La China de Xi Jinping y su futuro – Por Julio A. Louis
Quinto capítulo del libro “China: pasado, presente y futuro”, ofrecido a América XXI por el autor.
08 septiembre, 2019
category: FORO DEBATE
El libro “China: pasado, presente y futuro” del pensador uruguayo Julio A. Louis está compuesto por una serie de artículos publicados inicialmente en el Semanario Voces y enviados a América XXI por el autor. El material compone un profundo y a la vez sintetizado análisis sobre las claves históricas y el conocimiento imprescindible de un país fundamental en el escenario mundial actual. A continuación, reproducimos el capítulo V, titulado “La China de Xi Jinping y su futuro”.
Capítulo IV: Deng y sus continuadores hasta Xi Jinping (1978-2013)
Capítulo III: La China de Mao (1949-1978)
Capítulo II: Los grandes pensadores, la Guerra del Opio y la República Popular
Capítulo I: La historia milenaria de China
Prólogo del libro “China: pasado, presente y ¿futuro?”
Por Julio A. Louis
Xi Jinping asumió la Secretaría General del Partido Comunista de China (PCCh) en su 18° Congreso (2012), previo a ser designado presidente de la República (2013). Es el líder más poderoso desde Mao. Un cuerpo de pensamiento político con su nombre fue agregado a la constitución del PCCh.
En el 19° Congreso se comprometió a llevar al país a una “nueva era” de poder e influencia internacional. Promovió una fuerte presencia del Estado y del PCCh en la economía; priorizó el crecimiento cualitativo, la mejora de las condiciones de trabajo y la disminución de la contaminación. Subrayó que China es la única gran economía sin crisis, con un crecimiento constante durante cuatro décadas, que ha sacado de la miseria a 700 millones de personas. Opina que para crear las condiciones que posibiliten el socialismo, se debe jugar con las reglas capitalistas, en tanto imperan en el planeta, extrayendo lo positivo y desechando lo negativo.
Para 2021 -a cien años de la fundación del PCCh- se eliminaría la pobreza, y China sería “una sociedad modestamente acomodada”. Para 2049 (centenario de la República Popular) sería “un país moderno, próspero, fuerte, democrático, culturalmente avanzado, armonioso y hermoso” y socialista. Sus prioridades son desarrollar el oeste del país (atrasado) y para ello mejorar la interconectividad con Asia Central y el Índico. “Acercar” económica y políticamente (vía mar, aire, tierra y ciberespacio) a los 16 países de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático, reducir los riesgos geopolíticos y para eso, diversificar las rutas comerciales con la Unión Europea, su principal socio económico.
La orientación económico-social
Hoy, los principales bancos son del Estado y los dirige el gobierno. El capital extranjero no fluye con libertad. China apunta a ser el centro de fabricación de la economía global y a liderar la innovación y la tecnología. El programa “Made in China” (2015) busca ser competitivo en diez años en industrias con tecnologías avanzadas: maquinarias, vehículos, robots, aparatos electrónicos.
Las inversiones extranjeras directas (IED) se restringen, dirigiéndose sobre todo a mejorar la alta tecnología: en 2016 representan poco más del 1% del PBI, por debajo del 2.3% en 2006 y 4.8% en 1996. El gobierno subsidia a sus fabricantes. Y pone requisitos para que las empresas de EE. UU. transfieran tecnología a cambio de acceder a su mercado. Por eso, las trasnacionales extranjeras (ETN) no encuentran grandes atractivos.
China se ubica en el lugar 59 entre los 61 países evaluados por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en términos de apertura a las IED. No acepta el control de las ETN y mantiene su independencia del imperialismo norteamericano y del capitalismo global como ningún otro Estado. Es el único de los países otrora subdesarrollados que se ha industrializado.
“Esto nos lleva a la pregunta de si China es un estado capitalista o no (…) China no es capitalista. La producción de mercancías con fines de lucro, basada en relaciones de mercado espontáneas, gobierna el capitalismo. La tasa de ganancia determina sus ciclos de inversión y genera crisis económicas periódicas. Esto no se aplica en China. En China, la propiedad pública de los medios de producción y la planificación estatal sigue siendo dominante y la base de poder del Partido Comunista está enraizada en la propiedad pública. Así que el crecimiento económico de China se ha logrado sin que el modo de producción capitalista sea dominante” (1).
Eso sí, preocupa la desigualdad de riquezas e ingresos. Crecen los millonarios (muchos relacionados con el PCCh). El índice de Gini (desigualdad de ingresos) aumentó de 0.30 en 1978 a 0.49 antes de la recesión global (2008). Cuando se desaceleró el crecimiento, la desigualdad disminuyó.
En general, las luchas las asumen las “capas medias” (cuadros técnicos, empresariales, docentes, etc.). Y han mejorado las condiciones laborales y la conciencia de los peligros de la contaminación.
