31 octubre, 2017
category: EDICIONES IMPRESAS
En momentos de oscilante correlación de fuerzas en la región, los comicios para gobernadores en Venezuela y legislativos en Argentina consolidan a Caracas y Buenos Aires como polos de una confrontación estratégica entre revolución y contrarrevolución en América Latina.
Nicolás Maduro y Mauricio Macri salen notablemente fortalecidos de sus respectivas contiendas electorales. Aunque la situación económica de Venezuela y Argentina augura turbulencias, es improbable que ambos presidentes pierdan la primacía en la carrera por la continuidad de los procesos, opuestos por el vértice, que uno y otro encarnan práctica y simbólicamente. De no mediar factores externos que irrumpan con fuerza económica o militar suficiente como para cambiar drásticamente el cuadro actual, en 2018 sería reelegido como Presidente el primero y en 2019 el segundo.
Aquellos eventuales factores externos serían un ataque militar contra la Revolución Bolivariana o la eclosión de una nueva crisis económica internacional. El primero pondría en pie de guerra a Venezuela y la institucionalidad actual quedaría subordinada. El segundo dejaría al desnudo la crisis argentina, llevaría al colapso al gobierno actual y anularía los planes estratégicos del capital local e internacional para recomponer el poder burgués.
Excluidas estas alternativas queda como perspectiva regional la afirmación de Caracas y Buenos Aires como polos de la lucha de clases continental: presidente obrero vs presidente empresario; transición socialista vs intento de recomposición capitalista. Se trata entonces de una perspectiva de confrontación estratégica del hemisferio entero, alegóricamente resumida en dos nombres.
Giro y contragiro
Si con la irrupción de Chávez se inició una fase de convergencia regional en choque con un imperialismo ávido en exceso (no por decisión política, sino por compulsión de un sistema en crisis) y, por tanto, intolerable para burguesías con arrestos de independencia relativa, ya antes de su muerte el capital arribó a sus inexorables límites y comenzó a recorrer el camino inverso. La elección de Maduro en Venezuela en abril de 2013 inauguró formalmente la contraofensiva imperialista y el giro de las burguesías subordinadas, iniciada desde mucho antes.
Tres hechos principales indicaron el derrotero de la estrategia contrarrevolucionaria, ahora apuntada contra Maduro, a quien los estrategas del capital consideraron incapaz e insanablemente débil.
El primero ocurrió cuando aún la enfermedad de Chávez no había llegado a su desenlace fatal. Y fue probablemente el más lúcido, audaz y abarcador movimiento de una línea de acción global contra la perspectiva anticapitalista: se obligó a renunciar al Papa Benedicto XVI, teólogo alemán ultraconservador, y ocupó su lugar el primer Papa latinoamericano de la historia, con pasado político populista de derecha, férreo defensor del capitalismo y, como tal, en línea con la estructura vaticana.
El segundo paso fue la destitución del gobierno del Partido dos Trabalhadores (PT) en Brasil. Mediante un golpe disimulado se encaramó en el poder del gigante latinoamericano Michel Temer, quien fuera hasta entonces aliado del PT y vicepresidente del gobierno, para aplicar sin dobleces la política reclamada por el capital en crisis. No hubo capacidad de reacción de parte de los trabajadores y las juventudes brasileñas, anestesiadas durante años por el pragmatismo reformista del PT.
Como tercera pieza clave en el ajedrez hemisférico, avanzó un fenómeno larga y meticulosamente preparado: la victoria presidencial de Macri. Las masas populares no sólo no resistieron la asunción de un simpatizante de Álvaro Uribe y José Aznar, acérrimo defensor del capitalismo, como en el caso brasileño, sino que lo catapultaron con su voto, pulverizando así estructuras y líderes que equívocamente aparecieron como alternativa en el período anterior.
Estas tres operaciones exitosas cambiaron el mapa y abrieron paso a un bloque de países alineados con Washington. Una estampida de intelectuales y políticos reformistas de amplio espectro completó el vuelco de la situación. Pudo parecer que los países del Alba estaban condenados. La furiosa arremetida contra el gobierno de Maduro y las calamidades económicas a las que se vio sometida Venezuela, todo tergiversado y amplificado hasta el paroxismo por el poderoso aparato de prensa mundial capitalista, produjeron confusión, desánimo, deserción.
Reconfiguración de los bloques
Sólo que las tácticas exitosas en Brasil y Argentina, tuvieron resultado inverso en Venezuela. Allí hubo capacidad de reacción, porque las mayorías cuentan con estrategia, programa, organización y dirección revolucionaria. La conducción político-militar encabezada por Maduro, articulada en el Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv), la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (Fanb) y organizaciones de masas de todo tipo, sostuvo la estrategia de defensa de la Revolución y transición al socialismo. Lúcido y audaz, el llamado a Asamblea Nacional Constituyente, sobre la base de una autocrítica en los hechos y la sistemática apelación a la movilización de masas, produjo un vuelco en la situación interna que, con toda certeza, tendrá repercusiones crecientes en toda América.
Prolongando la exitosa elección de una Asamblea Constituyente, la apabullante victoria electoral del Psuv y el Gran Polo Patriótico en las elecciones para gobernadores es mucho más que un resultado comicial. Es la unidad social y política de los trabajadores y el conjunto del pueblo puesta en acto, tras la reivindicación de la transición al socialismo y el combate cerrado a la burguesía.
Por eso aunque en la coyuntura se asemejen y tengan efectos internos similares a corto o mediano plazo, las victorias electorales de Maduro y Macri son de naturaleza diferente y se desenvolverán de manera inversa a un ritmo tan impredecible como inexorable.
