Enfermedad infantil del comunismo
06 abril, 2017
category: EDICIONES IMPRESAS
Izquierdismo: enseñanzas de la Revolución Rusa
Algunas conclusiones
La revolución burguesa rusa de 1905 puso de manifiesto un viraje extraordinariamente original de la historia universal: en uno de los países capitalistas más atrasados se desarrollaba, por primera vez en el mundo, un movimiento huelguístico de una fuerza y amplitud inusitadas. Sólo en el mes de enero de 1905 el número de huelguistas fue 10 veces mayor que el número anual medio de huelguistas durante los 10 años precedentes (1895-1904), y de enero a octubre de 1905 las huelgas aumentaron constantemente y en proporciones colosales. La Rusia atrasada, bajo la influencia de una serie de factores históricos completamente originales, dio al mundo el primer ejemplo, no sólo de un salto brusco de la actividad espontánea en época de revolución de las masas oprimidas (cosa que ocurrió en todas las grandes revoluciones), sino también de la significación de un proletariado que desempeñaba un papel infinitamente superior a su importancia numérica en la población; mostró por vez primera la combinación de la huelga económica y la huelga política, con la transformación de ésta en insurrección armada, el nacimiento de una nueva forma de lucha de masas y organización de las masas de las clases oprimidas por el capitalismo, los Soviets.
Las revoluciones de febrero y octubre de 1917 determinaron el desenvolvimiento de los Soviets hasta el punto de extenderse a todo el país, y, después, su victoria en la revolución proletaria socialista. Menos de dos años más tarde, se puso de manifiesto el carácter internacional de los Soviets, la extensión de esta forma de lucha y organización al movimiento obrero mundial, el destino histórico de los Soviets consistente en ser los sepultureros, los herederos, los sucesores del parlamentarismo burgués, de la democracia burguesa en general.
Aun más. La historia del movimiento obrero muestra hoy que éste está llamado a atravesar en todos los países (y ha comenzado ya a atravesarlo) un período de lucha del comunismo naciente, cada día más fuerte, que camina hacia la victoria, ante todo y principalmente contra el “menchevismo” propio de cada país, es decir, contra el oportunismo y el socialchovinismo, y, de otra parte, como complemento, por decirlo así, contra el comunismo “de izquierda”. La primera de estas luchas se ha desarrollado en todos los países, sin excepción al parecer, en forma de lucha entre la II Internacional (hoy prácticamente muerta) y la Tercera. La segunda lucha se observa tanto en Alemania, como en Inglaterra, en Italia, en los Estados Unidos (donde una parte al menos de “Los Trabajadores Industriales del Mundo” y las tendencias anarcosindicalistas sostienen los errores del comunismo de izquierda a la vez que reconocen de manera casi general, casi incondicional, el sistema soviético) y en Francia (actitud de una parte de los ex-sindicalistas con respecto al partido político y al parlamentarismo, paralelamente también al reconocimiento del sistema de los Soviets), es decir, que se observa, indudablemente, en una escala no sólo internacional, sino universal.
Pero aunque la escuela preparatoria que conduce al movimiento obrero a la victoria sobre la burguesía sea en todas partes idéntica en el fondo, su desarrollo se realiza en cada país de un modo original. Los grandes países capitalistas adelantados avanzan en este camino mucho más rápidamente que el bolchevismo, el cual obtuvo en la historia un plazo de 15 años para prepararse, como tendencia política organizada, para la victoria. La III Internacional, en un plazo tan breve como es un año, ha alcanzado un triunfo decisivo, deshaciendo a la II Internacional, a la Internacional amarilla, socialchovinista, que hace unos meses era incomparablemente más fuerte que la Tercera, parecía sólida y poderosa, y gozaba en todas las formas, directas e indirectas, materiales (puestos ministeriales, pasaportes, prensa) y morales, del apoyo de la burguesía mundial.
