La Revolución Rusa de 1917 y el Sur
30 octubre, 2017
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A 100 años del mayor intento por abolir el capitalismo
En 1917, la masacre de la Primera Guerra Mundial impactó en la clase trabajadora como una pesadilla.
Pero en noviembre se propagó la noticia de que los trabajadores habían asumido el poder de gobierno. “Fue como un rayo caído del cielo cuando llegó la noticia del establecimiento del gobierno soviético”, recordó más adelante el revolucionario canadiense Malcom Bruce. “Hubo un gran enaltecimiento en la clase trabajadora”. El educador socialista Charlie Lestor le dijo: “Malcom, ¡es esto! Esto es el comienzo de la revolución mundial”. Y así fue.
A través de estos 100 años, el impulso de la Revolución Rusa se difundió más lentamente que lo que Malcom Bruce esperaba y sufrió muchos retrocesos. Aun así, la semilla plantada en 1917 continúa germinando y creciendo.
El ejemplo soviético
El nuevo gobierno en Rusia fue llamado “Soviético” porque estaba basado en consejos de trabajadores y campesinos (“soviets”) a través del país. Rápidamente tomó profundas medidas para satisfacer las necesidades más urgentes de la clase trabajadora:
Toda la tierra fue nacionalizada y se instauraron comités campesinos a cargo de una distribución equitativa.
El derecho de los trabajadores de supervisar la gestión de las empresas fue asegurado por ley.
Las mujeres recibieron igualdad completa ante la ley, incluyendo el derecho a votar y servir en el gobierno.
Fue garantizada a las nacionalidades que anteriormente conformaban el 58% de la población, la “libre autodeterminación incluyendo el derecho a secesionarse”
A los musulmanes, el 15% de la ciudadanía soviética, les dijeron que “de aquí en adelante, sus creencias y costumbres, sus instituciones nacionales y culturales son declaradas libres e inviolables”. Fueron instados a “construir su propia vida libremente y sin interferencias”.
Los Soviéticos convocaron a todos los poderes belicosos a confluir en una paz “justa y democrática” sin anexiones o compensaciones, una paz “basada en el derecho de todas las naciones a la autodeterminación”. Rápidamente llegaron a un cese al fuego con Alemania y sus aliados.
El llamado soviético a la paz impulsó al presidente de Estados Unidos Woodrow Wilson a incluir promesas discursivamente similares en su programa de paz “Catorce Puntos” que fue ampliamente ignorado en los tratados de París de 1919 que pusieron fin a la guerra.
La convocatoria soviética, por el contrario, fue adoptada por movimientos de trabajadores y soldados en los países en guerra, que se alzaron en rebelión en octubre y noviembre de 1918 y llevaron la guerra a un abrupto final.
En los años siguientes, las conquistas sociales de los trabajadores en Rusia tuvieron un vasto impacto en otros países. La República Soviética –después de 1922, la “Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas” (Urss)– marcó el ritmo en derechos de género, medidas para contrarrestar el chauvinismo y el racismo, y acciones para proteger culturas y lenguajes minoritarios. En Occidente se crearon partidos comunistas siguiendo el modelo bolchevique y, en muchos casos, crecieron hasta abarcar decenas o cientos de miles de miembros.
Pero en ningún país occidental los partidarios de la Revolución Rusa lograron un avance.
Inesperadamente, fue en las colonias y semicolonias, en las naciones oprimidas, dependientes y explotadas donde la Revolución Rusa tuvo su impacto más duradero y transformador.
Una Internacional revolucionaria
En marzo de 1919, una conferencia en Moscú fundó la Internacional Comunista (Comintern), un partido mundial dedicado a propagar la revolución socialista. El bloqueo imperialista de la Rusia Soviética limitó la asistencia a 52 delegados. Trece de ellos representaban a nueve pueblos asiáticos, incluyendo ligas de obreros coreanos y chinos en Rusia.
El manifiesto de la conferencia condenaba la opresión colonial. “Hay rebeliones abiertas y fermento revolucionario en todas las colonias”, establecía, previendo que el estallido de los trabajadores en Europa llevaría a los pueblos de las colonias la tan requerida asistencia. Y agregaba:
“La liberación de las colonias es posible sólo junto con la liberación de la clase trabajadora en los centros imperialistas… Esclavos coloniales de África y Asia: la hora de las dictaduras proletarias en Europa será también la hora de su liberación”.
