Cataluña en el contexto europeo
30 octubre, 2017
category: EDICIONES IMPRESAS
Dudas y certezas sobre los movimientos independentistas
Ahogado por Madrid pero latente en las calles de Barcelona el separatismo indaga a España, la Unión Europea y las grandes potencias. La burguesía catalana intenta sacar tajada de un proceso complejo.
El Parlamento de Cataluña declaró la independencia en el mismo momento en que el Senado español aprobó las medidas de intervención. Todo sucedió el 27 de octubre, día en que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, dispuso el cese del gobierno independentista, intervino áreas de hacienda, justicia, política exterior, educación y trabajo y convocó a elecciones parlamentarias.
El gobierno central concentrará el poder hasta tanto se restablezca el statu quo.
El Ejecutivo argumentó esta decisión ante la “desobediencia rebelde, sistemática y consciente” de las autoridades regionales independentistas que habría atentado “gravemente” contra el interés general de España. Por primera vez se aplicó el artículo 155 de la Constitución española que faculta a Madrid a asumir competencias regionales en caso de que una autoridad autonómica incumpla las leyes de forma sistemática.
Para su aplicación definitiva, Rajoy logró el apoyo del Partido Socialista Obrero Español (Psoe) y de los liberales de Ciudadanos mientras que se opusieron la izquierda de Podemos y los partidos independentistas representados en el Congreso español. Nadie se atrevería a afirmar que el movimiento independentista haya sido aplastado si bien Rajoy se anotó su mayor triunfo político desde que inició con debilidad el nuevo período al frente del Ejecutivo español el 31 de octubre de 2016.
El presidente de la región de Cataluña, Carles Puigdemont, apeló a la “fuerza de la gente” para rechazar estas decisiones. La respuesta catalana estuvo acompañada desde las calles por casi medio millón de personas que repudiaron al gobierno español. Por esas horas el gobierno independentista aclaró que tampoco contemplaba convocar elecciones en Cataluña antes de que el Ejecutivo español interviniera.
Puigdemont se amparó siempre en el referendo del 1 de octubre, considerado ilegal por la Justicia y el gobierno españoles, mediante el cual los catalanes se expresaron mayoritariamente por la independencia de Madrid. Rajoy intentó por todos los medios y sin éxito evitar aquella consulta del 1 de octubre. Las imágenes de la represión ordenada y justificada por el presidente del gobierno español dieron la vuelta al mundo y fueron capitalizadas por el Ejecutivo catalán. El referendo finalmente se concretó pero fue desconocido por Madrid que rechazó cualquier intento de diálogo con el gobierno separatista.
Por esos mismos días la Audiencia Nacional de España encarceló por sedición y sin derecho a libertad bajo fianza a dos líderes de las organizaciones independentistas por “promotores y directores” de movilizaciones independentistas y abrió investigaciones contra jefes de la policía regional catalana (Mossos d’Esquadra).
Las medidas de presión contra los catalanes comenzaron unos días antes tras la aprobación de la ley de referendo y se profundizaron tras la jornada del 1 de octubre. El 19 Puigdemont escribió a Rajoy: “si (usted) persiste en impedir en diálogo” el Parlamento catalán “podrá proceder a votar la declaración formal de independencia”. La intervención federal con el descabezamiento del Gobierno de Puigdemont fue anunciada 48 horas después.
De ayer hasta hoy
Cada 11 de septiembre los catalanes recuerdan la captura de Barcelona en 1714 por el rey Felipe V, el primer monarca Borbón de España. Aquel hito, transformado hoy en fiesta nacional, rememora la pérdida de la autonomía y reivindica su concepto de independencia. La historia reciente recuerda que Barcelona fue centro de las protestas en 1936 contra el intento de Francisco Franco de desintegrar la República que más tarde dio lugar a la Guerra Civil española. Los catalanes estuvieron entre los más perseguidos por la dictadura franquista que prohibió el uso de la lengua catalana. El nuevo Estado descentralizado de España nace tras el fin de la dictadura, en 1975. Cataluña goza de derechos como región autónoma pero estos son considerados insuficientes por las corrientes independentistas.
Las históricas demandas catalanas se alimentan de hechos temporales como la relación con Madrid, problemas tributarios y la relación entre las fuerzas políticas de Cataluña que alternan partidos alineados a España con corrientes independentistas más moderadas y otras más radicales. La cuestión económica de esta comunidad autónoma de 7,5 millones de habitantes es un asunto central para estos años. Cataluña está siempre a la vanguardia del desarrollo económico español y actualmente provee casi un quinto del producto interno bruto de España.