Lo que importa ahora es que los comunistas de cada país adquieran completa conciencia, tanto de los principios fundamentales de la lucha contra el oportunismo y el doctrinarismo “de izquierda”, como de las particularidades concretas que esta lucha toma y debe tomar inevitablemente en cada país aislado, conforme a los rasgos originales de su economía, de su política, de su cultura, de su composición nacional (Irlanda, etc.), de sus colonias, de sus divisiones religiosas, etc., etc. Por todas partes se siente extenderse y crecer el descontento contra la II Internacional por su oportunismo a la par que por su inhabilidad e incapacidad para crear un núcleo realmente centralizado y dirigente, apto para orientar la táctica internacional del proletariado revolucionario, en su lucha por la República soviética universal. Hay que darse perfectamente cuenta de que dicho centro dirigente no puede, en ningún caso, ser formado con arreglo a un modelo establecido de una vez para siempre, por medio de la igualación mecánica o uniformidad de las diversas reglas tácticas de lucha. Mientras subsistan diferencias nacionales y estatales entre los pueblos y los países –y estas diferencias subsistirán incluso mucho tiempo después de la instauración universal de la dictadura del proletariado– la unidad de la táctica internacional del movimiento obrero comunista de todos los países exige, no la supresión de la variedad, no la supresión de las particularidades nacionales (lo cual constituye en la actualidad un sueño absurdo), sino una aplicación tal de los principios fundamentales del comunismo (Poder de los Soviets y dictadura del proletariado) que haga variar como es debido estos principios en sus explicaciones parciales, que los adapte, que los aplique acertadamente a las particularidades nacionales y políticas de cada Estado. Investigar, estudiar, descubrir, adivinar, comprender lo que hay de nacionalmente particular, nacionalmente específico en la manera como cada país aborda concretamente la solución de un mismo problema internacional: el triunfo sobre el oportunismo y el doctrinarismo de izquierda en el seno del movimiento obrero, el derrocamiento de la burguesía, la instauración de la República Soviética y la dictadura del proletariado, es el principal problema del período histórico que atraviesan actualmente todos los países adelantados (y no sólo los adelantados). Lo principal –naturalmente no todo ni mucho menos, pero sí lo principal– ya se ha hecho para atraer a la vanguardia de la clase obrera, para ponerla al lado del Poder de los Soviets contra el parlamentarismo, al lado de la dictadura del proletariado contra la democracia burguesa. Ahora hay que concentrar todas las fuerzas, toda la atención, en la acción inmediata, que parece ser y es realmente, hasta cierto punto, menos fundamental, pero que, en cambio, está prácticamente más cerca de la solución efectiva del problema, a saber: el descubrimiento de las formas de abordar la revolución proletaria o de pasar a la misma.
La vanguardia proletaria está conquistada ideológicamente. Esto es lo principal. Sin ello es imposible dar ni siquiera el primer paso hacia el triunfo. Pero de esto al triunfo dista todavía bastante. Con sólo la vanguardia, es imposible triunfar. Lanzar sólo a la vanguardia a la batalla decisiva, cuando toda la clase, cuando las grandes masas no han adoptado aún una posición de apoyo directo a esta vanguardia, o al menos de neutralidad benévola con respecto a ella, que la incapacite por completo para defender al adversario, sería no sólo una estupidez, sino además un crimen. Y para que en realidad toda la clase, las grandes masas de los trabajadores y de los oprimidos por el capital lleguen a ocupar semejante posición, son insuficientes la propaganda y la agitación solas. Para ello es necesaria la propia experiencia política de estas masas. Tal es la ley fundamental de todas las grandes revoluciones, confirmada hoy, con una fuerza y un relieve sorprendentes, no sólo en Rusia, sino también en Alemania. No sólo las masas incultas de Rusia, frecuentemente analfabetas, sino también las masas muy cultas, sin analfabetos, de Alemania, necesitaron experimentar en su propio pellejo toda la impotencia, toda la falta de carácter, toda la debilidad, todo el servilismo ante la burguesía, toda la infamia del gobierno de los caballeros de la II Internacional, toda la ineluctabilidad de la dictadura de los ultrarreaccionarios (Kornílov en Rusia; von Kapp y compañía en Alemania) como única alternativa frente a la dictadura del proletariado, para orientarse decididamente hacia el comunismo.
