tipo “burgués”, o, dicho brevemente, se ve obligado a volver al gendarme, aunque dándole un nuevo uniforme.
Hemos dado, así, el primer paso hacia la comprensión de la contradicción fundamental entre el programa bolchevique y la realidad soviética. Si el Estado, en lugar de agonizar, se hace cada vez más despótico; si los mandatarios de la clase obrera se burocratizan, si la burocracia se erige por encima de la sociedad renovada, no se debe a razones secundarias como las supervivencias psicológicas del pasado, etc; se debe a la inflexible necesidad de formar y de sostener a una minoría privilegiada mientras no sea posible asegurar la igualdad real.
La distancia que separa a Rusia del Occidente, no se mide verdaderamente sino hasta ahora. En las condiciones más favorables, es decir, en ausencia de convulsiones internas y de catástrofes exteriores, la Unión Soviética necesitaría varios lustros para asimilar completamente el acervo económico y educativo que ha sido, para los primogénitos del capitalismo, el fruto de siglos. La aplicación de métodos socialistas a tareas presocialistas es el fondo del actual trabajo económico y cultural de la Unión Soviética.
Las tendencias burocráticas que sofocan al movimiento obrero también deberán manifestarse por doquier después de la revolución proletaria. Pero es evidente que, mientras más pobre sea la sociedad nacida de la revolución, esta “ley” deberá manifestarse más severamente, sin rodeos; y mientras más brutales sean las formas que debe revestir, el burocratismo será más peligroso para el desarrollo del socialismo. No son los “restos”, impotentes por sí mismos, de las antiguas clases dirigentes los que impiden, como lo declara la doctrina puramente policíaca de Stalin, que el Estado soviético perezca, pues aunque se liberara de la burocracia parasitaria, permanecerían factores infinitamente más potentes, como la indigencia material, la falta de cultura general y el dominio consiguiente del “derecho burgués” en el terreno que interesa más directa y vivamente a todo hombre: el de su conservación personal.
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El plan y el dinero
(Fragmento del capítulo IV: La lucha por el rendimiento del trabajo)
Hemos tratado de poner a prueba al régimen soviético desde el punto de vista del Estado. Podemos hacer lo mismo desde el punto de vista de la circulación monetaria. Los dos problemas, el del Estado y el del dinero, tienen diversos aspectos comunes, pues se reducen ambos, a fin de cuentas, al problema de problemas que es el rendimiento del trabajo. La imposición estatal y la imposición monetaria son una herencia de la sociedad dividida en clases, que no puede determinar las relaciones entre los hombres más que ayudándose de fetiches religiosos o laicos, a los que coloca bajo la protección del más temible de ellos, el Estado –con un gran cuchillo entre los dientes. En la sociedad comunista, el Estado y el dinero desaparecerán y su agonía progresiva debe comenzar en el régimen soviético. No se podrá hablar de victoria real del socialismo más que a partir del momento histórico en que el Estado sólo lo sea a medias y en que el dinero comience a perder su poder mágico. Esto significará que el socialismo, liberándose de fetiches capitalistas, comenzará a establecer relaciones más limpias, más libres y más dignas entre los hombres.
Los postulados de “abolición” del dinero, de “abolición” del salario, o de “eliminación” del Estado y de la familia, característicos del anarquismo, sólo pueden presentar interés como modelos de pensamiento mecánico. El dinero no puede ser “abolido” arbitrariamente, no podrían ser “eliminados” el Estado y la familia; tienen que agotar antes su misión histórica, perder su significado y desaparecer. El fetichismo y el dinero sólo recibirán el golpe de gracia cuando el crecimiento ininterrumpido de la riqueza social libre a los bípedos de la avaricia por cada minuto suplementario de trabajo y del miedo humillante por la magnitud de sus raciones. Al perder su poder para proporcionar felicidad y para hundir en el polvo, el dinero se reducirá a un cómodo medio de contabilidad para la estadística y para la planificación; después, es probable que ya no sea necesario ni aun para esto. Pero estos cuidados debemos dejarlos a nuestros biznietos, que seguramente serán más inteligentes que nosotros.
