Argentina y el pacto de Nueva York
01 diciembre, 2017
category: EDICIONES IMPRESAS, NOTICIAS
Hegemonía burguesa, pasividad social, acechanza económica
Reforma política y crisis económica. Hora de la verdad para todos: gobierno, oposición burguesa, cúpulas sindicales, neoreformismo súperizquierdista, movimiento obrero y fuerzas antisistema.
Inmediatamente después de la victoria electoral del 22 de octubre el presidente Mauricio Macri puso en marcha aspectos claves del plan estratégico para sanear el descompuesto sistema capitalista en Argentina. Tal como expuso ante gobernadores, jueces y altas personalidades, el programa de acción tiene tres ejes: reforma fiscal, generación de empleos (figura retórica para significar flexibilización laboral), calidad institucional. Lo escuchaban, como en misa, 20 de los 23 gobernadores (los tres ausentes enviaron a dos vices y un ministro de Economía).
No demoraría el mazazo siguiente: con vapuleados ejecutivos provinciales acordó un pacto fiscal y con la cúpula de la CGT (Confederación General del Trabajo) firmó la reforma laboral. Con todos acordó el zarpazo más sensible: la reforma previsional, presentada como beneficiosa medida para los jubilados. Sin rubor, el Gobierno admite que a costa de los pensionados ahorrará 100 millones de pesos anuales.
Habrá gritos de protesta para la galería y declaraciones de guerra sin consecuencias. Todo indica que el Congreso aprobará sin mayores dificultades los dos primeros pasos de la escalada y, presumiblemente, negociará el tercero. El frente amplio burgués se afirma moldeado por dos fuerzas incontestables: derrota electoral del peronismo y amenaza económica.
“Si no arreglamos el déficit y las cuentas públicas, va a volar todo por el aire en algún momento” dijo Macri a sus contertulios en Nueva York en la segunda semana de noviembre. Lo acompañaban entre muchos otros los derrotados gobernadores peronistas de Córdoba, Salta y Entre Ríos, con quienes cerró en secreto el “Pacto de Nueva York”. Lo cierto es que, ahora confesado por el primer mandatario, desde 2015 Argentina bordea otra vez el riesgo de un estallido como en 2001. El gobierno anterior tapó los síntomas y dejó la carga explosiva a su sucesor. A fuerza de endeudamiento éste sorteó exitosamente la coyuntura y, tras dos años de acumulación de fuerzas durante los cuales puso la política por delante, Cambiemos intenta limpiar los establos de Augias. Esto es: demoler el andamiaje político y sanear las columnas económicas.
Hércules sin músculos
Hay más suciedad acumulada en el sistema político argentino que en los mitológicos establos del rey Augias. Para peor, la humillación impuesta a Hércules, quien debía pasar de sus grandes hazañas a tan innoble labor, en este caso implica poner límites a una corrupción rampante con los flácidos músculos de Cambiemos. La coalición gobernante está corroída por la misma purulencia que salta por estos días a la vista de todos y expone a altos funcionarios del gobierno anterior. Les toca desfilar ante jueces hasta ayer encubridores y, tras la victoria de Macri en octubre, atacados por la fiebre de justicia. Ejemplo de moral burguesa.
También suena a humillación que Macri convoque a la grandeza nacional y la confianza en el sistema con un ministro hasta hace poco gestor de fondos buitres en paraísos financieros, otro que mientras clama por inversiones extranjeras mantiene su inmensa fortuna en el exterior, otro más asociado por lazos de sangre y negocios espúreos en el fútbol (deporte en el que es experto el Presidente) con un arrepentido que desde los tribunales de Nueva York denuncia saqueos siderales en torno al mecanismo Fútbol para todos. Completa el panorama un número desconocido de funcionarios que a todo nivel continúa utilizando el aparato del Estado para enriquecerse.
Mitos aparte, en Argentina predomina hoy la lucha interburguesa: capital establecido contra advenedizos. Con probado respaldo electoral Macri vence en toda la línea representando a los primeros. Y en función de una estrategia acaso no diseñada por su endeble elenco ministerial, avanza en la recomposición del sistema político, en detrimento del Partido Justicialista (peronista, hoy desarticulado y en retirada), la Unión Cívica Radical (UCR, subsumida en Cambiemos), el aparato de la CGT (acorralado con amenazantes carpetas sobre las que se negocia) y los restos desperdigados que acompañaron a Cristina Fernández (“el Frente para la Victoria está muerto”, declaró Miguel Pichetto, titular de esa formación en el Senado durante años). Peronistas de uno y otro signo están hoy ahogados en una catarata de denuncias por corrupción que ya tiene presos a una veintena de ex altos funcionarios –entre ellos el ex vicepresidente– y amenaza a la propia ex presidente, actual senadora electa.