La tarea inmediata de la vanguardia consciente del movimiento obrero internacional, es decir, de los partidos, grupos y tendencias comunistas, consiste en saber llevar a las amplias masas (hoy todavía, en su mayor parte, soñolientas, apáticas, rutinarias, inertes, adormecidas) a esta nueva posición suya, o, mejor dicho, en saber dirigir no sólo el propio partido, sino también a estas masas, en la marcha encaminada a ocupar esa nueva posición. Si la primera tarea histórica (atraer a la vanguardia consciente del proletariado al Poder soviético y a la dictadura de la clase obrera) no podía ser resuelta sin una victoria ideológica y política completa sobre el oportunismo y el socialchovinismo, la segunda tarea que resulta ahora de actualidad y que consiste en saber llevar a las masas a esa nueva posición capaz de asegurar el triunfo de la vanguardia en la revolución, esta segunda tarea no puede ser resuelta sin liquidar el doctrinarismo de izquierda, sin enmendar por completo sus errores, sin desembarazarse de ellos.
Mientras se trate (como se trata aún ahora) de atraerse al comunismo a la vanguardia del proletariado, la propaganda debe ocupar el primer término; incluso los círculos, con todas las debilidades de la estrechez inherente a los mismos, son útiles y dan resultados fecundos en este caso. Pero cuando se trata de la acción práctica de las masas, de poner en orden de batalla –si es permitido expresarse así– al ejército de millones de hombres, de la disposición de todas las fuerzas de clase de una sociedad para la lucha final y decisiva, no conseguiréis nada con sólo las artes de propagandista, con la repetición escueta de las verdades del comunismo “puro”. Y es que en este terreno, la cuenta no se efectúa por miles, como hace en sustancia el propagandista miembro de un grupo reducido y que no dirige todavía masas, sino por millones y decenas de millones. En este caso tenéis que preguntaros no sólo si habéis convencido a la vanguardia de la clase revolucionaria, sino también si están dispuestas las fuerzas históricamente activas de todas las clases, obligatoriamente de todas las clases de la sociedad sin excepción, de manera que la batalla decisiva se halle completamente en sazón, de manera que 1) todas las fuerzas de clase que nos son adversas estén suficientemente sumidas en la confusión, suficientemente enfrentadas entre sí, suficientemente debilitadas por una lucha superior a sus fuerzas; 2) que todos los elementos vacilantes, versátiles, inconsistentes, intermedios –es decir, la pequeña burguesía, la democracia pequeñoburguesa, a diferencia de la burguesía– se hayan puesto bastante al desnudo ante el pueblo, se hayan cubierto de ignominia por su bancarrota práctica; 3) que en el proletariado empiece a formarse y a extenderse con poderoso impulso un estado de espíritu de masas favorable a apoyar las acciones revolucionarias más resueltas, más valientes y abnegadas contra la burguesía. He aquí en qué momento está madura la revolución, he aquí en qué momento nuestra victoria está segura, si hemos calculado bien todas las condiciones indicadas y esbozadas brevemente más arriba y hemos elegido acertadamente el momento.
(…) La historia en general, la de las revoluciones en particular, es siempre más rica de contenido, más variada de formas y aspectos, más viva, más “astuta” de lo que se imaginan los mejores partidos, las vanguardias más conscientes de las clases más adelantadas. Se comprende fácilmente, pues las mejores vanguardias expresan la conciencia, la voluntad, la pasión, la imaginación de decenas de miles de hombres, mientras que la revolución la hacen, en momentos de tensión y excitación especiales de todas las facultades humanas, la conciencia, la voluntad, la pasión, la imaginación de decenas de millones de hombres aguijados por la lucha de clases más aguda. De aquí se derivan dos conclusiones prácticas muy importantes: la primera es que la clase revolucionaria, para realizar su misión, debe saber utilizar todas las formas y los aspectos, sin la más mínima excepción, de la actividad social (dispuesta a completar después de la conquista del Poder político, a veces con gran riesgo e inmenso peligro, lo que no ha terminado antes de esta conquista); la segunda es que la clase revolucionaria debe hallarse dispuesta a reemplazar de un modo rápido e inesperado una forma por otra.
