01 diciembre, 2017
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Año de derrotas y aislamiento para Estados Unidos
No logró quebrar a Venezuela y el Alba, ni a Siria en Medio Oriente. Washington pierde terreno a nivel mundial y su poder sobre el sistema financiero internacional está acechado. Así llega 2018.
El fantasma de la crisis capitalista todavía está muy presente. Luego del estallido del sistema financiero internacional y las profundas recesiones sufridas principalmente por los países más desarrollados, la amenaza de un nuevo derrumbe económico todavía está latente. “Sufrimos en 2008 la crisis financiera más grave desde la Segunda Guerra Mundial (…) pero somos más vulnerables a una crisis financiera global ahora que en 2008”, afirmó el ex presidente del Banco Central Europeo (BCE), Jean-Claude Trichet, quien vivió desde dentro aquella debacle.
En Estados Unidos, muchos analistas consideran que los ingredientes para un nuevo estallido económico y financiero ya están sobre la mesa. El año pasado, las empresas no financieras del país rompieron un nuevo récord de endeudamiento, que alcanzó los 673.400 millones de dólares. Los números demuestran que gran parte de ese dinero no se utilizó para invertir, sino para distribuir dinero entre los accionistas de las empresas.
A nivel estatal, Estados Unidos tiene una deuda pública estimada en más de 14 billones de dólares (14.000.000.000.000). De ese total, China tiene casi 1,2 billones de dólares en bonos emitidos por el Tesoro. También tienen deudas impagables potencias económicas como Japón –cuyo endeudamiento supera en más de 200% a su PIB– y varios miembros de la Unión Europea, como Grecia, Italia, Portugal y España, entre otros.
Con este escenario económico nacional e internacional bajo sus pies, Donald Trump tomó el mando de la Casa Blanca en enero. En el plano político, la nueva figura presidencial representa en sí misma la degradación del sistema bipartidista estadounidense (ver pág. 14), lamentada a diario por algunos de los principales medios de comunicación del país y el mundo.
Apenas asumió, en un giro que expuso la debilidad de Washington a nivel mundial, el flamante Presidente enterró los acuerdos multilaterales de libre comercio, que hasta hace poco promovía Washington para ganar mercados. Ahora la bandera de la defensa del libre comercio internacional es enarbolada por China, que ocupa gradualmente el espacio dejado por Estados Unidos, cada vez más dependiente de su poderío militar y destructivo.
Nuevas relaciones de fuerza
Evidencia de este nuevo cuadro mundial es el avance de los planes chinos de expansión global, que este año se materializaron con los megaproyectos de comercio e infraestructura de la Franja y la Ruta de la Seda, que atraen al mundo entero. Con una inversión inicial de 110 mil millones de dólares, el gobierno de Xi Jinping presentó un plan de infraestructura y comercio con eje en Eurasia y extensión a África y América Latina. Acudieron a Pekín 29 Jefes de Estado y representantes de un centenar de países. Ésta fue sin dudas una de las mayores derrotas del año para Estados Unidos, que ya ni siquiera intenta competir con planes similares.
Todo esto redunda en algo más grave: está amenazada la hegemonía del dólar, lenta pero persistentemente horadada por varios países, entre los que destacan China, Rusia e inclusive Venezuela, que luego de las sanciones de Washington contra su economía respondió cotizando el petróleo según una canasta de monedas, principalmente el yuan chino.
“El mundo no debería estar dominado por una sola moneda”, aseguró el primer ministro ruso, Dimitriv Medvedev, en reunión con su par chino a comienzos de noviembre. Ambos calificaron la estructura financiera mundial como “desbalanceada” y firmaron 20 acuerdos para profundizar todavía más la relación bilateral y comercial, prescindiendo del dólar. Moscú y Pekín tienen un objetivo común: reducir la dependencia de la moneda estadounidense en el comercio exterior y los mercados financieros. El pasado 9 de octubre, China puso en marcha un sistema de pago para realizar transacciones en yuanes y rublos. Rusia también está desarrollando un sistema de pago propio.