La soberanía y los dilemas externos
China mantiene las relaciones exteriores con independencia de la afinidad ideológica. Su gran objetivo es defender la paz. Intenta despegarse de la praxis de los países imperialistas. Pero su necesidad de materias primas, la lucha contra el imperialismo norteamericano, la defensa de su soberanía nacional, le generan contradicciones. Prioriza las relaciones con los países no desarrollados y con los vecinos, pero no mezcla la política con la economía. Por ejemplo, vota en la ONU a favor de los palestinos y tiene excelentes relaciones económicas con Israel. Presta ayuda -desde económica a militar- a los países de los que se abastece, y así favorece a los regímenes existentes, cualquiera sea su orientación (Sudán, Zimbabwe, Venezuela, etc.). Ha instalado una base militar en el exterior en Yibutí, cuerno de África (2017) y dispone de soldados para las operaciones de paz de la ONU.
Sus inversiones en los países dependientes pueden servir a la instalación de multinacionales, que son las que aprovechan los ferrocarriles, las carreteras, etc. Por su parte, importa materias primas de esos países (caso de Nuestra América) y exporta manufacturas, lo que dificulta o impide la industrialización de éstos. A la vez, se compromete con el “Grupo de los 77” (120 miembros) y apuntala las experiencias de integración, como la CELAC.
No tolera las imposiciones de EE.UU. en los organismos internacionales (Banco Mundial, FMI, etc.) y “patea el tablero” económico y geopolítico, promoviendo la actualización de la “Ruta de la Seda” y la creación del BAII (Banco Asiático de Inversión en Infraestructura), que altera los acuerdos de la posguerra de Bretton Woods y compite con los organismos controlados por EE. UU.
Tal Ruta es un conjunto de carreteras, líneas férreas y rutas marítimas, cuyas construcciones supervisa el Banco Chino de Desarrollo. Asia Central es el objetivo inmediato. Culminará esa tarea en 2025, dando a China el “poder suave” al que aspira. Se considera “poder duro” al económico y al militar. En cambio: “Un país puede obtener los resultados que desea en política mundial porque otros países quieran seguir su estela, admirando sus valores, emulando su ejemplo, aspirando a un nivel de prosperidad y apertura (…) Es lo que yo llamo poder blando. Más que coaccionar, absorbe a terceros” (2).
Dicho poder tiene tres pilares: la cultura, las relaciones exteriores y los valores políticos. Se basa en seducir y persuadir. China piensa en una lógica de no confrontación, aunque sí en extender su influencia. Ya es el mayor socio comercial de los países de Asia Central y de varios africanos y latinoamericanos (entre ellos, Uruguay). En 2014 en Nuestra América, su banca ha prestado más dinero que el Banco Mundial y el BID juntos; Venezuela es su mayor receptora.
Defiende la legalidad internacional y la soberanía de los países, la coexistencia pacífica y la cooperación tecnológica. Tras décadas de absorber inversiones extranjeras, su estrategia actual es que su capital fluya al exterior, en especial hacia sus vecinos.
El complemento de la Ruta de la Seda es el BAII, aprobado por 22 países, que ayudará a financiar proyectos en energía, telecomunicaciones y transporte, compitiendo con el Banco Mundial. A él han adherido, entre otros, el Reino Unido, Francia, Alemania, Brasil, Corea e Israel.
La Ruta de la Seda, el BAII, los BRICS, la Organización de Cooperación de Shanghái (China, Rusia y países de Asia Central), la influencia en el Movimiento de No Alineados (los “77”) demuestran el rol de China, que espera y responde. Si Trump impone aranceles a sus productos, la respuesta es semejante. Además, China cada vez le presta menos a EEUU, lo que genera problemas de financiación al gobierno federal. Y tiene una suma billonaria en Bonos del Tesoro Federal, pudiendo desatar un caos si los vendiera. El go -su tradicional juego- busca el objetivo de rodear al rival, hasta que no pueda escapar. Los líderes chinos lo juegan muy bien.
Similitudes con el Despotismo Ilustrado
El PCCh apuesta por un modelo de democracia consultiva, en el que él administra el poder en nombre del pueblo. Una reciente encuesta del Pew Research Center descubre que el 77% de los entrevistados cree que la forma de vida en China debe protegerse de la “influencia extranjera” y afirma que la gran mayoría respalda al régimen, pese a su preocupación por la corrupción y la desigualdad. El “socialismo con características chinas” no es socialismo según la definición marxista, y menos una “dictadura del proletariado”, o una “democracia verdadera” como definía el joven Marx. Pero ese “socialismo con características chinas” cobra sentido si se observa el rumbo estratégico proyectado en un plazo de siglos, concepto enraizado en esa civilización desde Lao Tsé y Confucio. Reconoce hoy la imposibilidad de alcanzar el socialismo, esto es, que los medios de producción y de cambio dejen de ser privados para ser de la sociedad, y que cada trabajador reciba de ésta tanto como le ha dado. Antes, juzga imprescindible desarrollar las fuerzas de producción y satisfacer las necesidades básicas de las clases populares -alimentación, salud, vivienda, alfabetización-, sin cuya consciente y activa participación se mantendrá la explotación.