Las palabras del Manifiesto reflejaban la esperanza de socialistas de todo el mundo de que el poder soviético probablemente se expandiera a través de Europa ese año, derribando por igual gobiernos capitalistas e imperios coloniales.
Traducido a muchos idiomas, el Manifiesto tocó una fibra entre los activistas de las colonias y semi-colonias. Claude McKay, un comunista negro pionero en Estados Unidos, dijo que “este pasaje del manifiesto despertó el interés de muchos grupos radicales negros que distribuyeron el documento por todo Estados Unidos”.
Otras resoluciones del congreso prometían apoyo a los pueblos de las colonias “en su lucha contra el imperialismo” y condenaban a los partidos obreros previamente pro-guerra por avalar explícitamente el dominio colonial contra las poblaciones coloniales.
Un pasaje desacertado en otra resolución denunciaba a los Estados imperialistas por enviar “tropas coloniales brutales y bárbaras –es decir, trabajadores de África forzados a integrar el ejército francés– a atacar trabajadores en Europa. El delegado holandés S.J. Rutgers protestó contra el pasaje, proponiendo en su lugar denunciar a los poderes coloniales por atacar trabajadores en Europa “con la misma crueldad que proceden contra los pueblos de las colonias”.
Y aun cuando el congreso estaba reunido, las tropas africanas desplegadas en la intervención de Francia contra la República Soviética estaban demostrando su oposición a esta guerra. Los generales franceses los calificaban de “incontrolables” y pronto los retiraron. El error acerca de las tropas africanas fue rectificado en el congreso mundial del Comintern de 1921.
Para la lucha global “combinada”
En noviembre de 1919, ocho meses después del congreso fundacional, Vladimir Ulianov (Lenin), el jefe de gobierno soviético, propuso un marco de referencia para la lucha global contra el imperialismo diferente que la presentada en el manifiesto del Comintern de marzo de 1919. Para entonces, estaba claro que las luchas obreras al oeste de la República Soviética habían fallado en concretar avances inmediatos. Al este, sin embargo, la crisis más aguda de la guerra civil rusa ya había pasado y los ejércitos soviéticos, que incluían alrededor de 300 mil musulmanes y 50 mil inmigrantes chinos como soldados, estaban avanzando a través de Asia.
Grupos pro-soviéticos entre pueblos de mayoría musulmana, unidos en las Organizaciones Comunistas de los Pueblos de Oriente, se reunieron en noviembre de 1919. Lenin se dirigió a la reunión, explicando la convulsionada situación internacional:
“(…) La revolución socialista no será sola o únicamente una lucha del proletariado revolucionario en cada país contra su burguesía. No, será una lucha de todas las colonias y países oprimidos por el imperialismo contra el imperialismo internacional (…) La guerra civil de la clase trabajadora contra los imperialistas y explotadores en todos los países avanzados está empezando a combinarse con guerras nacionales contra el imperialismo internacional”.
Como este pasaje indica, la experiencia revolucionaria en Rusia había hecho a un lado el concepto socialista previo de que “los pueblos de Oriente” –es decir de Asia y África– iban a ser pasivos receptores de libertad. De hecho, la Revolución Rusa en sí misma fue en buena parte una rebelión en contra del colonialismo zarista
Alianza con el nacionalismo revolucionario
Pero, ¿cómo se podría lograr la alianza propuesta entre trabajadores y levantamientos nacionales? El tema fue abordado en el Segundo Congreso del Comintern, llevado a cabo entre el 9 de julio y el 7 de agosto de 1920 en Moscú. Entre los 218 delegados, 33 representaban grupos de 12 nacionalidades de Asia. Aunque muchos de esos grupos eran pequeños, Lenin recalcó el significado de su presencia en el primer congreso verdaderamente global del socialismo mundial. El congreso –dijo– estaba dando los primeros pasos en la unión de la lucha de los proletarios revolucionarios con las masas de los países, representando el 70% de la población mundial que “encuentra imposible vivir bajo las condiciones que el capitalismo ‘avanzado’ y ‘civilizado’ desea imponerles”.