El aislamiento, las derrotas y el retroceso estadounidense en algunos puntos específicos del mundo, con el paralelo ascenso de China, Rusia y la pluripolaridad, han debilitado a la moneda que rige el intercambio de mercancías en el planeta.
América rebelde
A nivel regional, el gobierno estadounidense se planteó como un objetivo central para este año lograr quebrar definitivamente a la Revolución Bolivariana y todos los lazos tejidos desde Venezuela hacia el resto de América Latina y el Caribe. La decisión de Washington quedó en evidencia cuando impulsó las operaciones violentas que se sucedieron en el país desde abril hasta el 30 de julio, día en que la elección constituyente enterró los planes desestabilizadores al sumar más de ocho millones de votos.
Mientras grupos compuestos por mercenarios, jóvenes radicalizados y paramilitares profesionales lanzaban acciones de violencia y provocación en algunos puntos de Venezuela, amparados en los llamados a “manifestaciones pacíficas” por parte de la dirigencia opositora, Estados Unidos buscaba tejer una alianza internacional lo suficientemente amplia para aislar al país e intervenirlo militarmente.
La Organización de Estados Americanos (OEA) falló una y otra vez en la tarea y pese a las enormes presiones y chantajes de Washington –especialmente sobre los países del Caribe– nunca consiguió los votos para aprobar la Carta Democrática contra el país. Más aún, en abril el gobierno de Venezuela anunció que iniciaba el proceso formal de salida del organismo, con amplio apoyo de su población y los gobiernos del Alba.
De aquella estrategia internacional que buscaba un apoyo masivo contra el gobierno bolivariano del grueso de los 34 países miembros de la OEA, Washington debió conformarse con agrupar a la distancia un conjunto de 12 países autodenominado Grupo de Lima, formado por Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay y Perú. Más allá de la retórica, este grupo no tomó ninguna decisión importante contra Venezuela.
Por eso, ante el triunfo constituyente de la Revolución Bolivariana, Estados Unidos debió actuar directamente y puso en marcha agresivas sanciones económicas y financieras para bloquear a Venezuela. En los primeros días de agosto Trump amenazó incluso con atacar militarmente, pero recibió el rechazo de todos los gobiernos de América Latina, otro revés impensado para la Casa Blanca.
El papel jugado por la oposición venezolana durante este año frente a las amenazas externas y promoviendo la violencia interna –sumado a sus profundas contradicciones y divisiones, terminó por sepultar sus aspiraciones electorales. Tras fracasar en su intento de boicot a la elección constituyente, en octubre la MUD sólo ganó en 5 de los 23 estados en la elección de gobernadores, quedó fracturada y sus principales partidos ni se presentarán para las elecciones municipales del 10 de diciembre. Ahora temen lo que añoraban: elecciones presidenciales anticipadas, en las que Maduro tendría grandes chances de ser reelegido.
Este panorama político encendió las alarmas en el Departamento de Estado. El temor de la dirigencia política estadounidense sobre el proceso venezolano es, ante todo, su irradiación hacia el conjunto de la región. Lo dejó claro uno de los senadores más influyentes en la política exterior del gobierno de Trump, el ultraderechista Marco Rubio, cuando declaró: “Ahora amenazan al gobierno de Honduras con un candidato de izquierda. El Salvador ya está a mitad de camino con su liderazgo actual; Nicaragua ya está en esa vía; Guatemala está a punto de ser un estado fallido debido a los desafíos que enfrenta, todo esto empujado hacia México, que tiene una figura de centroizquierda chavista que se presenta a la presidencia dentro de un año. Y así, rápidamente dentro de cuatro años, si esto funciona en Venezuela, veremos que se extendió a Colombia, Honduras, Guatemala, ya está en Nicaragua, El Salvador, y finalmente en México, y de allí directo a la frontera de Estados Unidos”. De la geopolítica a la geoparanoia.
