El Arete Guasu de los guaraníes del Chaco, la danza mágica de un carnaval diferente
09 marzo, 2022
category: DOCUMENTOS, PARAGUAY
Por Jorge Zárate, desde Asunción
A 500 kilómetros de Asunción, cerca de Mariscal Estigarribia, cada año se vive esta celebración mítica que resiste en la cultura de los pueblos indígenas. Hoy ya sincrético, las máscaras y vestuarios van tomando color y formas universales gracias a la omnipresente de las redes sociales y lo audiovisual. Sin embargo en lo profundo, esta danza circular de varios días, que invoca a los ancestros para celebrar la abundancia, sorprende en el mundo. Aquí una visita al evento en las imágenes de René González y Javier Medina.
“Es el reecuentro con las almas de los difuntos representados por los “agüero” hombres enmascarados que representan pájaros que vienen del más allá “matybyrocho” a compartir con los parientes que aún estamos vivos”, resume Oscar Toro, líder de la comunidad de Santa Teresita, sobre el origen de este ritual de celebración que trajeron los guaraníes desde los Andes hasta el Chaco de acuerdo al rastro antropológico.
“Participan más de 3 mil personas y es abierto a toda gente que quiera compartir esta fiesta con nosotros”, agrega. “Las mascaran son tradicionales, hechas de madera, con plumas de aves, pieles de animales silvestres pero también van evolucionando como en todos los lugares se van creando diferentes máscaras pero los ritmos de la danza se mantienen”, dice describiendo el principal atractivo de este verdadero carnaval del centro chaqueño.
Allí se dan juegos como el jagua-jagua, el toro-toro donde los enmascarados simulan enfrentar y sortear peligros. El kuchi-kuchi requiere que los participantes se cubran de barro y es motivo de una particular alegría y celebración colectiva.
Este rito que celebra al “tiempo verdadero” (Arete) es llevando adelante desde hace al menos un siglo por chanés, isoseños y guaraníes aquí, en Argentina y Bolivia, expone la antropóloga María Eugenia Domínguez en su estudio “Rito e historia en el Chaco Boreal paraguayo. Notas sobre el Areté Guasú guaraní”, editado por la Universidad Federal de Santa Catarina, en Brasil.
En nuestro país se suman indígenas de las comunidades ñandeva, nivaklé y manjui en una gran confraternidad.
El líder Toro la explica: “Es una fiesta de agradecimiento a la cosecha”. Entre fines de febrero y principios de marzo es la época tradicional de la cosecha del maíz, fuente de la alimentación de los pueblos originarios de gran parte de Latinoamérica. Del maíz se hace la “Chicha”, un fermento alcohólico sabroso que se bebe en comunidad.
La necesidad de compartir el festejo con los ancestros habría dado lugar a la danza circular que los evoca y convoca, utilizando ritmos, máscaras, llamando a los espíritus para generar un encuentro en el “gran tiempo verdadero”, el que borra las fronteras entre muertos y vivos.
“Es algo que nos viene de tiempos anteriores donde si había frutos de la chacra en abundancia”, dice el líder.
Es que la sequía hizo de las suyas en esta temporada. “El mayor problema es la deforestación. Por culpa de eso las chacras no producen y también se terminó la carne silvestre que era uno de los sustentos de nuestra gente”, cuenta.
“Agua tenemos por suerte pero no en tanta cantidad porque es un pozo somero, necesitamos ayuda principalmente para poder construir una red de distribución de agua, caños, tanques reservorios y bombas sumergibles para alzar el agua a los tanques”, pidió el líder.
El rito ocurre en Santa Teresita, a tres kilómetros de Mariscal Estigarribia, comunidad indígena cuya misión fue visitada en mayo de 1988 por el Papa Juan Pablo II, hoy consagrado santo de la Iglesia Católica. “Conozco los graves problemas que os afectan; en particular lo que se refiere a tenencia de tierras y títulos de propiedad. Por ello apelo al sentido de justicia y humanidad de todos los responsables para que se favorezca a los más desposeídos”, dijo el pontífice en aquella ocasión.