Todo el mundo convendrá que sería insensata y hasta criminal la conducta de un ejército que no se dispusiera a utilizar toda clase de armas, todos los medios y procedimientos de lucha que posee o puede poseer el enemigo. Pero esta verdad es todavía más aplicable a la política que al arte militar. En política se puede aún menos saber de antemano qué método de lucha será aplicable y ventajoso para nosotros en tales o cuales circunstancias futuras. Sin dominar todos los medios de lucha, podemos correr el riesgo de sufrir una enorme derrota, a veces decisiva, si cambios independientes de nuestra voluntad en la situación de las otras clases ponen a la orden del día una forma de acción en la cual somos particularmente débiles. Si dominamos todos los medios de lucha, nuestro triunfo es seguro, puesto que representamos los intereses de la clase realmente avanzada, realmente revolucionaria, aun en el caso de que las circunstancias no nos permitan hacer uso del arma más peligrosa para el enemigo, del arma susceptible de asestar con la mayor rapidez golpes mortales. Los revolucionarios inexperimentados se imaginan a menudo que los medios legales de lucha son oportunistas, porque en este terreno (sobre todo en los períodos llamados “pacíficos”, en los períodos no revolucionarios) la burguesía engañaba y embaucaba con una frecuencia particular a los obreros, y que los procedimientos ilegales son revolucionarios. Tal afirmación, sin embargo, no es justa. Lo justo es que los oportunistas y traidores a la clase obrera, son los partidos y jefes que no saben o no quieren (no digáis nunca: no puedo, sino: no quiero) aplicar los procedimientos ilegales en una situación como la guerra imperialista de 1914-1918 por ejemplo, en que la burguesía de los países democráticos más libres engañaba a los obreros con una insolencia y crueldad nunca vistas, prohibiendo que se dijese la verdad sobre el carácter de rapiña de la guerra. Pero los revolucionarios que no saben combinar las formas ilegales de lucha con todas las formas legales son unos malos revolucionarios. No es difícil ser revolucionario cuando la revolución ha estallado ya y se halla en su apogeo, cuando todos y cada uno se adhieren a la revolución simplemente por entusiasmo, por moda y a veces por interés personal de hacer carrera. Al proletariado le cuesta mucho, le produce duras penalidades, le origina verdaderos tormentos “deshacerse”, después de su triunfo, de estos “revolucionarios”. Es infinitamente más difícil –y muchísimo más meritorio– saber ser revolucionario cuando todavía no se dan las condiciones para la lucha directa, franca, la verdadera lucha de masas, la verdadera lucha revolucionaria, saber defender los intereses de la revolución (mediante la propaganda, la agitación, la organización) en instituciones no revolucionarias y a menudo sencillamente reaccionarias, en la situación no revolucionaria entre unas masas incapaces de comprender de un modo inmediato la necesidad de un método revolucionario de acción. Saber encontrar, percibir, determinar exactamente la marcha concreta o el cambio brusco de los acontecimientos susceptibles de conducir a las masas a la grande y verdadera lucha revolucionaria final y decisiva, es en lo que consiste la misión principal del comunismo contemporáneo en la Europa occidental y en América.