La nacionalización de los medios de producción, del crédito, la presión de las cooperativas y del Estado sobre el comercio interior, el monopolio del comercio exterior, la colectivización de la agricultura, la legislación sobre la herencia, imponen estrechos límites a la acumulación personal de dinero y dificultan la transformación del dinero en capital privado (usuario, comercial e industrial). Sin embargo, esta función del dinero, unida a la explotación no podrá ser liquidada al comienzo de la revolución proletaria, sino que será transferida, bajo un nuevo aspecto, al Estado comerciante, banquero e industrial universal. Por lo demás, las funciones más elementales del dinero, medida de valor, medio de circulación y de pago, se conservarán y adquirirán, al mismo tiempo, un campo de acción más amplio que el que tuvieron en el régimen capitalista.
La planificación administrativa ha demostrado suficientemente su fuerza y, al mismo tiempo, sus limitaciones. Un plan económico concebido a priori, sobre todo en un país de 170 millones de habitantes y atrasado, que sufre las contradicciones entre el campo y la ciudad, no es un dogma inmutable sino una hipótesis de trabajo que debe ser verificada y transformada durante su ejecución. Se puede hasta dar esta regla: mientras la dirección administrativa está más ajustada a un plan, más difícil es la situación de los dirigentes de la economía. Dos palancas deben servir para reglamentar y adaptar el plan: una palanca política, creada por la participación real de las masas en la dirección, lo que no se concibe sin democracia soviética; y una palanca financiera resultante de la verificación efectiva de los cálculos a priori, por medio de un equivalente general, lo que es imposible sin un sistema monetario estable.
El papel del dinero en la economía soviética, lejos de haber terminado, debe desarrollarse a fondo. La época transitoria entre el capitalismo y el socialismo, considerada en su conjunto, no exige la disminución de la circulación de mercancías, sino, por el contrario, su extremo desarrollo. Todas las ramas de la industria se transforman y crecen, se crean nuevas incesantemente, y todas deben determinar cuantitativa y cualitativamente sus situaciones recíprocas. La liquidación simultánea de la economía rural que producía para el consumo individual y el de la familia, significa la entrada en la circulación social, y por tanto, en la circulación monetaria, de toda la energía de trabajo que se dispersaba antes en los límites de una granja o de las paredes de una habitación. Por primera vez en la historia, todos los productos y todos los servicios pueden cambiarse unos por otros.
Por otra parte, el éxito de una edificación socialista no se concibe sin que el sistema planificado esté integrado por el interés personal inmediato, por el egoísmo del productor y del consumidor, factores que no pueden manifestarse útilmente si no disponen de ese medio habitual, seguro y flexible, el dinero. El aumento del rendimiento del trabajo y la mejora en la calidad de la producción son absolutamente imposibles sin un patrón de medida que penetre libremente en todos los poros de la economía, es decir, una firme unidad monetaria. Se desprende claramente de esto que en la economía transitoria, como en el régimen capitalista, la única moneda verdadera es la que se basa sobre el oro. Cualquier otra moneda no será más que un sucedáneo. Es verdad que el Estado soviético es a la vez el dueño de la masa de mercancías y de los órganos de emisión; pero esto no altera el problema: las manipulaciones administrativas concernientes a los precios fijos de las mercancías no crean, de ninguna manera, una unidad monetaria estable ni la sustituyen para el comercio interior ni, con mucha razón, para el comercio exterior.
Privado de una base propia, es decir, de una base-oro, el sistema monetario de la Unión Soviética, así como el de diversos países capitalistas, tiene forzosamente un carácter cerrado: el rublo no existe para el mercado mundial. Si la Unión Soviética puede soportar mucho mejor que Italia o Alemania las desventajas de un sistema de este género, es, en parte, gracias al monopolio del comercio exterior y, principalmente, gracias a las riquezas naturales del país que son lo único que le permite no ahogarse en las garras de la autarquía. Pero la tarea histórica no consiste en no ahogarse sino en crear, frente a las más altas adquisiciones del mercado mundial, una poderosa economía completamente racional que asegure el mejor empleo del tiempo y, por tanto, el desarrollo más elevado de la cultura.
La economía soviética es precisamente la que, atravesando incesantes revoluciones técnicas y experiencias grandiosas, tiene la mayor necesidad de una constante verificación por medio de una medida estable de valor. En teoría, es indudable que, si la Unión Soviética hubiera dispuesto de un rublo-oro, el resultado de los planes quinquenales hubiera sido infinitamente mejor que el obtenido hasta ahora. Pero no puede juzgarse sobre lo que no existe. Sin embargo, no hay que hacer de la necesidad virtud pues esto nos llevaría a nuevas pérdidas y a nuevos errores económicos.