Si bien algunas cosas cambiaron, el cuadro general sigue siendo casi igual de difícil para las comunidades indígenas.
Toro entiende que el turismo los ayudaría un poco: “Sería interesante promover como atractivo turístico que nos ayuden a desarrollar infraestructura para que nos pueda visitar más gente”, se ilusiona.
Además de Santa Teresita, también se puede asistir al Areté Guasu en las comunidades Yvope’y Renda y Macharety.
Una resistencia cultural
“En cada comunidad fundada por los guaraníes en el Paraguay continuaron celebrando su antiguo ritual, a pesar de las restricciones impuestas en las misiones católicas y en las colonias menonitas donde vivían”, dice la antropóloga Domínguez que considera al rito “fundamental en la definición del tiempo y el lugar de los guaraníes del Chaco boreal paraguayo en el complejo escenario interétnico al que debieron adaptarse tras la Guerra del Chaco”.
En una “Reflexión sobre el Areté Guasu”, la Coordinadora de Pastoral Indígena (Conapi) expuso: “Así como ocurre en cada cultura, en la fiesta se rompen las barreras establecidas por la sociedad. La chicha debe estimular este proceso durante esos tres días. El Areté Guasú suele comenzar con una procesión – hoy al salir de la misa- para estacionarse delante de la casa de una familia de la comunidad. Allí el cacique da la bienvenida a todos y todas, los de la comunidad de Sta. Teresita, vivos y difuntos, los familiares que vienen de lejos, y también las familias nivaclé y manjui vecinas así como a los visitantes “blancos”. Con esas palabras de inclusión se expresa su verdadera visión holística, siempre en proceso de construir la comunidad cósmica. De repente aparecen los agüeros (los que vuelan, pájaros) del monte; con rostro cubierto por una máscara, ellos representan a los difuntos de la comunidad. A menudo en la figura de algún pájaro, otras de fieras selváticas del Chaco o de demonios cristianos. Todos bailan en círculo al son de tambores y flautas de los incansables músicos”, apunta.
Volviendo a Domínguez, nos cuenta que en general la música surge de conjuntos integrados con flauta, un bombo y cajas en número variable, “ejecutados exclusivamente por hombres” y recuerda: “Lo curioso es que durante muchas décadas estuvo prohibido celebrar el arete, ya sea en las misiones católicas o en las colonias menonitas donde los guaraníes vivían. Sin embargo, según cuentan ellos, nunca dejaron de hacer su fiesta: se iban a lugares más distantes en el monte y hacían su arete guasu aunque fuera de dimensiones pequeñas y sabiendo que sufrirían reprimendas por ello. Esa censura se debía a motivos morales, porque en la fiesta se bebe, se baila y se enamora; a motivos religiosos, porque para los misioneros católicos la estética del arete podría alimentarlo que ellos entendían como supersticiones; y, también, a motivos económicos, porque muchos guaraníes dejan de ir a trabajar en ese periodo”
Otro párrafo relevante del estudio que la antropóloga divulgó en la Universitat Autónoma de Barcelona: “La Guerra del Chaco disparó, como vimos, una serie de desplazamientos que resultaron en territorializaciones específicas (en el sentido de imposición territorial que propone João Pacheco de Oliveira, 1998) y en condiciones en que parecía imposible cualquier continuidad cultural. Sin embargo, las nuevas condiciones que los guaraníes e isoseños enfrentaron al instalarse en el Chaco paraguayo, tanto por la mercantilización de la fuerza laboral indígena, la evangelización, la participación en las rutinas militares y en ámbitos escolares, además de la censura directa, no acabaron con su antiguo ritual”
A pesar de todo “los guaraníes encontraron maneras y crearon lugares para poder celebrar su arete guasu, y de ese modo, hacer de la historia su propia historia, dando continuidad a sus formas de sociabilidad y a su cosmología”, concluye señalando.
Javier Medina, una lente curiosa
“Lo que más me impresionan son los conos pintados por los jóvenes de la comunidad que normalmente tienen motivos relacionados a la muerte pero mezclados con diversas otras temáticas como mujeres hermosas y vuelos surreales”, dice el fotógrafo Javier Medina, reconocido artista que desde hace varios años visita la celebración y construye un ensayo.