(…) Los comunistas de Europa occidental y de América deben aprender a crear un parlamentarismo nuevo, poco comun, no oportunista, que no tenga nada de arrivista; es necesario que el Partido Comunista lance sus consignas, que los verdaderos proletarios, con ayuda de la masa de la gente pobre, inorganizada y aplastada, extiendan y distribuyan octavillas, recorran las viviendas de los obreros, las chozas de los proletarios del campo y de los campesinos que viven en los sitios más recónditos (por ventura, en Europa los hay mucho menos que en Rusia, y en Inglaterra apenas si existen), penetren en las tabernas más concurridas, se introduzcan en las asociaciones, en las sociedades, en las reuniones fortuitas de los elementos pobres, que hablen al pueblo con un lenguaje sencillo (y no de un modo muy parlamentario), no corran, por nada en el mundo, tras un “lugarcito” en los escaños del parlamento, despierten en todas partes el pensamiento, arrastren a la masa, cojan a la burguesía por la palabra, utilicen el aparato creado por ella, las elecciones convocadas por ella, el llamamiento hecho por ella a todo el pueblo, den a conocer a este último el bolchevismo como nunca habían tenido ocasión de hacerlo (bajo el dominio burgués), fuera del período electoral (sin contar, naturalmente, con los momentos de grandes huelgas, cuando ese mismo aparato de agitación popular funcionaba en nuestro país con más intensidad aún). Hacer esto en la Europa occidental y en América es muy difícil, dificilísimo, pero puede y debe hacerse, pues las tareas del comunismo no pueden cumplirse, en general, sin trabajo, y hay que esforzarse para resolver los problemas prácticos cada vez más variados, cada vez más ligados a todos los aspectos de la vida social y que van arrebatándole cada vez más a la burguesía un sector, un campo de la vida social tras otro.
(…) Después de la revolución proletaria en Rusia, de las victorias de dicha revolución en el terreno internacional, inesperadas para la burguesía y los filisteos, el mundo entero se ha transformado y la burguesía es también en todas partes otra. La burguesía está asustada por el “bolchevismo”, está irritada contra él casi hasta perder la razón, y precisamente por eso acelera, por una parte, el desarrollo de los acontecimientos y, por otra, concentra la atención en el aplastamiento del bolchevismo por la fuerza, debilitando con ello su posición en otros muchos terrenos. Los comunistas de todos los países adelantados deben tener en cuenta estas dos circunstancias para su táctica.
Cuando los kadetes rusos y Kerenski emprendieron una persecución furiosa contra los bolcheviques — sobre todo después de abril de 1917, y más aun en junio y julio del mismo año –, “rebasaron los limites”. Los millones de ejemplares de los periódicos burgueses que gritaban en todos los tonos contra los bolcheviques, nos ayudaron a conseguir que las masas valorasen el bolchevismo y, aun sin contar con la prensa, toda la vida social, gracias al “celo” de la burguesía, se impregnó de discusiones sobre el bolchevismo. En el momento actual, los millonarios de todos los países se conducen de tal modo en la escala internacional, que debemos estarles reconocidos de todo corazón. Persiguen al bolchevismo con el mismo celo que lo perseguían antes Kerenski y compañía, y, como éstos, “rebasan también los límites” y nos ayudan. Cuando la burguesía francesa convierte al bolchevismo en el punto central de la campaña electoral, injuriando por su bolchevismo a socialistas relativamente moderados o vacilantes; cuando la burguesía norteamericana, perdiendo completamente la cabeza, detiene a miles y miles de individuos sospechosos de bolchevismo y crea un ambiente de pánico propagando por doquier la nueva de conjuraciones bolcheviques; cuando la burguesía inglesa, la más “sólida” de todas las burguesías del mundo, con todo su talento y su experiencia, comete inverosímiles tonterías, funda riquísimas “sociedades para la lucha contra el bolchevismo”, crea una literatura especial sobre este último, toma a su servicio, para la lucha contra el bolchevismo, a un personal suplementario de sabios, de agitadores, de curas, debemos inclinarnos y dar las gracias a los señores capitalistas. Estos trabajan para nosotros, nos ayudan a interesar a las masas en la cuestión de la naturaleza y la significación del bolchevismo. Y no pueden obrar de otro modo, porque ya han fracasado en sus intentos de “hacer el silencio” alrededor del bolchevismo y ahogarlo.