No es la primera vez que Rajoy recibe planteos firmes de los independentistas catalanes. En junio de 2012, en plena recesión económica y con un fuerte programa de ajuste por parte del gobierno conservador, las autoridades catalanas promovieron una encuesta en la que el 51,1% de los habitantes de la región se mostraron a favor de la independencia.
En noviembre de 2014 organizaron una consulta de la que participaron 2,2 millones de los 5,4 millones de electores habilitados. Cerca del 80% de esos 2,2 millones a votó a favor de la independencia. Aquella convocatoria no fue vinculante, a diferencia del referendo del 1 de octubre pasado que mandataba al Legislativo y al Ejecutivo a obedecer el pronunciamiento de las urnas. La consulta de 2014, como ésta, fue declarada ilegal por la Corte Constitucional. En represalia, Rajoy denunció a los líderes catalanes encabezados por el entonces presidente Artur Mas, quien en marzo pasado recibió una multa y la prohibición de ejercer cargos políticos durante dos años. Mas depositó recientemente 2 millones de euros como garantía de los 5 millones que el Tribunal de Cuentas español le reclama por los gastos que produjo la consulta de hace tres años y el supuesto desvío de dinero público para dicha consulta. En las elecciones legislativas regionales de septiembre de 2015 los separatistas ganaron la mayoría de los escaños en el Parlamento catalán y eso aceleró los tiempos.
Buena parte de la rigidez en el trato de Rajoy y del rey Felipe hacia los catalanes es un mensaje hacia los vascos, gallegos, valencianos, andaluces, canarios y hacia cada una de las 17 comunidades autónomas aunque vascos y catalanes están a la vanguardia de las exigencias separatistas.
Zigzagueos de Europa
Por diferentes razones y con variados argumentos los gobiernos de la Unión Europea (UE) se alinearon con el español aunque para eso debieron dejar pasar los efectos de la violenta represión policial contra los catalanes independentistas en el referendo del 1 de octubre. Ese día policías antimotines emplearon violencia desmedida contra personas adultas, mujeres, jóvenes; los arrojaron por las escaleras de los centros de votación y lanzaron balas de goma con el único objetivo de que no votaran. La UE guardó silencio.
En cuanto al proceso independentista la Comisión Europea consideró que el referendo “no fue legal”, en consonancia con la posición de Madrid. Afirmó que se trata de “un tema interno para España que debe ser atendido en línea con el orden constitucional” y luego promovió: “convocamos a todas las partes relevantes a movilizarse con celeridad para pasar de la confrontación al diálogo”. Cuando algunos días más tarde Cataluña pidió a la UE ayudar en el diálogo, las autoridades del bloque lo rechazaron porque la otra parte, España, no convocaba a una mesa de negociaciones.
Para cuando se celebró la cumbre de jefes de Estado y Gobierno de la UE, el 19 de octubre, el respaldo estaba consolidado. La mayoría de los líderes, como la alemana Angela Merkel y el francés, Emmanuel Macron, señalaron que la solución al conflicto debía buscarse “en la Constitución española”.
Pero fue Jean-Claude Juncker, el presidente de la Comisión Europea (el órgano ejecutivo de los 28), el más claro sobre los intereses europeos: “si Cataluña se convierte en independiente, otros (Estados) harían lo mismo. Eso no me gusta. No quiero una Unión Europea que dentro de 15 años esté formada por 90 países, sería imposible”.
En rigor, pocos de los 28 países de la UE están libres de movimientos secesionistas. Se considera que uno de los procesos más evolucionados de todos es el de Bélgica, que ha hecho reformas a su constitución hasta satisfacer o contener las demandas autonómicas de la Región Flamenca. La también llamada Flandes es reconocida como tal en la Constitución belga y tiene su capital en Bruselas. El primer ministro belga, Charles Michel, gobierna gracias a una coalición con los flamencos. Con todo, la demanda soberana de Flandes continúa abierta.
Otros procesos secesionistas declarados son Escocia, que tras la derrota de los independentistas en el referendo legal de 2014 es una demanda latente hacia Gran Bretaña; las regiones nacionalistas de Padania, Véneto y Lombardía en Italia; el Estado Libre de Baviera, en Alemania, con capital en Múnich; el nacionalismo cultural y político que exige más autonomía para Córcega, en Francia; o la población de Székely en el este de Transilvania (Rumania) integrada por una minoría húngara que pretende mayor nivel de autogobierno respecto de Transilvania. Cada uno de estos y otros procesos tiene sus particularidades, razones culturales, históricas, políticas y económicas.