Como estrategia de recomposición estable y duradera del sistema capitalista y la gobernabilidad burguesa, las victorias de Macri tienen corto aliento. A la inversa, y a condición de que se hagan a tiempo las rectificaciones y depuraciones necesarias, a condición de que se tomen todas las medidas que sin demora reclama la crisis económica, el gobierno venezolano se fortalecerá alcanzando niveles mayores a los ya conocidos de participación popular y solidez política. Sin embargo, un factor clave de ese fortalecimiento dependerá de la reconfiguración que logre –o no- en el terreno internacional. La enérgica aproximación al polo político-económico mundial encabezado por China y Rusia es una salvaguarda imprescindible. Pero la gran amenaza inmediata está, paradojalmente, en América Latina.
Dos grandes conquistas de la convergencia regional como fueron Unasur y Celac estarán como mínimo congeladas en el próximo período. En vista de la irreversible incapacidad de la OEA para imponer la voluntad de Washington se creó una herramienta transitoria: el Grupo de Lima (Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay y Perú), que tomó su nombre de la capital donde tuvo lugar su primera reunión, aunque para no dejar lugar a dudas realizó la segunda en Nueva York y la tercera en Toronto. Su función es sortear a Unasur y Celac, aislar a Venezuela y derrocar a Maduro. Vencedora la oposición fascista venezolana en los estados fronterizos con Colombia, es esperable una política secesionista con abierta participación de Juan Santos y el explícito apoyo del Grupo de Lima. Es la vía imperialista para provocar un choque armado con la Revolución Bolivariana. Estados Unidos y la burguesía venezolana tienen sólo dos opciones: tomar el camino de la guerra o rendirse incondicionalmente. Cabe poca duda sobre la decisión ya tomada.
Programa de acción continental
Neutralizar esta operación requiere un ajuste estratégico, en función de la nueva situación regional y del agravado cuadro internacional. En el próximo período Brasil, México y Argentina no tendrán gobiernos con voluntad de cambiar el posicionamiento actual. En consecuencia, no será con ellos que se podrá avanzar en la unión regional. Al contrario, como está a la vista, su permanencia tiene como condición quebrar definitivamente esa dinámica, para lo cual es imprescindible aplastar a los gobiernos que hoy componen el Alba.
La defensa de la Revolución Bolivariana, de Cuba, Bolivia y Nicaragua no puede ser exitosa sin la continuidad efectiva de la unión latinoamericana, que ahora tiene como enemigos declarados al Grupo de Lima, con Michel Temer, Enrique Peña Nieto y Macri como punta de lanza. El único camino es sumar a los trabajadores, campesinos, estudiantes y toda la población oprimida al programa y la estrategia de una revolución genuina. Contribuir a que esas masas sin rumbo propio encuentren un cauce organizativo es cuestión de vida o muerte para los gobiernos del Alba y en particular para Venezuela.
Con o sin dirección revolucionaria, trabajadores y juventudes expoliadas por gobiernos al servicio del capital imperialista chocarán con ellos en lucha franca. El futuro de esa resistencia reside en Venezuela y el Alba tanto como el de estos depende del resultado de la escalada capitalista personificada hoy en Macri, Santos, Temer y Peña Nieto entre otros que gustan describirse a sí mismos como “perritos que mueven la cola” en señal de satisfacción ante las órdenes del amo, como admitió sin rubor el presidente peruano Pedro Kuczinsky.
Entre estos, el único con fortaleza suficiente para encabezar el bloque pro imperialista es el gobierno de Argentina. A la militancia comprometida de este país le corresponde por tanto la mayor responsabilidad. Macri puede demorar el choque frontal con los trabajadores por dos razones principales: la colaboración de las cúpulas sindicales y la ausencia de toda organización y dirección alternativas. Pero tiene debajo un volcán económico legado por sucesivos gobiernos anteriores que intentaron vanamente vencer la crisis capitalista con las herramientas del capitalismo. La erupción de ese volcán no tiene fecha predeterminada, pero es inexorable.
Macri aplica hacia el interior una política pseudo desarrollista. El gobierno y su alianza Cambiemos, con base primordialmente socialdemócrata a través de la participación de la Unión Cívica Radical, gana elecciones de manera arrolladora (ver pág. xx) por dos razones: mantiene una política de tipo populista frente a las masas marginalizadas e incluso frente al movimiento obrero, con lo cual consigue el apoyo creciente de franjas del movimiento obrero, a la vez que incorpora más y más políticos peronistas de diferente signo, todo en un terreno abonado por el rechazo de una amplia, muy amplia franja transversal de la sociedad que rechaza la corrupción y los métodos de los gobiernos anteriores. Así, la heterogeneidad de Cambiemos aumenta y gesta un Bonaparte escuálido pero hasta el momento eficiente. Su estrategia es visible hoy en el accionar internacional, centrado en la obsesión por derrocar al gobierno de Venezuela.
Allí, en la defensa de la Revolución Bolivariana, del Alba, del proceso de unión latinoamericana y transformación social como parte inseparable de un programa de acción en cada país, está el eje de recomposición de fuerzas no sólo en Argentina, sino también en Brasil y México, Perú y otros países de la región.
Como puede verse en las páginas de esta edición, las elecciones de Venezuela y Argentina plasman dinámicas contrapuestas. Ésta traduce el recurso de una burguesía que intenta recomponer el sistema político y económico aniquilados por la crisis internacional y el estallido de 2001. Aquélla es un paso más en la búsqueda de una institucionalidad diferente y superior a la democracia burguesa.
23 de octubre de 2017