Pese a que el foco de la política de Washington para la región está puesto en Venezuela, el radar incluye al resto de los países del Alba. Este año Trump reactivó la agresiva y fallida política de aislamiento y bloqueo pleno contra Cuba. Entre otras medidas, revirtió parte de los acuerdos bilaterales firmados por Obama y redujo al mínimo indispensable el personal diplomático. “Reafirmamos que cualquier estrategia que pretenda destruir a la Revolución Cubana fracasará”, respondió el canciller cubano, Bruno Rodríguez, durante la Asamblea General de la ONU. Semanas después, nuevamente Estados Unidos e Israel quedaban aislados al votar a favor del bloqueo a Cuba, rechazado por los restantes 191 países.
Nicaragua también es blanco de esta ofensiva. En noviembre, el gobierno estadounidense anunció que pondrá fin en enero al Estatus de Protección Temporal (TPS, por sus siglas en inglés) que tienen los inmigrantes provenientes de este país. Además, el Congreso tiene pendiente la votación de un proyecto denominado Nica Act que tiene como objetivo central bloquear los créditos internacionales a este país.
Otro de los países en la mira es Bolivia. Sin embargo, las maniobras injerencistas del encargado de negocios de la embajada estadounidense en La Paz, Peter Brennan (no hay embajador desde 2008), duraron poco. Inmediatamente el presidente Evo Morales advirtió con expulsarlo y el Departamento de Estado lo reemplazó. Washington ya salió al cruce de la posible habilitación del mandatario indígena para postularse a un nuevo período en las elecciones de 2019.
Más retrocesos en el resto del mundo
Donald Trump realizó en su primer año de gobierno tres giras fundamentales en un mundo que, como él mismo admitió luego, tenía más naciones de las que alguna vez imaginó. En mayo, Medio Oriente; en mayo y julio, Europa; en noviembre, Asia. Los asuntos latinoamericanos los trató en la Casa Blanca con presidentes aliados y también con su vicepresidente, Mike Pence, cuando lo envió de gira en agosto (ver Contraofensiva…). Y desarrolló con el presidente ruso, Vladimir Putin, una agenda bilateral que provocó un tembladeral en el seno del poder imperialista y de la cual salieron acuerdos sobre Siria y se sentaron las bases para posibles salidas políticas en conflictos militares como Ucrania y Corea del Norte.
Le tocó a Trump asumir en Siria la derrota que le correspondía a su antecesor, Barack Obama. Este fracaso, signado por la presencia militar de Rusia a partir de 2015 y la posterior recuperación del territorio por parte del presidente Bashar al Assad, marcó una nueva relación de fuerzas en Medio Oriente y el obligado cambio de estrategia de Washington.
Trump siempre cuestionó la estrategia de Obama y la ex canciller Hillary Clinton para Siria. No por un afán pacifista sino porque él hubiese querido acabar con al Assad antes de que los rusos intervinieran militarmente en el conflicto. “Si Obama hubiera cumplido la ‘línea roja’ que fijó en 2013 y que implicaba intervenir en Siria si Assad usaba armas químicas, Irán y Rusia no estarían involucrados de manera tan agresiva en el conflicto como lo están actualmente”, dijo a fines de julio.
El mandatario estadounidense suspendió a mediados de año el programa de la CIA dedicado a armar y entrenar milicias creadas por Obama para acabar con el presidente sirio. La decisión se confirmó en los mismos días en que Trump y Putin acordaban personalmente un alto el fuego en el sur de Siria para evitar que los grupos terroristas teledirigidos contra el presidente al Assad fueran aplastados por la maquinaria militar siria, rusa e iraní, con el apoyo de las milicias chiíes libanesas de Hezbolá.
