La ciudad oculta – Por Jorge Zárate
07 febrero, 2020
category: DOCUMENTOS, NOTICIAS
«En ese tiempo estábamos colgados de ácido. Acabábamos discutiendo con los árboles, pero lo peor es que a menudo ganaban ellos la discusión».
Lemmy Kilmister, líder de Motorhead.
«Para aprender estas cosas, deberás permanecer un año conmigo en la selva. Comerás miel, maíz y frutas, y de vez en cuando un trozo de carne de pecarí (saíno). Dejarás de leer, porque la sabiduría que viene de los papeles te impedirá comprender la sabiduría que nosotros recibimos, que viene de arriba y que nos permite entender, por medio de la naturaleza entre otras cosas, los mensajes de Los de Arriba»
Chaman Mbya a León Cadogan
*Memorias de León Cadogan, extranjero, campesino y científico; 1990
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“Vi al mundo moverse borracho y sobrio, leguas atrás, el camino por delante en la senda de las estrellas”, me dijo, en su idioma, en el nuestro. Ya no me acuerdo las palabras precisas del traductor, pero son estas.
Es lo que comentó, haciendo un gesto oscilante con las manos, cuando le pregunté sobre existencia de una mítica ciudad flotante.
Después se fue por las ramas.
Igual, esa idea me apasiona, me sigue de fondo mientas estoy pensando en el Piogonaaq, el sabio Qom que entrevistamos.
Aquello tan sutil sobre nosotros, cuando nos compara con la pequeña avispa que bebe del néctar y me pide imaginar la miel, aprender la sensibilidad para leer en su textura, me dice que el paladar es un puente del olfato.
Estoy editando este video interminable y siento que contaremos algo sobre este pueblo, va a quedar bien, pero hay detrás una historia que es cine y apenas pude acercarme al tipo para preguntarle qué hubo de esa ciudad mitológica.
En eso pienso mientras manejo de regreso, también en que me quiero dar un baño, me quiero acostar, quiero tener sexo y mi chongo no está.
Entonces miro los árboles a la vera de la Ruta 11 queriendo imaginar el gran bosque que esto fue y apenas se ven manchones, alguna altura a la vera de los ríos, allí bordeando el Tragadero, y sin querer sigo dibujando en la cabeza esa urbe mitológica.
¿Cómo será?
Intraterrena, es decir, como un pozo bajo el lecho del Chaco o, flotante, algo suspendido sobre el bosque, en otra dimensión.
En oscuro el Gran Chaco Americano |
En eso pienso cuando espero el ascensor, mientras subo y me veo en los espejos cuyos reflejos me hacen infinita hacia el fondo y fantaseo con que al abrir la puerta en el octavo ingresaré a la ciudad nave y podré ver pasado y futuro de este espacio que es el Gran Chaco Americano.
Me voy a la ducha después de hacer una selección de rock espacial para no cortar la onda aprovechando que las luces del atardecer juegan a favor.
Después sólo recuerdo que me dormí en sensualidad y tuve un sueño erótico, uno en el que soy poderosa, bisexual, apasionada, cruel, inocente, los escenarios son cambiantes, las formas también.
Hay algo de árbol en mi, es un sueño extraño.
Hay cosas más profundas también, como raíces.
Me despierto en una gran pregunta húmeda.
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El día me devuelve a la ruta, al regreso a esa comunidad indígena.
• A veces me siento como el carancho rutero, un ser que se adapta pero que también lucha por no dejar de volar., dice el boludo de Gustavo y todos nos cagamos de risa mientras la ruta pasa negra debajo del autito.
Les cuento la primera parte de estas impresiones al equipo y les digo…
“Entiendo que ese es el segmento que sigue en el docu. El viejo hablando pausado sobre ese fondo de río con bosque en galería, con pájaros azules volando de costa a costa, con algún yakaré de fondo de las tomas de apoyo.
Diciendo: La magia es sencilla, se presenta cuando se tiene una buena vibración, la más acorde, la que permite acceder a ese momento especial. Antes no se percibe, aparece en cualquier momento del bosque, como un regalo a la convivencia que practiques con él. Es apenas un resplandor, o un momento perdurable de acuerdo a tus capacidades con el tiempo. Esto si es un aprendizaje, surge del ejercicio, de lo que va generando el espacio del estar”.
• Cómo usar el tiempo, cómo intentar que ese rico derrotero se reproduzca en breve espacio, pienso en el engarce, en construir un tejido, una red, algo que atrape al que vea la película, algo que lo deje dentro del relato, le digo al equipo.
Todos ponen cara grande de pregunta seca.