Apéndice
1. El socialismo en un solo país
Las tendencias reaccionarias a la autarquía constituyen un reflejo defensivo del capitalismo senil a la tarea con que la historia se enfrenta: liberar a la economía de las cadenas de la propiedad privada y del Estado nacional, y organizarla sobre un plan conjunto en toda la superficie del globo.
La “declaración de los derechos del pueblo trabajador y explotado”, redactada por Lenin y sometida por el Consejo de Comisarios del Pueblo a la sanción de la Asamblea Constituyente en las escasas horas que ésta vivió, definía en los siguientes términos “la tarea esencial” del nuevo régimen: “el establecimiento de una organización socialista de la sociedad y la victoria del socialismo en todos los países”. De manera que el internacionalismo de la revolución fue proclamado en el documento básico del nuevo régimen. Nadie se hubiera atrevido, en ese momento, a plantear el problema en otros términos. En abril de 1924, tres meses después de la muerte de Lenin, Stalin escribía en su compilación sobre Las bases del leninismo: “Bastan los esfuerzos de un país para derribar a la burguesía; la historia de nuestra revolución lo demuestra. La victoria definitiva del socialismo, para la organización de la producción socialista, los esfuerzos de un solo país, sobre todo si es campesino como el nuestro, son ya insuficientes: se necesitan los esfuerzos reunidos del proletariado de varios países avanzados”. Estas líneas no necesitan comentario. Pero la edición en la que figuran ha sido retirada de la circulación. Las grandes derrotas del proletariado europeo y los primeros éxitos, muy modestos a pesar de todo, de la economía soviética, sugirieron a Stalin durante el otoño de 1924 que la misión histórica de la burocracia era construir el socialismo en un solo país. (…)
El ex comunista Petrov, a quien ya conocemos, actualmente emigrado blanco, relata, según sus propios recuerdos, cuán áspera fue la resistencia de los jóvenes administradores hacia la doctrina que hacía depender a la Unión Soviética de la revolución internacional: “¡Cómo! ¿No podemos hacer nosotros mismos la felicidad de nuestro país? Si Marx piensa otra cosa, no importa, no somos marxistas, somos bolcheviques de Rusia”. Al recordar las discusiones de 1923-1926, Petrov añade: “Actualmente, no puedo menos que pensar que la teoría del socialismo en un solo país es una simple invención estalinista”. ¡Exacto! Traducía exactamente el sentimiento de la burocracia que, al hablar de la victoria del socialismo, se refería a su propia victoria.
Para justificar su ruptura con la tradición del internacionalismo marxista, Stalin tuvo la imprudencia de sostener que Marx y Engels habían ignorado… la ley del desarrollo desigual del capitalismo, supuestamente descubierta por Lenin. Esta afirmación debería ocupar el primer lugar en nuestro catálogo de curiosidades intelectuales. La desigualdad del desarrollo marca toda la historia de la humanidad, y más particularmente la del capitalismo. El joven historiador y economista, Solntsev –militante extraordinariamente dotado y de una rara calidad moral, muerto en las prisiones soviéticas perseguido por su adhesión a la Oposición de Izquierda– escribió en 1926 una excelente nota sobre la ley del desarrollo desigual, tal como se encuentra en la obra de Marx. Naturalmente que este trabajo no pudo publicarse en la Unión Soviética. Razones opuestas hicieron que se prohibiera la obra de un socialdemócrata alemán –Vollmar– enterrado y olvidado hace largo tiempo, quien sostuvo, ya en 1878, que un “Estado socialista aislado” era posible –refiriéndose a Alemania, no a Rusia– e invocando la “ley” del desarrollo desigual, que se nos dice era desconocida hasta Lenin.
Georg H. von Vollmar escribía:
“El Socialismo implica relaciones económicamente desarrolladas, y si la cuestión se limitara tan sólo a ellas, el socialismo debería ser más fuerte donde el desarrollo económico es mayor. En realidad, el problema se plantea de otro modo. Inglaterra es indudablemente el país más avanzado desde el punto de vista económico y, sin embargo, el socialismo es allí muy secundario, mientras que en Alemania, país menos desarrollado, se ha transformado en una fuerza tal que la vieja sociedad ya no se siente segura…”. Vollmar continuaba, después de haber indicado el poder de los factores que determinan los acontecimientos: “Es evidente que las reacciones recíprocas de tan gran número de factores, hacen imposible, desde el punto de vista del tiempo y de la forma, una evolución semejante aunque no fuera más que en dos países, para no hablar de todos (…). El socialismo obedece a la misma ley (…). La hipótesis de una victoria simultánea del socialismo en todos los países civilizados está completamente excluida, lo mismo que la de la imitación por los otros países civilizados del ejemplo del Estado que se haya dado una organización socialista. (…) Así llegaremos al Estado socialista aislado que espero haber probado que es, si no la única posibilidad, al menos la más probable”. Esta obra, escrita cuando Lenin tenía ocho años, da una interpretación de la ley del desarrollo desigual mucho más justa que las de los epígonos soviéticos a partir de 1924. Notemos que Vollmar, teórico de segunda categoría, no hacía más que comentar las ideas de Engels, a quien, se nos ha dicho, la ley del desarrollo desigual le era desconocida.