Trump y Putin establecieron zonas de distensión para aliviar la tragedia humanitaria en Siria y también coincidieron en que al Assad dejaría de ser moneda de cambio para la pacificación del país árabe. Aquel acuerdo alcanzado en la Cumbre del G20 en Hamburgo fue una implícita firma de la derrota de Estados Unidos –nada más ni nada menos ante Rusia– que buena parte del poder establecido norteamericano no le perdona a Trump.
Washington limitó desde entonces su presencia militar al norte de Siria a través de otro programa militar, instrumentado por el Pentágono para asistir por aire y tierra a las milicias kurdas que luchan contra Daesh (Estado Islámico).
Cambio de rumbo
Ante este fracaso irreversible, Trump reformuló la política imperialista hacia Medio Oriente, reinstalando en escena a Irán con ayuda de Israel y Arabia Saudí. Tras la visita que hizo en mayo a estos dos países se profundizaron las acciones conjuntas para advertir a “la comunidad internacional” que no iban a tolerar que Irán permaneciera mucho tiempo más en Siria.
En su primera gira exterior como presidente estadounidense, Trump denunció sin pruebas que el gobierno iraní financia el terrorismo y provocó temor internacional ante la posibilidad de otra guerra en la región. Pidió públicamente un mayor compromiso de los países árabes e Israel para luchar contra el extremismo, que según su criterio implica enfrentar tanto a Daesh y otros grupos terroristas como “a países como Irán, que impulsa el terrorismo y financia y fomenta una violencia terrible”. A los israelíes les dijo: “Sus vecinos árabes se dan cada vez más cuenta de que tienen una causa común con ustedes, con la amenaza que supone Irán”.
Tras este respaldo a sus principales socios, Israel y Arabia Saudí, vino la decisión de aislar a Qatar por supuestos “vínculos con el terrorismo”, en clara referencia a Irán. En la misma línea se anota el fortalecimiento del rol de Arabia Saudí en la región; el recrudecimiento de los ataques en Yemen con decenas de miles de civiles muertos; preparar el escenario para una implosión de Líbano, exponer ante el mundo que el fracaso es responsabilidad de Hezbolá y amenazar con rechazar el acuerdo nuclear firmado en 2015 entre Obama y el gobierno iraní.
Una semana después de aquella gira de Trump, Arabia Saudí, Emiratos Árabes, Baréin, Egipto, Mauritania y Maldivas rompieron relaciones diplomáticas con Qatar. La decisión de estos países puso en riesgo el funcionamiento del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), una alianza con intereses económicos, financieros y militares en la región compuesta por Kuwait, Qatar, Omán, Baréin, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí.
“Durante mi reciente viaje a Medio Oriente declaré que ya no puede haber ninguna financiación a la Ideología Radical. Los líderes señalaron a Qatar: ¡Miren!”, comentó Trump en Twitter tras la decisión de bloquear al país petrolero por sus vínculos con Irán. Y agregó: “El rey (Salman bin Abdelaziz) dijo que (los países aliados) tomarían una línea dura contra el financiamiento del extremismo. Todas las referencias estaban dirigidas a Qatar. Quizás este sea el comienzo del fin del terrorismo”.
Luego la portavoz del Departamento de Estado, Heather Nauert, intentó rebajar el tenor de las declaraciones presidenciales, ya que Qatar es aliado militar de Estados Unidos. “Reconocemos que Qatar hizo grandes esfuerzos para detener la financiación de los grupos terroristas. Han hecho avances, pero les queda trabajo por hacer”, dijo. La portavoz admitió que Washington sigue “cooperando” con Qatar, país donde Estados Unidos tiene su mayor base aérea de la región.
Las palabras pronunciadas el 23 de agosto por el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, tras reunirse con Putin, cobraron luego relevancia superlativa: “La situación en Oriente Medio tiene una dinámica bastante rápida (…) Irán realiza enormes esfuerzos para fortalecer su presencia en Siria. Esto representa una amenaza para Israel, Oriente Medio y, en mi opinión, para el mundo entero (…) Irán tiene influencia sobre Irak y Yemen y en la práctica controla Líbano”. A comienzos de noviembre el primer ministro del Líbano, Saad Hariri, renunció al cargo acusando a Irán y a Hezbolá de “desestabilizar la región”. La dimisión fue anunciada por el propio Hariri, desde Arabia Saudí.