Pero, al mismo tiempo, la burguesía ve en el bolchevismo casi únicamente uno de los aspectos de este último: la insurrección, la violencia, el terror; por esto se prepara particularmente para resistir y rechazar al bolchevismo en este terreno Es posible que en casos aislados, en algunos países, en tales o cuales períodos breves lo consiga; hay que contar con esa posibilidad, que no tiene para nosotros nada de temible. El comunismo “brota”, literalmente, en todos los aspectos de la vida social, se manifiesta decididamente por doquier, el “contagio” (para emplear la comparación preferida de la burguesía y de la policía burguesa, y la más “agradable” para ella) ha penetrado muy profundamente en todos los poros del organismo y lo ha impregnado por completo. Si se “obtura” con celo particular una de las salidas, el “contagio” encontrará otra, a veces completamente inesperada; la vida triunfa por encima de todo. Que la burguesía se sobresalte, se irrite hasta perder la cabeza, que rebase los límites, que cometa necedades, que se vengue de antemano de los bolcheviques y se esfuerce en aniquilar (en la India, en Hungría, en Alemania, etc.) a centenares, a miles, a centenares de miles de bolcheviques de mañana o de ayer ¡ al obrar así procede como han obrado todas las clases condenadas por la historia a desaparecer. Los comunistas deben saber que, en todo caso, el porvenir les pertenece, y por esto podemos (y debemos) unir el máximo de pasión en la gran lucha revolucionaria con la consideración más fría y serena de las furiosas sacudidas de la burguesía. La revolución rusa fue cruelmente derrotada en 1905; los bolcheviques rusos fueron aplastados en julio de 1917; más de 15.000 comunistas alemanes fueron aniquilados por medio de la provocación artera y de las maniobras hábiles de Scheidemann y Noske, aliados a la burguesía y los generales monárquicos; en Finlandia y en Hungría hace estragos el terror blanco, pero en todos los casos y en todos los países, el comunismo se está templando y crece; sus raíces son tan profundas que las persecuciones no lo debilitan, no lo desarman, sino que lo refuerzan. Lo único que hace falta para que marchemos hacia la victoria más firmemente y más seguros, es que los comunistas de todos los países actuemos en todas partes y hasta el fin, guiados por la convicción de la necesidad de una flexibilidad máxima en nuestra táctica. Lo que actualmente hace falta al comunismo, que crece magníficamente, sobre todo en los países adelantados, es esta conciencia y el acierto para aplicarla en la práctica.
Podría (y debería) ser una lección útil lo ocurrido con unos eruditos marxistas y unos jefes de la II Internacional tan fieles al socialismo como Kautsky, Otto Bauer y otros. Estos tenían perfecta conciencia de la necesidad de una táctica flexible, habían aprendido y enseñaban a los demás la dialéctica marxista (y mucho de lo hecho por ellos en este campo, será considerado siempre como una valiosa adquisición de la literatura socialista); pero al aplicar esta dialéctica, han incurrido en un error de tal naturaleza, se han mostrado en la práctica tan apartados de la dialéctica, tan incapaces de tener en cuenta los rápidos cambios de forma y la rápida entrada de un contenido nuevo en las antiguas formas, que su suerte no es más envidiable que la de Hyndman, Guesde y Plejánov.
La causa fundamental de su bancarrota consiste en que se han dejado “encandilar” por una forma determinada de crecimiento del movimiento obrero y del socialismo, olvidándose de su unilateralidad; han tenido miedo a ver la brusca ruptura, inevitable por las circunstancias objetivas, y han seguido repitiendo las simples verdades aprendidas de memoria y a primera vista indiscutibles: tres son más que dos. Pero la política se parece más al álgebra que a la aritmética y todavía más a las matemáticas superiores que a las matemáticas simples. En realidad, todas las formas antiguas del movimiento socialista se han llenado de un contenido nuevo y un nuevo signo ha aparecido por lo tanto delante de las cifras, el signo “menos”, mientras nuestros sabios seguían (y siguen) afirmando tenazmente a todo el mundo que “menos tres” es mayor que “menos dos”.