El “Estado socialista aislado” ha pasado desde hace largo tiempo del dominio de la hipótesis al de la realidad, no en Alemania, sino en Rusia. El hecho de su aislamiento expresa precisamente el poder relativo del capitalismo mundial y la debilidad relativa del socialismo. Entre el Estado “socialista” aislado y la sociedad socialista, desembarazada para siempre del Estado, queda por franquear una gran distancia que corresponde justamente al camino de la revolución internacional.
Beatrice y Sidney Webb nos aseguran, por su parte, que Marx y Engels no creyeron en la posibilidad de una sociedad socialista aislada, por la simple razón de que “nunca imaginaron” (“neither Marx nor Engels had ever dreamed”) instrumento tan poderoso como el monopolio del comercio exterior. No se pueden leer estas líneas sin embarazo por personas de edad tan avanzada. La nacionalización de los bancos y de las sociedades mercantiles, de los ferrocarriles y de la flota mercante, es tan indispensable para la revolución social como la nacionalización de los medios de producción, incluyendo las industrias de exportación. El monopolio del comercio exterior no hace más que concentrar en manos del Estado los medios materiales de la importación y la exportación. Decir que Marx y Engels nunca pensaron en ello, es decir que no pensaron en la revolución socialista. Para colmo de desdichas, el monopolio del comercio exterior es, para Vollmar, uno de los recursos más importantes del “Estado socialista aislado”. Marx y Engels hubieran podido aprender el secreto en este autor, si él no lo hubiera aprendido de ellos.
La “teoría” del socialismo en un solo país, que Stalin no expone ni justifica en ninguna parte, se reduce a la concepción, extraña a la historia y más bien estéril, de que las riquezas naturales permiten que la Unión Soviética construya el socialismo dentro de sus fronteras geográficas. Se podría afirmar, igualmente, que el socialismo vencería si la población del globo fuese doce veces menor de lo que es. En realidad, la nueva teoría trataba de imponer a la conciencia social un sistema de ideas más concreto: la revolución ha terminado definitivamente; las contradicciones sociales tendrán que atenuarse progresivamente; el campesino rico será asimilado poco a poco por el socialismo; el conjunto de la evolución, independientemente de los acontecimientos exteriores, seguirá siendo regular y pacífico. Bujarin, intentando dar algún tipo de fundamento a la teoría, declaró que estaba probado contra toda duda que “las diferencias de clase en nuestro país o la técnica atrasada no nos conducirán al fracaso; podemos construir el socialismo aun en este terreno de miseria técnica; su crecimiento será muy lento, avanzaremos a paso de tortuga pero construiremos el socialismo y lo terminaremos…” Subrayemos esta fórmula: “Construir el socialismo sobre una base de técnica miserable” y recordemos una vez más la genial intuición del joven Marx: con una base técnica débil “sólo se socializa la necesidad, y la penuria provocará necesariamente competencias por los artículos necesarios que harán que se regrese al antiguo caos”.
En abril de 1926, la Oposición de Izquierda propuso a una asamblea plenaria del Comité Central la siguiente enmienda a la teoría del paso de tortuga: “Sería radicalmente erróneo creer que se puede ir hacia el socialismo a una velocidad arbitrariamente decidida cuando se está rodeado por el capitalismo. El progreso hacia el socialismo sólo estará asegurado cuando la distancia que separa a nuestra industria de la industria capitalista avanzada (…) disminuya evidente y concretamente, en lugar de aumentar”. Con mucha razón, Stalin consideró esta enmienda como un ataque “enmascarado” contra la teoría del socialismo en un solo país y rehusó categóricamente relacionar la velocidad de la edificación con las condiciones internacionales. La versión estenográfica da su respuesta en los siguientes términos: “El que haga intervenir en este caso el factor internacional, no comprende cómo se plantea el problema y embrolla todas las nociones, sea por incomprensión, sea por deseo consciente de sembrar la confusión”. La enmienda de la Oposición fue rechazada.