“Danzan al son de la música con tambores y flautas hechos por ellos y la gente danza en círculos, me interesa como lo cultural lúdico y lo ritual se mezclan y conviven. Se toma cerveza y raramente chicha y venden sándwiches, las máscaras han ido mutando de las confeccionadas por ellos a otras que compran en los bazares contemporáneos que normalmente son de aspecto grotesco diabólico o sarcástico”, relata.
“Conocí el Chaco durante una película que filmamos con Ramiro Gómez por lo que estuvimos durante un período de tiempo. Me pareció un territorio muy interesante por explorar fotográfica y artísticamente. Por eso comencé a visitar el Areté Guasu y desde ese momento estoy juntando un cuerpo de obra”, indicó.
“Es un ritual que se repite, no es que cada año hacen cosas nuevas, básicamente es lo mismo, no tiene ingerencias de nuevas cosas, de cambio, es una situación de reencuentro de la comunidad con parientes y conocidos con un ambiente muy festivo e interesante que celebra la unión entre vivos y muertos”, comenta.
“Se baila mucho básicamente y en el día final ocurren y culmina todo dejando ofrendas en el cementerio, he visto que algunos de los integrantes son recordados con fotografías, siempre está presente la relación con los ancestros”, señala.
Medina sueña con hacer extensivo su trabajo a otros lugares del Chaco “que es un territorio fascinante por lo que tiene y lo difícil de acceder. Es un territorio muy duro, la sequía es de hace muchísimos años… He visto más movimiento agrícola, siempre está el problema del agua, la escasa lluvia, se ve mucho polvo”, relata.
Hace sentir una especial conexión con la tierra – Por René González
Recorrimos más de 500 kilómetros desde Asunción por la Ruta Transchaco y llegamos a la Comunidad de Santa Teresita en Mariscal Estigarribia, uno de los lugares donde se celebra cada año el Areté Guazú del Chaco Paraguayo. La última vez que asistí como fotógrafo a esta fiesta, fue antes del del Bicentenario y en esta ocasión viajamos con grandes amigos y maestros de la fotografía como lo son Cristian Mascaros y Javier Medina, quien anuncia una muestra artística con sus fotos de este Carnaval Indígena.
El día de fiesta comienza temprano con una procesión. Ya la ropa se moja con sudor y la polvareda se impregna en la piel y en las cámaras fotográficas. Niños, niñas, jóvenes, adultos y ancianos visten trajes y máscaras para honrar la vida y a los espíritus de sus ancestros. La ronda es extensa, hay muchos abrazos, y la danza es imparable. Los músicos ejecutan sin parar flautas y tambores. Se toma chicha que consiste en un caldo de maíz fermentado, y también mucha cerveza que invita a risas y carcajadas en este reencuentro de las Comunidades que finalmente se reúnen en el cementerio del pueblo para rezar y llorar a quienes recuerdan.
Esta fiesta ancestral de integración intercultural, cuenta con la participación de otros Pueblos no solo los guaraníes y a medida que cae la tarde de la última jornada de fiesta, se suman otros grupos con alegorías distintas como máscaras, remeras, conos diseñados y pintados a mano que son verdaderamente obras de arte.
Me contaron que antes la fiesta era más cerrada al público, pero existe mayor interés de las personas por participar y disfrutar del carnaval. No se cobra entrada pero es muy importante pedir permiso a los líderes para ingresar a la Comunidad y se sugiere llevar víveres para la “olla común” así las mujeres cocinan y se comparte la comida.
Además del polvo, se siente una conexión distinta con la tierra. Es un carnaval muy distinto al de otras ciudades cercanas al río donde las personas acuden y bailan con poca ropa. En esta celebración eso no se podría pues son varios días y en el Chaco, el sol divierte pero su calor no perdona. Disfruten algún día del Arete Guazú.
Artículo publicado en La Nación, Asunción del Paraguay, y en La Página de Aguará.