Hay que procurar que los comunistas no repitan el mismo error en el otro sentido, o mejor dicho, que ese mismo error, cometido, aunque en un sentido contrario, por los comunistas “de izquierda” sea corregido y curado con el máximo de rapidez y el mínimo de dolor para el organismo. No sólo el doctrinarismo de derecha constituye un error, también lo constituye el doctrinarismo de izquierda. Naturalmente, el error del doctrinarismo de izquierda en el comunismo es en el momento actual mil veces menos peligroso y grave que el de derecha (esto es, del socialchovinismo y de los kautskianos); pero esto se debe únicamente a que el comunismo de izquierda es una tendencia novísima, que acaba de nacer. Sólo por esto, la enfermedad puede ser, en ciertas condiciones, fácilmente vencida y es necesario emprender su tratamiento con el máximo de energía.
Las antiguas formas se han roto, pues ha resultado que su nuevo contenido — antiproletario, reaccionario — ha adquirido un desarrollo inconmensurable. Desde el punto de vista del desenvolvimiento del comunismo internacional, poseemos hoy un contenido tan sólido, tan fuerte, tan potente, de nuestra actividad (por el Poder de los Soviets por la dictadura del proletariado) que puede y debe manifestarse en cualquier forma tanto antigua como nueva, que puede y debe transformar, vencer, someter a todas las demás formas, no sólo nuevas, sino también antiguas, no para conciliarse con ellas, sino a fin de saber convertirlas todas, las nuevas y las viejas, en un arma para la victoria completa y definitiva, decisiva e irremisible del comunismo.
Los comunistas deben consagrar todos sus esfuerzos a dirigir el movimiento obrero y el desarrollo social en general por el camino más recto y rápido hacia la victoria mundial del Poder soviético y de la dictadura del proletariado. Es una verdad indiscutible. Pero basta dar un pequeño paso más allá — aunque parezca efectuado en la misma dirección –, para que esta verdad se cambie en error. Basta con que digamos, como hacen los comunistas de izquierda alemanes e ingleses, que no aceptamos más que un camino, el camino recto, que no admitimos las maniobras, los acuerdos, los compromisos, para que sea un error que puede causar, y que ha causado ya en parte y sigue causando, los más serios perjuicios al comunismo. Los doctrinarios de derecha se han obstinado en no admitir más que las formas antiguas, y han fracasado del modo más completo por no haberse dado cuenta del nuevo contenido. Los doctrinarios de izquierda se obstinan en rechazar incondicionalmente determinadas formas antiguas, sin ver que el contenido nuevo se abre paso a través de toda clase de formas y que nuestro deber de comunistas consiste en adueñarnos de todas ellas, en aprender a completar con el máximo de rapidez unas con otras, en sustituirlas unas por otras, en adaptar nuestra táctica a todo cambio de este género, suscitado por una clase que no sea la nuestra o por unos esfuerzos que no sean los nuestros.
La revolución mundial, que ha recibido un impulso tan poderoso y ha sido tan intensamente acelerada por los horrores, las villanías y las abominaciones de la guerra imperialista mundial, de la situación sin salida creada por la misma, esa revolución se extiende y se ahonda con una rapidez tan extraordinaria, con una riqueza tan magnífica de formas sucesivas, con una refutación práctica tan edificante de todo doctrinarismo, que tenemos todos los motivos para creer en una curación rápida y completa del “izquierdismo”, enfermedad infantil en el movimiento comunista internacional.
27 de abril de 1920
1 Comment
José
Dic 12, 2017, 3:19 am
Esperemos que en Venezuela y quizás en Cataluña también, se intente de nuevo hacer Historia, aprendiendo de los errores del pasado.