La ilusión de un socialismo que se construye suavemente –a paso de tortuga– sobre una base de miseria, rodeado por enemigos poderosos, no resistió largo tiempo los golpes de la crítica. En noviembre del mismo año, la XV Conferencia del partido reconoció, sin la menor preparación en la prensa, que era necesario “alcanzar en un plazo histórico relativamente (?) mínimo, y sobrepasar, enseguida, el nivel de desarrollo industrial de los países capitalistas avanzados”. La Oposición de Izquierda fue, en todo caso, “sobrepasada”. Pero aunque dieran la orden de “alcanzar y sobrepasar” al mundo entero en un “plazo relativamente mínimo”, los teóricos que la víspera preconizaban la lentitud de la tortuga, eran prisioneros del “factor internacional” tan temido por la burocracia. Y la primera versión de la teoría estalinista, la más clara, fue liquidada en ocho meses.
El socialismo tendrá que “sobrepasar” ineludiblemente al capitalismo en todos los dominios, escribía la Oposición de Izquierda en un documento repartido ilegalmente en marzo de 1927, “pero en este momento no se trata de las relaciones del socialismo con el capitalismo en general, sino del desarrollo económico de la Unión Soviética con relación al de Alemania, de Inglaterra, de los Estados Unidos. ¿Qué hay que entender por un plazo histórico mínimo? Quedaremos lejos del nivel de los países capitalistas avanzados durante los próximos períodos quinquenales. ¿Qué sucederá en este tiempo en el mundo capitalista? Si admitimos que pueda disfrutar de un nuevo período de prosperidad que dure algunas decenas de años, hablar del socialismo en nuestro atrasado país será una triste necesidad; tendremos que reconocer que nos engañamos al considerar nuestra época como la de la putrefacción del capitalismo. En este caso, la república de los soviets será la segunda experiencia de la dictadura del proletariado, más larga y más fecunda que la de la Comuna de París, pero al fin y al cabo una simple experiencia (…) ¿Tenemos razones serias para revisar tan resueltamente los valores de nuestra época y el sentido de la revolución internacional? No. Al concluir su período de reconstrucción (después de la guerra), los países capitalistas vuelven a encontrarse con todas sus antiguas contradicciones interiores e internacionales, pero aumentadas y agravadísimas. Esta es la base de la revolución proletaria. Es un hecho que estamos construyendo el socialismo. Pero como el todo es mayor que la parte, también es un hecho no menos cierto, pero mayor, que la revolución se prepara en Europa y en el mundo. La parte sólo podrá vencer con el todo (…).
“El proletariado europeo necesita un tiempo mucho menos largo para tomar el poder que el que nosotros necesitamos para superar, desde el punto de vista técnico, a Europa y América… Mientras tanto, tenemos que aminorar sistemáticamente la diferencia entre el rendimiento del trabajo en nuestro país y el de los otros. Cuanto más progresemos, estaremos menos amenazados por la posible intervención de los bajos precios y, en consecuencia, por la intervención armada (…). Cuanto más mejoremos las condiciones de existencia de los obreros y de los campesinos, con mayor seguridad precipitaremos la revolución en Europa, más rápidamente esta revolución nos enriquecerá con la técnica mundial y más segura y completa será nuestra edificación socialista como una parte de la construcción de Europa y del mundo”. Este documento, como muchos otros, quedó sin respuesta, a menos que se hayan considerado como tal las exclusiones del partido y los arrestos.
Después de renunciar a la lentitud de tortuga, hubo que renunciar a la idea conexa de la asimilación del kulak por el socialismo. La derrota infligida a los campesinos ricos por medidas administrativas debía proporcionar, sin embargo, un nuevo alimento a la teoría del socialismo en un solo país: desde el momento en que las clases estaban, “en el fondo”, anonadadas, el socialismo, “en el fondo”, estaba realizado (1931). Era la restauración de la idea de una sociedad socialista “a base de miseria”. Recordamos que un periodista oficioso nos explicó en ese momento que la falta de leche para los niños se debía a la falta de vacas y no a las carencias del sistema socialista.