La Unión Europea no exhibe condiciones de absorber expresiones nacionalistas avanzadas como las de Cataluña. El bloque de los 28 vive su propio proceso de descomposición ante el avance de los movimientos neonazis y ultranacionalistas antieuropeos, protestas sociales y consecuencias sociales y laborales de sus planes de ajuste. La historia reciente demuestra que sus intervenciones políticas o militares devinieron en consecuencias contrarias a sus intereses. La ex Yugoslavia o, más recientemente, Ucrania, son ejemplos de esas políticas erráticas. Fuera de Europa, la exacerbación de los nacionalismos en Turquía o de los kurdos en Irak o Siria, van en el mismo sentido.
El último gran desafío para los 28 fue la secesión de Crimea y Sebastopol. Esta península del este europeo decidió dejar de pertenecer a Ucrania y anexarse a Rusia tras el golpe parlamentario apoyado por la UE y Estados Unidos contra el presidente de Ucrania, aliado de Rusia, Víktor Yanukóvich en 2014. Y a Crimea y Sebastopol siguieron las provincias del este ucraniano, en la región del Donbass donde rebeldes prorrusos declararon la autonomía de la República Popular de Donetsk y la República Popular de Lugansk. La guerra en el este ucraniano lleva tres años, la UE se silencia frente a la matanza de civiles y frente a la actuación de milicias neonazis que primero trabajaron para el golpe contra Yanukóvich y ahora contra los separatistas bajo las órdenes del presidente Petró Poroshenko, aliado a Washington y a la Unión Europea.
Más sobre nuestros días, y apenas tres semanas después del referendo en Cataluña, dos regiones italianas votaron en consultas no vinculantes por la autonomía: Lombardía y Véneto, dos de los territorios más ricos de Italia y con PIB per cápita superior a la media del país. Entre el 96 y el 98% de los que asistieron a votar aceptaron la propuesta de iniciar gestiones ante el Ejecutivo italiano para obtener mayor autogobierno. Los líderes políticos que impulsaron ambos referendos forman parte de la Liga Norte, partido nacionalista de derecha en coalición con el también derechista Forza Italia, de Silvio Berlusconi, y el conservador, Fratelli d’Italia. Desde 2001 la Constitución italiana permite a todas las regiones solicitar mayor autonomía en áreas como justicia, salud o servicios sociales. Los políticos italianos reafirman que no tienen nada que ver con el movimiento catalán y se desligan de la última y frustrada experiencia independentista en Italia, la República Federal Padana, motorizada en 1996 por Umberto Bossi, quien curiosamente cinco años antes había fundado la Liga Norte.
Tiempos dinámicos
Fuera de Europa y sin contar aquellos territorios ocupados y reconocidos internacionalmente como tales, como Palestina, República del Norte de Chipre o Sáhara Occidental, se detectan movimientos nacionalistas en Quebec, Tibet, Kurdistán, Cachemira, entre otros. En América Latina se registran incipientes y débiles en el sur de Brasil o en las autoridades de la Isla de Pascua (Chile). Pero ninguno de estos movimientos suramericanos puso el riesgo la conformación de un Estado como sí ocurrió en 2008 en Bolivia, cuando los departamentos de la llamada Media Luna, los más ricos y gobernados por la derecha, intentaron declararse autónomos del poder central. La respuesta activa de la Revolución boliviana a aquello fue el nacimiento del actual Estado Plurinacional de Bolivia.
No es descabellado pensar que otras provincias o Estados o regiones de países de América Latina intenten el mismo camino. No se vislumbran movimientos de masas que apoyen pero sí hay intereses del poder económico para concentrar la riqueza y las ganancias en los sectores más productivos y plantar bandera contra los gobiernos centrales.
En Cataluña convergen las razones históricas, el nacionalismo en todas sus expresiones y las heridas que dejó el franquismo hoy encarnado de Rajoy, en una Unión Europea de progresiva pero perceptible desintegración. En este contexto la burguesía catalana se arroga su condición de región económica y productiva, de autosuficiencia frente a otras regiones españolas o del poder central de Madrid. No está claro que el proceso independentista signifique un paso adelante para el pueblo catalán en los términos de la actual crisis capitalista. Cataluña encierra esta y todas las variables en un proceso independentista que, como muchos otros, parece acomodarse a la dinámica de su tiempo.
Adrián Fernández
Las patas del amo, de los Balcanes a Cataluña
Cataluña trajo a la memoria de varios líderes europeos lo sucedido en la ex República Socialista de Yugoslavia en la década de 1991 a 2001 cuando estallaron varios procesos independentistas que fueron bien o mal vistos según los intereses de las grandes potencias. La llamada Guerra de los Balcanes dejó entre 130 mil y 200 mil muertos, la mayoría civiles.