Mientras que en la URSS la transformación comenzó desde la esfera política, en China comienza desde la económica; “sus líderes entendieron que, sin poseer un potencial económico, tecnológico y financiero, iba a ser imposible producir los necesarios cambios políticos en su sociedad o, dicho en otras palabras, sin construir la base económica, material y tecnológica del socialismo, era imposible hablar de socialismo, mucho menos de construirlo” (3).
En Europa, en la segunda mitad del siglo XVIII, -cuando la burguesía amenazaba y era impotente para derrocar a las monarquías absolutas- surge el Despotismo Ilustrado, defensor de “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”, que conjuga el absolutismo monárquico y la Ilustración, para reforzar la autoridad y frenar las ideas peligrosas. Las medidas se toman desde arriba, y se pide al pueblo comportarse como buen ciudadano. Un régimen de equilibrio entre la nobleza decadente y el “Tercer Estado”, o sea, el conjunto de las clases-estamentos populares bajo la dirección de la burguesía. Sus características eran la centralización, opuesta a las libertades municipales y las autonomías provinciales; la administración jerarquizada; el humanitarismo, contra las servidumbres, castigos e intolerancia religiosa; y gobernar todo, desde la economía a la cultura.
En China -cuando los obreros, campesinos y pequeña burguesía (tres estrellas de su bandera) luchan, pero no son fuertes para detentar el poder- se llega a un “despotismo ilustrado” (el “socialismo con características chinas”). Esto es, todo con el pueblo, pero con el considerado educado, con buen criterio, el que no conduzca a los excesos de la Gran Revolución Cultural. Es la conjunción del poder absoluto del PCCh y el marxismo, que hace las veces de la Ilustración. Es que ese peculiar PCCh equilibra entre la burguesía -en gran medida surgida de su seno-, la burocracia, y esas tres clases populares, pero mantiene su aspiración el socialismo, que estaría en su “etapa primaria” hasta fines del siglo. A la luz de las experiencias fallidas de la democracia soviética y de la degeneración de las liberales -que poco o nada poseen de “gobierno del pueblo”– resulta un concepto avanzado.
No obstante, las circunstancias concretas se modifican. Los trabajadores, campesinos, pequeños burgueses despiertan y se movilizan. Ante tantas desigualdades, las protestas, los paros, las huelgas se multiplican desde mediados de la década de 1990. Utilizan diversos medios, usando los espacios de legitimidad institucional, en especial, uno creado ya en 1951: la Administración de Cartas y Visitas, donde toman iniciativas, emiten valoraciones e interpelan a los representantes del Partido y del Estado. Éstos facilitan las expresiones legales del descontento, aunque disgusten a empresarios y burócratas. Sin embargo, las autoridades se preocupan ante esas movilizaciones, propias de la lucha de clases y de las posibilidades de cambiar las relaciones de poder.
La nueva izquierda que asoma es apoyada por sus referencias nacionalistas, pero sus ideas de colectivizar la economía o propender a la igualdad social, no tienen aún bases sociales significativas. Es cierto que ha habido luchas en defensa del medio ambiente, del trabajo y de los salarios. Pero no por más democracia o poder económico. Empero, las movilizaciones crecen. En 2017, en diversas universidades -incluida la de Beijing- se formó un movimiento de resistencia a los planes educativos considerados pro capitalistas, apoyado por miles de estudiantes. Aparecen los “Jóvenes marxistas” con su lema “más Marx, menos Occidente”. Xi se dirigió a ellos para expresarles su apoyo. En cambio, los disidentes liberales carecen de apoyo popular y son reprimidos; se les recuerda como los protagonistas de Tiannanmen. Y no se reclaman elecciones al estilo democrático-liberal.
La máquina del partido/estado se presenta en todos los niveles de la industria y la actividad. El grueso de las empresas y del personal están bajo su control. El PCCh controla el avance profesional del personal superior en las empresas estatales y en todas las otras no estatales, excepto en las más pequeñas. En síntesis, el PCCh promueve el personal y maneja gran parte de la economía nacional.
Conclusiones
Es preciso investigar, no pensar con los deseos, e intentar la transición al socialismo en cada país de acuerdo a sus características, conscientes de que los procesos se retroalimentan. En China, la amenaza del retorno al capitalismo aún existe. Y debemos aprender del fracaso de la URSS: los chinos han tenido la virtud de no repetir el error de crear otra Internacional como la Tercera, dispuesta a decir “amén” a todo lo que ellos hagan. El deber internacionalista de los trabajadores del mundo es ser defensores y críticos de su proceso y conducción.
Referencias
1) Michael Roberts. “Xi toma el control total del futuro de China”. 25/10/2017
2) Joseph Nye, “La paradoja del poder norteamericano”. 2003
3) Sergio Rodríguez Gelfenstein. “XIX Congreso del P.C. de China: un evento que mira al futuro”. (6/11/2017)
Capítulo IV: Deng y sus continuadores hasta Xi Jinping (1978-2013)
Capítulo III: La China de Mao (1949-1978)
Capítulo II: Los grandes pensadores, la Guerra del Opio y la República Popular
Capítulo I: La historia milenaria de China
Prólogo del libro “China: pasado, presente y ¿futuro?”