La preocupación por el rendimiento del trabajo no permite rezagarse en las fórmulas tranquilizadoras de 1931, destinadas a proporcionar una compensación moral a los estragos de la colectivización total. “Algunos creen –declaró súbita-mente Stalin con ocasión del movimiento Stajanov– que el socialismo puede consolidarse con cierta igualdad en la pobreza. Es falso. (…) El socialismo sólo puede vencer, realmente, sobre la base de un rendimiento de trabajo más elevado que en el régimen capitalista”. Justísimo. Pero el nuevo programa de las Juventudes Comunistas, adoptado en abril de 1935 en el congreso que las privó de los últimos vestigios de sus derechos políticos, define categóricamente al régimen soviético: “La economía nacional se ha vuelto socialista”. Nadie se preocupa por reconciliar estas concepciones contradictorias que se lanzan a la circulación según las necesidades del momento. Nadie se atreverá a emitir una crítica, dígase lo que se diga.
La necesidad de un nuevo programa de las Juventudes Comunistas fue justificada en estos términos por el informador: “El antiguo programa contiene una afirmación errónea, profundamente antileninista, según la cual ‘Rusia no puede llegar al socialismo más que por la revolución mundial’. Este punto del programa es radicalmente falso, impregnado de ideas trotskistas” –las mismas ideas que Stalin defendía aún en abril de 1924–. ¡Queda por explicar por qué un programa escrito en 1921 por Bujarin y atentamente revisado por el Buró Político con la colaboración de Lenin, se reveló “trotskista” al cabo de 15, y necesitó una revisión en un sentido diametralmente opuesto! Pero los argumentos lógicos son impotentes cuando se trata de intereses. Después de emanciparse del proletariado de su propio país, la burocracia no puede reconocer que la Unión Soviética depende del proletariado mundial.
La ley de la desigualdad del desarrollo tuvo por resultado que la contradicción entre la técnica y las relaciones de propiedad del capitalismo provocara la ruptura de la cadena mundial en su eslabón más débil. El atrasado capitalismo ruso fue el primero que pagó las insuficiencias del capitalismo mundial. La ley del desarrollo desigual se une, a través de la historia, con la del desarrollo combinado. El derrumbe de la burguesía en Rusia provocó la dictadura del proletariado, es decir, que un país atrasado diera un salto hacia adelante con relación a los países avanzados. El establecimiento de las formas socialistas de la propiedad en un país atrasado tropezó con una técnica y una cultura demasiado débiles. Nacida de la contradicción entre las fuerzas productivas mundiales altamente desarrolladas y la propiedad capitalista, la Revolución de Octubre engendró a su vez contradicciones entre las fuerzas productivas nacionales, demasiado insuficientes, y la propiedad socialista.
Es verdad que el aislamiento de la Unión Soviética no tuvo las graves consecuencias que eran de temerse: el mundo capitalista estaba demasiado desorganizado y paralizado para manifestar todo su poder potencial. La “tregua” ha sido más larga de lo que el optimismo crítico hacía esperar. Pero el aislamiento y la imposibilidad de aprovechar los recursos del mercado mundial aun cuando fuese sobre bases capitalistas (ya que el comercio exterior había caído a una cuarta o quinta parte de lo que era en 1931), no sólo obligaban a hacer enormes gastos en la defensa nacional, sino que provocaban uno de los más desventajosos repartos de las fuerzas productivas y un lento crecimiento del nivel de vida de las masas. Sin embargo, la plaga burocrática ha sido el producto más nefasto del aislamiento.
Las normas políticas y jurídicas establecidas por la revolución ejercen, por una parte, una influencia favorable sobre la economía atrasada y sufren, por otra, la acción deprimente de un medio retrasado. Cuanto más largo sea el tiempo que la Unión Soviética permanezca rodeada por un medio capitalista, más profunda será la degeneración de los tejidos sociales. Un aislamiento indefinido provocaría infaliblemente no el establecimiento de un comunismo nacional, sino la restauración del capitalismo.
Si la burguesía no puede dejarse asimilar pacíficamente por la democracia socialista, el Estado socialista, por su parte, tampoco puede fusionarse pacíficamente con un sistema capitalista mundial. El desarrollo socialista pacífico de “un solo país” no está en el orden del día de la historia; una larga serie de trastornos mundiales se anuncia: guerras y revoluciones. En la vida interior de la Unión Soviética también se anuncian tempestades inevitables. En su lucha por la economía planificada, la burocracia ha tenido que expropiar al kulak; en su lucha por el socialismo, la clase obrera tendrá que expropiar a la burocracia sobre cuya tumba podrá inscribir este epitafio:
“Aquí yace la teoría del socialismo en un solo país”.