2018
Pese a los fracasos de este año, Estados Unidos continuará ejerciendo presión sobre Venezuela, con eje en el actual bloqueo económico y financiero, mantendrá la hostilidad hacia el resto de los aliados del gobierno bolivariano en la región y continuará con sus amenazas militares en Oriente Medio y la península de Corea.
No asoma en el horizonte una propuesta económica que pueda seducir a grandes conjuntos de países, como ha intentado Washington en otras oportunidades. Las relaciones y acuerdos importantes quedarán reducidos al plano bilateral, país por país, tal como lo desea el nuevo gobierno.
Mismos objetivos para un mundo que le es cada vez más adverso. Así comienza el nuevo año para Estados Unidos, mientras se agravan las consecuencias de la persistencia del sistema capitalista en todo el planeta.
Ignacio Díaz y Adrián Fernández
Contraofensiva en el Amazonas
Con saldo negativo en todas las regiones del planeta, Estados Unidos busca lanzar un golpe de envergadura en el corazón de Suramérica: la Amazonia. Allí realizó por primera vez en la historia ejercicios militares conjuntos, habilitado por el gobierno de Brasil. La zona elegida fue la triple frontera de este país con Perú y Colombia. Una de las razones por las cuales Michel Temer usurpó el poder.
Para estos simulacros Washington montó una base militar que estuvo operativa entre el 6 y el 13 de noviembre en territorio brasileño. Del ejercicio denominado Amazolong 17 participaron 1.533 tropas nacionales, 150 colombianas, 120 peruanas, 30 estadounidenses y representantes de otros 45 países.
La razón esgrimida para llevar a cabo este despliegue militar fue la de entrenar la capacidad de respuesta de las fuerzas armadas ante eventuales catástrofes ambientales como terremotos y maremotos, aunque esa zona del Amazonas no sufre sismos y está a más de cuatro horas del mar en avión. Hace muchos años que Estados Unidos utiliza el argumento de la “atención de emergencias humanitarias” para montar sedes militares en América Latina y otras partes del mundo.
En declaraciones a la prensa, el jefe de logística del Ejército brasileño y ex jefe del Comando de Amazonas, Guillerme Theophilo Gaspar de Oliveira, afirmó que uno de los objetivos de Amazolong fue “entrenar militares para ofrecer asistencia humanitaria ante eventuales olas de inmigrantes que dejen Colombia o Venezuela”. No caben dudas de que el gobierno de Nicolás Maduro es un objetivo central de estos planes.
El ejercicio militar estuvo inspirado en una actividad que la Otan realizó en Hungría en 2015 y de la que Brasil participó en carácter de país observador. Cabe señalar que el lugar donde se planificó aquella operación es ahora una base militar de la Otan. ¿Se proponen lo mismo en el Amazonas?
Las relaciones militares entre Washington y Brasilia se profundizaron desde el golpe parlamentario contra Dilma Rousseff. Señales de este acercamiento se exhibieron en marzo, cuando el jefe del Comando Sur estadounidense fue condecorado en la capital brasileña. Días después, el Ministerio de Defensa anunció el lanzamiento de “un proyecto de defensa” conjunto entre ambos países, aunque sin dar más informaciones. Los ejercicios en el Amazonas fueron la primera demostración concreta de este acercamiento.
Sin embargo, la base sobre la que se apoya Washington es la del repudiado y endeble gobierno no electo de Michel Temer, que podrá extenderse sólo hasta el 31 de diciembre de 2018. La crisis política y económica que sacude a Brasil imposibilita que el Pentágono pueda tener un plan viable siquiera a mediano plazo.