El debate del congreso estuvo marcado por el encuentro entre Lenin y M.N. Roy, un revolucionario de 33 años proveniente de la India. Claramente, era necesario un extenso movimiento por la liberación nacional. A partir de la experiencia india, sin embargo, Roy dudaba que una alianza con las fuerzas de la burguesía nacional fuera posible. Roy y Lenin sostuvieron grandes discusiones, en las cuales ambos modificaron sus tesis para incorporar las sugerencias del otro. En particular, Lenin cambió su tesis para recomendar una alianza con el “nacionalismo revolucionario”, en lugar de la “burguesía democrática”.
Lenin explicó: “El significado de este cambio es que nosotros, como Comunistas, debemos apoyar y apoyaremos los movimientos de liberación burguesa en las colonias sólo cuando éstos sean genuinamente revolucionarios y cuando sus exponentes no impidan nuestro trabajo de educar y organizar en un espíritu revolucionario al campesinado y las masas de explotados. Si estas condiciones no existen, los Comunistas deben combatir a los burgueses reformistas”.
El Comintern mira al Sur
Dos meses después, un “Congreso de Pueblos de Oriente” organizado por la Comintern, se realizó en Bakú, Azerbaiján. Fue correctamente descripto por el presidente del Comintern, Grigorii Zinoviev, como el “complemento, la segunda mitad” del Segundo Congreso Mundial.
El ciclo de siete años de guerra y guerra civil en la Rusia europea estaba llegando a su fin, pero la Rusia asiática y sus fronteras del sur estaban desgarradas por las convulsiones y la guerra. Los Ejércitos británicos estaban ahora en retirada de sus puestos de avanzada en Asia Central, mientras que el Ejército Rojo avanzaba hacia el sur y el este. Las nuevas repúblicas soviéticas dirigidas por musulmanes surgieron en Rusia y sus fronteras. Pero los ejércitos británicos habían invadido recientemente Afganistán y estaban todavía presentes en Turquía, Irán y Asia Central, mientras que las tropas japonesas se mantenían en el este de Siberia.
Para el Comintern, según sostuvo el historiador E.H. Carr, el congreso de Bakú era para empezar un proceso de “llamamiento a Oriente para rectificar el equilibrio de Occidente”.
Convocado como una asamblea antimperialista masiva de obreros y campesinos de Turquía, Armenia e Irán, el congreso de Bakú tuvo 1.891 participantes, en su mayoría de repúblicas soviéticas asiáticas, pero con delegaciones de más de 100 personas de Turquía, Armenia, Irán y Georgia.
Dos tercios de ellos registraron su afiliación como comunistas, mientras que el balance incluyó una diversidad de nacionalistas rebeldes de muchas tendencias.
Cincuenta y cinco eran mujeres. Hubo una prolongada discusión en el congreso acerca del rol apropiado de las mujeres en el movimiento de liberación. Quedó cerrada en el sexto día con la presentación de una propuesta para elegir tres mujeres para el Comité Presidencial. La minuta registra: “Gritos: ‘Sí, sí’. Aplauso que crece hasta una ovación”.
El congreso reivindicó la “liberación de toda la humanidad del yugo de la esclavitud capitalista e imperialista” y lanzó una celebrada convocatoria a todos los pueblos de Asia a “avanzar como uno en una lucha sagrada contra el conquistador británico”.
Los tres años siguientes el trabajo educativo del Comintern y la ayuda soviética contribuyeron a expulsar a las fuerzas británicas y japonesas de la región. Se establecieron gobiernos Soviéticos en el Cáucaso y Mongolia.
En las Indias Orientales Holandesas (actualmente Indonesia), los partidarios de la revolución rusa se aliaron con el “Sarekat Islam”, un movimiento islámico anticolonialista de masas, y ganaron influencia entre sus filas.
En India, gobernada entonces por Gran Bretaña, un movimiento comunista echó raíces a fines de la década de 1920 y contribuyó al fin de la ocupación en la década de 1940.
En Vietnam, Ho Chi Minh fundó un movimiento nacionalista en 1925 que más adelante, como Partido Comunista Vietnamita, condujo una prolongada y heroica lucha por la independencia nacional y el socialismo. (Ver su declaración ante el Comintern en el congreso de 1925).