Sin documentos conocidos ni proclamación formal, el Pacto de Nueva York entre Cambiemos y figuras claves del peronismo avanza en la demolición de la estructura político-sindical dominante desde la recuperación institucional en 1983. La arrolladora fuerza del Presidente reside de manera excluyente en un punto: la parálisis de un movimiento obrero y popular sin organización ni dirigencia reconocida. Es con la fuerza electoral proveniente de estas filas, confundidas y asqueadas al ver la sociedad capitalista tal como es, que Macri avanza en su plan.
Límites insuperables
Durante dos años Macri jugó la carta liberal-populista. Mezcló una jerigonza pseudo republicana con arrestos de desarrollismo tardío. Emprendió una cantidad de obras de infraestructura cuya progresiva realización resalta tanto más ante el ciudadano común por la ausencia de ellas durante el período anterior. Cambiemos esgrimió un discurso de recomposición de un “capitalismo serio”. La prensa acompaña machacando hasta el hartazgo con los hechos de corrupción de las autoridades anteriores, suficientemente graves no obstante como para que la población los condene y acentúe su expectativa en las promesas de Cambiemos. Como ya se ha repetido en estas páginas, desde el día cero el nuevo gobierno multiplicó los planes sociales, postergó y enmascaró el ajuste de tarifas y demoró el saneamiento general de una economía desquiciada. En consecuencia, el déficit aumentó al mismo ritmo del endeudamiento. El equilibrio macroeconómico se mantuvo dando lugar a fabulosas ganancias financieras para cuervos del exterior y buitres locales. Pero el juego llega a su límite. Macri y quienes le hacen coro insisten en la necesidad de que “lleguen inversiones”. Pero lo único que atrae inversiones es la tasa de ganancia. En medio de la sobreactuada euforia política en Argentina no hay siquiera reinversión de capital local por la sencilla razón de que, con excepción de pequeños nichos, no hay mercado suficiente ni tasa de ganancia adecuada.
Ocurre que garantizar lo segundo niega lo primero. Aparte el carrusel financiero, la única salida es chocar contra al menos un factor de los que reducen la tasa de ganancia, sanear el monumental déficit del Estado (reforma fiscal y previsional, reducción gradual del empleo estatal) y… reducir el salario real (reforma laboral).
Esto supone redoblar la explotación relativa y absoluta del trabajo asalariado, ahondar más aún la zanja que separa a incluidos y excluidos del sistema, cambiando además sus proporciones actuales.
Con el frente amplio burgués y la CGT enfilados tras estos objetivos, la nueva etapa debe combinar hechos resonantes de modernización pseudo desarrollista con la aplicación sistemática de las medidas tendientes a garantizar el saneamiento de una sociedad de clases. Macri debe garantizar el equilibrio entre estas dos líneas de acción contrapuestas durante los próximos dos años, para volver a ganar las elecciones presidenciales a fines de 2019. Y en los cuatro años siguientes completar la tarea encomendada. Es la perspectiva de “reforma permanente”. Hasta recomponer un idílico país capitalista.
Sólo que la aplicación efectiva de esta política daría lugar a la radicalización permanente de franjas sociales más y más amplias. La economía impone sus límites a los ensueños de un conservadurismo sin basamento teórico y sin otra fuente de poder político que la proveniente de sus enemigos estratégicos: los trabajadores, estudiantes y marginalizados que hoy lo votan. Cada paso adelante en el programa de mediano y largo plazos impuesto por el capital a Cambiemos es un metro menos en el camino hacia su propia sepultura.
Es verdad que en este panorama existe todavía un espacio para el neoreformismo súperizquierdista. Pero ninguno en absoluto para quienes desde filas sindicales o políticas pretendan oponerse al gobierno sin chocar de frente con el capitalismo. Esas variantes están muertas. Y no resucitarán. Resta saber si la expresión genuina de explotados, oprimidos y humillados llegará a tiempo en estos vertiginosos tiempos de crisis mundial.