También en Colombia el gobierno de Juan Manuel Santos sufre un gran desprestigio interno y el país está partido al medio de cara a las elecciones presidenciales del próximo 27 de mayo. Perú no es la excepción: el rechazo al presidente Pedro Kuczynski era del 65% en noviembre según encuestas, antes de que estallara el escándalo por el presunto financiamiento de su campaña presidencial con dinero en negro de Odebrecht. La triple frontera -hoy aliada- no da garantías duraderas a la estrategia imperialista.
Punto estratégico
El Amazonas es una enorme selva tropical con un doble valor. Por un lado, se estima que el inmenso bosque nativo provee el 20% del oxígeno planetario y alrededor del 20% del agua dulce del mundo; también alberga alrededor de 3 mil especies de frutas comestibles y una gran variedad de verduras, además de su inconmensurable biodiversidad. Por otro lado, posee en su interior grandes reservas de codiciados recursos no renovables, como petróleo y minerales de importancia estratégica apenas explorados.
Brasil, Perú, Colombia, Ecuador, Venezuela, Bolivia, Guyana y Surinam comparten este amplio territorio en diferentes proporciones. Allí realizan actividades extractivas a la vez que discuten medidas fundamentales de protección medioambiental, en el marco de una tensión constante.
Ubicado en el corazón de Suramérica, el Amazonas ha sido siempre un objetivo importante de la política exterior estadounidense, que expande sus bases militares en el conjunto de América Latina y el Caribe y tiene ahora como blanco fundamental a Venezuela.
El 23 y 24 de agosto en Lima, el comandante general del Comando Sur estadounidense se reunió con los jefes de los Estados Mayores de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Paraguay, Perú y Uruguay para abordar la “crisis de Venezuela” y “enfrentar amenazas militares” inexistentes.
La senadora brasileña que encabeza la bancada del PT, Linbergh Farias, denunció que los ejercicios militares en el Amazonas son parte del plan estadounidense para sumar a las Fuerzas Armadas del país a su órbita estratégica.
Son demasiados los indicios de que Washington busca construir las bases de una alianza militar internacional, con aporte fundamental de países de la región, para una eventual intervención en Venezuela.
Del G7 al G20: Europa marca distancia con Trump
“Los tiempos en los que nos podíamos fiar de los otros llegan a su fin. Por ello nosotros, los europeos, debemos ser los dueños de nuestro propio destino”, dijo en mayo la canciller alemana, Angela Merkel, después de que terminase la cumbre del G7 en Taormina, Italia, y tras la cumbre de la Otan en Bruselas. Los gobiernos europeos demandaban a Trump mayor compromiso con el Artículo 5 del Tratado de la Otan, que obliga a los miembros de la alianza atlántica a ser recíprocos en caso de ataque exterior.
Esto se vio plasmado en una reunión de ministros de Relaciones Exteriores y de Defensa el 13 de noviembre, en la que se decidió ampliar la colaboración militar entre los miembros de la UE al margen de la Otan, recortando la histórica dependencia de Estados Unidos. Un conjunto de 23 países europeos sentó las bases de una futura unión continental de defensa tras firmar un documento de “cooperación permanente estructurada”. “Para nosotros era importante asumir una posición independiente, justamente después de la elección del presidente estadounidense (Donald Trump). Si hay una crisis en nuestra vecindad, debemos ser capaces de actuar”, aseguró la ministra de Defensa de Alemania, Ursula von der Leyen.
En la declaración final del G7 (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido) los países denunciaron “las malas prácticas” comerciales como el proteccionismo. Fue un equilibrio entre los intereses de Washington y los de Bruselas que intentó replicarse un mes y medio después en la cumbre del G20 en Hamburgo donde los firmantes se comprometieron a “luchar contra el proteccionismo”. La cuestión climática fue atendida por una declaración formal ya que la decisión de Trump de abandonar el acuerdo de París estaba tomada.