Revolución nacional en China
Pero fue en China que la Revolución Rusa tuvo el mayor impacto. En 1921 China permanecía desmembrada por ejércitos militares de líderes rivales e incursiones de varios poderes imperialistas rivales. Dos fuerzas competían por el liderazgo de la lucha de China contra el imperialismo y los terratenientes feudales: el Guomindang (GMD) y el Partido Comunista Chino (PCC). Sun Yat-sen, el líder del GMD hasta su muerte en 1925 admiraba a la república soviética y hablaba de crear una forma de socialismo en China. Su movimiento, con raíz en la naciente clase capitalista china, tenía amplio apoyo a lo largo del país. El PCC, fundado en 1921, consistía al principio en sólo unas docenas de intelectuales.
Inicialmente ambos movimientos eran aliados. Los miembros del PCC se sumaron al GMD que recibía asistencia militar soviética. Después de la muerte de Sun, el GMD se reorientó hacia el imperialismo occidental y libró una guerra contra el movimiento comunista. Pero el movimiento popular revolucionario persistió. Entre 1946 y 1949, arrastró al PCC al gobierno poniendo a China en un camino de crecimiento económico y estatus de superpotencia.
Liberación negra
¿Y qué pasaba en África y América Latina? No estaban contemplados por el término “Pueblos de Oriente”, que reflejaba una mirada eurocéntrica.
Los pueblos africanos no tenían voz en la vida política. Sin embargo, en 1919, trabajadores negros de Suráfrica llevaron a cabo su primera huelga masiva. Los años posteriores a la Revolución Rusa vieron la fundación de las primeras organizaciones políticas africanas de lucha contra el orden colonial.
Una resolución del Segundo Congreso del Comintern (1920) identificaba a los “negros de América” como una nación oprimida y prometía apoyo a su liberación. En 1922, dos dirigentes revolucionarios en la comunidad negra estadounidense –Otto Huiswoud y Claude McKay– arribaron a Moscú y participaron del Cuarto Congreso de la Comintern. Éste adoptó sus tesis prometiendo apoyo a la “lucha internacional de la raza negra” en África, América Latina y Estados Unidos. El congreso resolvió realizar una “conferencia general o congreso de negros en Moscú”, que finalmente se llevó a cabo en Hamburgo en 1930 y contribuyó a la emergencia de un movimiento de liberación panafricano.
América Latina
Los países de América Latina, aunque en su mayoría formalmente independientes, estaban de hecho sujetos a la dominación estadounidense y británica. Pasada la crisis y destrucción de la Primera Guerra Mundial, experimentaron un ascenso de las luchas sociales entre 1918 y 1920. Un Partido Socialista argentino con mil miembros se afilió al Comintern en 1918, un pequeño grupo comunista se formó al año siguiente en México y en todos lados la República Soviética generaba amplia simpatía. Mientras, una renovada alza de la Gran Revolución Mexicana derrocó al represivo gobierno de Carranza en 1920.
Faltaban algunos años, de todas formas, antes de que América Latina fuera representada con fuerza en las reuniones del Comintern. Fue un delegado de Estados Unidos, Louis Fraina, el primero que expresó ante el Congreso del Comintern de 1920 la mirada sobre América Latina de los partidarios de la revolución rusa de todo el mundo. “Todo América Latina debe ser considerado como una colonia de Estados Unidos”, dijo, apuntando a la penetración económica y financiera de Estados Unidos, sus ejércitos de ocupación y su aplicación de la Doctrina Monroe. “Es absolutamente necesario luchar contra el imperialismo [estadounidense] desplegando movimientos revolucionarios en Latinoamérica”, continuó Fraina, pugnando por “un gigantesco movimiento revolucionario que incluya América como un todo”.
Aunque los partidarios de la Revolución Rusa en América Latina eran poco conocidos internacionalmente a principios de la década de 1920, pronto construyeron partidos fuertes y maduros en muchos países, con líderes eminentes como Luis Recabarren (Chile), José Carlos Mariátegui (Perú) y Julio Antonio Mella (Cuba). En 1929, los Partidos Comunistas latinoamericanos realizaron su propia conferencia en Buenos Aires.