La figura de la España actualmente cuestionada y la ex Yugoslavia no tienen en principio demasiadas similitudes. Sin embargo los propios líderes europeos traen hasta nuestros días el último gran proceso independentista que aún hoy sacude a las potencias europeas, en lo que también fue la última gran guerra en territorio europeo.
La Guerra de los Balcanes fueron en verdad varias guerras durante la disolución de la República Federativa Socialista de Yugoslavia y su sucesora República Federal de Yugoslavia de la que emergieron Eslovenia, Croacia, Bosnia, Kosovo, Serbia y Macedonia. A lo largo de esos 10 años convergieron conflictos étnicos, disputas religiosas, intereses políticos propios y ajenos, económicos y culturales.
Uno de los detonantes fue la abolición de la autonomía de Kosovo (por entonces región autónoma dentro de Serbia y a su vez parte de Yugoslavia) por Slobodan Milosevic, presidente de Serbia desde 1989 hasta 1997 y de Yugoslavia desde 1997 hasta 2000. En 1991 la Serbia de Milosevic declaró su separación de Croacia y empujó a Croacia y a Eslovenia a declarar unilateralmente su independencia y producir un efecto contagio en las otras tres repúblicas yugoslavas: Bosnia y Herzegovina, Macedonia y Montenegro. La Otan, entonces dirigida por el español Javier Solana, bombardeó Yugoslavia y provocó miles de muertos bajo falsas acusaciones de crímenes de guerra contra Milosevic.
Los países de la entonces Comunidad Europea reconocieron en enero de 1992 la independencia de Eslovenia y Croacia (actuales miembros de la UE), provocando el fin de Yugoslavia. Diferente suerte corrió Kosovo cuando se independizó de Serbia en 2008 con el apoyo de Estados Unidos y de la mayoría de los países de la Unión Europea. Washington ocupó Kosovo y estableció allí su segunda base militar más grande del mundo. Aunque actualmente Serbia no intervenga en la administración kosovar, el país insiste en que Kosovo es parte de su territorio.
Al finalizar la Guerra de Kosovo el gobierno de la región quedó en manos de la Otan, con supremacía de Estados Unidos, que había barrido en un par de meses a los serbios de la región de Kosovo. Pese a las presiones de las potencias occidentales hay países que no reconocen a Kosovo como Estado soberano: Serbia, Rusia, China, España, la mayor parte de los países de América Latina, Asia y África no aceptan la declaración unilateral de independencia.
Por esta misma razón el presidente de Serbia, Aleksandar Vucic, acusó recientemente a la UE de aplicar un “doble rasero” cuando reconoce a Kosovo como Estado independiente de Serbia pero rechaza a Cataluña. Vucic apoya “la integridad territorial y la soberanía de España” pero recordó que 22 de los 28 socios comunitarios apoyaron a Kosovo cuando se autoproclamó independiente de Serbia en 2008. “¿Cómo es que en Cataluña no es válido el referendo mientras que Kosovo puede declararse independiente sin siquiera un referendo?”, se preguntó. La ironía no alcanza a España, uno de los países de la UE que no reconoce a Kosovo, junto a Grecia, Eslovaquia, Rumanía y Chipre.
El primer ministro de Eslovenia (también miembro de la UE), Miro Cerar, pidió no comparar la situación de Cataluña con la de su país cuando hace 26 años se independizó de la ahora ex Yugoslavia porque la ex república “empezaba a descomponerse y no era un Estado democrático”. Comparó que “España, incluida Cataluña, es un Estado democrático, y cuando hay una cuestión sobre la autodeterminación debe resolverse en línea con el orden constitucional de España”, dijo. Agrego: “valoramos mucho el derecho a la autodeterminación, que es un derecho internacionalmente reconocido. Pero hay grandes diferencias entre Eslovenia y Cataluña”. Muchas consecuencias de la Guerra de los Balcanes son aún hoy un proceso inconcluso para la UE. Cataluña es, a su vez, una gran incógnita sobre la continuidad de su objetivo de ruptura con Madrid.
1 Comment
José
Dic 13, 2017, 5:03 pm
En el proceso por la independencia de Cataluña hay otras fuerzas intervinientes, aparte de la burguesía, que no es un bloque monolítico. Por ejemplo, elementos de la pequeña burguesía comparten las aspiraciones de la CUP-CC (Candidatura d’Unitat Popular-Crida Constituent), que al menos hasta ahora se muestra como una fuerza asamblearia, popular y revolucionaria.