La Unión Europea (UE) cuestionó en varias oportunidades a lo largo de 2017 la economía proteccionista de Trump, las amenazas de guerra comercial contra Alemania, su decisión de abandonar el acuerdo climático de París, sus relaciones con Putin, su respaldo a Israel frente a la ocupación de Palestina e incluso su amenaza de renunciar al acuerdo nuclear con Irán. En el plano económico, la comisaria de Comercio de la Comisión Europea declaró en octubre que Trump “está matando la Organización Mundial del Comercio (OMC) desde dentro”, organismo que atraviesa una profunda crisis.
“Milagro histórico”: de visita en China
La imagen pública de Trump como líder que impone la agenda estadounidense a cualquier precio se diluyó definitivamente en Asia y puntualmente en China. Tras la visita que realizó a comienzos de noviembre por Japón, Corea del Sur, China, Vietnam y Filipinas, la crisis con Corea del Norte ingresó en una etapa de sutil distensión. Durante la gira fueron muy cuestionadas las ideas económicas del presidente estadounidense, quien encontró en Pekín al hombre con el que deberá discutir los grandes asuntos globales.
Trump y el presidente chino, Xi Jinping, firmaron acuerdos comerciales bilaterales por 253.500 millones de dólares en áreas como energía, automóviles, tecnología e industria aeronáutica. Fueron calificados por el mandatario asiático como “milagro histórico”, no sólo por la magnitud del volumen acordado, sino también por las empresas involucradas en los nuevos convenios, como Boeing, Ford, General Motors y Goldman Sachs, además de acuerdos para la exploración y extracción de gas en Alaska, por 43 mil millones de dólares.
Trump lamentó que las relaciones comerciales entre China y Estados Unidos no se hayan desarrollado antes y responsabilizó a las anteriores administraciones estadounidenses. “No es culpa de China”, dijo delante de Xi Jinping.
El gobierno chino esperó al mandatario estadounidense con acuerdos comerciales y financieros históricos y también con buenas noticias respecto a Corea del Norte, principal socio comercial de Pekín. A fines de septiembre Xi anunció el cierre de las empresas norcoreanas en el país y de las compañías mixtas con capitales chinos y norcoreanos en un plazo de 120 días, como forma de presión para que su vecino frene los programas de desarrollo de armas nucleares y misiles intercontinentales. Las medidas incluyen el cierre de empresas con capital chino y norcoreano establecidas en el exterior, restricción del suministro de petróleo y prohibición general de importaciones de textiles norcoreanos.
“Hemos obtenido garantías por parte de China de que va a hacer más (frente a la crisis con Corea del Norte)”, dijo la portavoz del Departamento de Estado, Heather Nauert, tras la reunión de Trump con Xi. “La diplomacia es la postura preferida” del gobierno de Estados Unidos, reafirmó.
Doble discurso
Pese a los acuerdos con China, Trump comenzó su viaje por Asia con un aval expreso al recientemente reelecto primer ministro japonés, Shinzo Abe, para que vuele por los aires cualquier misil norcoreano, gracias a las armas que Washington acababa de venderle a Tokio. “Abe me dijo que los volará del cielo cuando complete la adquisición de nuevo material estadounidense (…) Va a adquirir una cantidad masiva de equipamiento militar estadounidense, el mejor del mundo”, celebró. Ambos mandatarios acordaron –dijo Trump– aplicar “máxima presión” frente al Gobierno de Kim Jong-un porque “la era de la paciencia estratégica se ha acabado”.
Días más tarde desde Danang, Vietnam, Trump pidió ayuda: “todas las naciones responsables deben actuar (…) Rusia y China en particular nos pueden ayudar con el problema de Corea del Norte, que es uno de nuestros problemas más pesados”. A algunos kilómetros de allí, en el mar de Japón, Estados Unidos y Corea del Sur realizaban maniobras militares con un despliegue excepcional que incluyó tres portaaviones nucleares. Beijing no demoró un instante en rechazarlas tajantemente. Luces y sombras de las que emerge un mundo al que Trump ya no subestimará.