La dimensión indígena
Una característica central de la revolución mexicana, la lucha de los pueblos originarios contra los terratenientes y por la protección y restauración de la tradicional propiedad comunal, sintonizaba con el curso de la revolución agraria en Rusia. Sin embargo, no ha salido a la luz ninguna mención a la revuelta indígena mexicana en las primeras actas del Comintern. Aun así, el siguiente intercambio en 1920 entre Lenin y Charles Phillips, un expatriado estadounidense radicado en México, resulta intrigante:
Lenin preguntó qué publicaciones usaban los comunistas para llegar a los campesinos. Ninguna, ya que los campesinos eran en su mayoría indios analfabetos, respondió Phillips. “Oh, bueno, puedo entender eso”, dijo Lenin. “Sin duda. Pero primero debes encontrar una forma de llegarles… tienes que enviar gente especial que pueda hablar su lengua”. Golpeado con este inesperado consejo, Phillips envió una carta a sus camaradas en México.
El Congreso de Bakú, realizado ese mismo año, protestaba contra la opresión de los pueblos indígenas en un contexto completamente distinto. Muchos de los pueblos musulmanes representados allí habían sufrido el racismo colonialista en el tiempo de los zares y aún durante el gobierno soviético esos abusos persistían.
Narbutabekov, un delegado de Turkestán, denunciaba que “colonizadores actúan bajo la máscara del comunismo”. Recibió un gran aplauso y gritos de “Bravo”. El presidente del Comintern, Grigorii Zinoviev, prometió acciones correctivas. Para conseguirlas, 27 delegados fueron a Moscú, donde se tomaron fuertes medidas.
Pero no fue hasta fines de la década de 1920, en parte gracias al trabajo de Mariátegui, que el Comintern prestó atención a los movimientos indígenas en las Américas. En la actualidad, el nuevo siglo está siendo testigo de una convergencia a nivel mundial entre la insurgencia aborigen y el legado anticolonialista de la Revolución Rusa.
El amanecer cubano
Luego del ascenso de Stalin, la política del Comintern hacia el sur divergió de la estrategia adoptada en los tiempos de Lenin. Sin embargo, la influencia de la Revolución Rusa ahora fluía ampliamente a través del movimiento global por la liberación colonial en su conjunto. El ejemplo de Octubre de 1917 continuó inspirando las luchas antimperialistas.
A fines de la década de 1950, el ejemplo de la revolución rusa fue uno de los factores que inspiró el Movimiento 26 de Julio en Cuba, un movimiento revolucionario nacionalista, del estilo de los que se identificaban con el primer Comintern. Bajo el liderazgo de Fidel y Raúl Castro, Camilo Cienfuegos, Che Guevara y sus camaradas, los trabajadores y campesinos cubanos tomaron el poder en 1959. En los años siguientes, los revolucionarios cubanos alcanzaron una fértil síntesis de marxismo y las tradiciones de liberación de su propio país, ejemplificadas por José Martí.
A pesar de los salvajes golpes del imperialismo estadounidense, la revolución cubana, sobre la base de los logros de la revolución rusa, mostró una resistencia y continuidad aún mayor que la conseguida en Rusia. La asistencia brindada por Cuba aseguró la independencia de Angola, derribó el Apartheid en Sudáfrica y defendió la victoria Sandinista en Nicaragua. La solidaridad humanitaria de Cuba, sobre todo a través de ayuda médica, tocó las vidas de millones. De hecho, Cuba aplica los principios de la Revolución Rusa con un éxito que trasciende lo que era posible en la generación de Lenin.
Y mientras entrábamos en el nuevo milenio, Cuba encontró nuevos aliados: los pueblos de Venezuela, Bolivia y otros países de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba). Hugo Chávez, de Venezuela, entrelazó el legado de la Revolución Rusa, las enseñanzas de Simón Bolívar, la tradición indígena y un radicalismo basado en la fe, en una inspiradora propuesta por el Socialismo del Siglo XXI.
Ahora, en el 100º aniversario de la Revolución Rusa, los pueblos del mundo están amenazados por la opresión y el racismo imperialistas, el empobrecimiento neoliberal, la destrucción ambiental y la amenaza de la guerra nuclear. En nuestro tiempo, como nunca antes, las ideas emancipadoras de la revolución rusa mantienen su relevancia e influencia.
Traducción de Julia de Titto
(*) John Riddell es un militante socialista radicado en Toronto, Canadá. Es editor y traductor de nueve volúmenes de documentos sobre el movimiento revolucionario global entre 1907 y 1924. Para más información sobre estos volúmenes ver http://johnriddell.wordpress.com.