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Caminar en el sendero es sorpresa en los primeros pasos, pero en un momento puede volverse recurrente, se puede caminar en círculos y sentir que se perece de calor, como hicieron muchísimos de los expedicionarios españoles, absurdamente vestidos, paranoicos, armados en su escenario de violencia omnipresente.
Me quedo con aquellos curitas que fueron convertidos por los chamanes a la religión politeista de los pueblos de Abya Yala, uno de los nombres colectivos de la nuestramérica.
Lo escribieron, lo asentaron en tomos que fueron ocultos al gran público hasta hace poco por la Universidad de San Marcos de Lima, la más antigua del continente.
Revisando esos cruces, no puedo llegar a entender cómo y cuándo el hombre perdió el completo respeto por lo sagrado, por el bosque, por la montaña, en qué momento histórico desubicó su lugar entre todos los seres, que no es un lugar preeminente, que es apenas un espacio de observación diferente, cuándo se perdió, cuánto tuvo que ver la religión monoteísta.
Lo pienso ahora que atardece con el sol de fuego yendo a dormir, vestido de nubes, pintando velos de humo, probándose un bosque de palmeras y quebrachos.
Se pone rojo sobre el Bermejo y lo filmamos desde el puente sobre la ruta 11, allí entre Puerto Eva Perón y Puerto Vélaz, la frontera entre Chaco y Formosa.
Pasan camiones y la estructura vibra, bambolea, por suerte llevo un steady cam, la imagen es preciosa, hipnótica, hace el calor de fines de agosto, sopla el norte, algo eléctrico está en el aire, se celebran las flores, el verde nuevo, el cielo abierto y caliente del final del invierno.
El bosque de espinillos me invita a ir en el perfume, mi mirada es india.
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En otro momento frente a la compu me alegra recorrer las imágenes del Parque Nacional Chaco, transformar la Go Pro en una hormiga que se trepa al Abuelo, el quebracho más antiguo que se conservó, ese que nos da la dimensión de la tala brutal que hiciera La Forestal, que se sigue haciendo más o menos solapada.
El Chaco es el segundo sitio más deforestado del mundo después de la Amazonía, unas 130 mil perdió hectáreas sólo esta provincia argentina entre el 2015/2019 y unas 2 millones desde que se cuenta.
Las fotos satelitales son impactantes.
Por eso me es claro que la ciudad mitológica no estaba oculta en el bosque.
Se me ocurre montar la nave sobre los manchones más verdes, lo que queda de selva, sigo dando vueltas sobre el tiempo y el espacio.
Veo árboles en las imágenes de apoyo, este será un documental con avances para promover turismo.
El discurso que lleva pegado es dificil de digerir pero la paga es buena, así que la idea es ponerle otra data, algo más, un poco más.
Para los clientes la idea es mostrarles el bosque a europeos de guita, lo más seguro es que lleguen los “narco sojeros” como le dice un amigo paraguayo, todos cazadores furtivos, a visitar a sus amigos locales, gente fea, ojalá me equivoque y no veamos fotos de pumas asesinados filtradas en las redes sociales.
Lo hago mientras me congratulo con las imágenes que están súper buenas.
La peli va a quedar, me digo y cuelgo la compu metiendo mal los dedos.
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Desde el balcón puedo ver el Parque de la Laguna Argüello y entiendo claramente como queda apenas una parte de todo eso que vengo de ver apenas a kilómetros de allí.
En la hamaca leo a Stefano Mancuso, neurobiólogo vegetal de la Universidad de Florencia, que dice que las plantas sienten mucho más de lo que sentimos los animales, que perciben los cambios eléctricos, el campo magnético, el gradiente químico, la presencia de patógenos.
Lo transcribo en la compu, voy eligiendo el tipo de letra, el cómo van a aparecer en la pantalla llena de verde, con el drone girando en torno a la copa de un quebracho que anda por los 30 metros.
“Las plantas tienen nuestros cinco sentidos y quince más. No tienen ojos y oídos como nosotros, pero perciben todas las gradaciones de la luz y las vibraciones sonoras.”
De eso hablaba el hombre
Entonces, allí en el suave bamboleo entiendo que tenemos que aprender a ver la realidad, no construir una forma de vivir negándola. De practicar la negación y la mentira como método profundo.
Esa herencia densa de la conquista, ocultar el robo y el genocidio de los pueblos originarios como mandato, de esa complicidad, asumida o no, de los inmigrantes con todo lo que pasó después.
Sigo leyendo al tipo que es el director del Laboratorio Internacional de Neurobiología Vegetal una locura de especialidad para llegar a conocer lo que este señor Toba me explicó con poesía: Qué los árboles aman la música
Aporta el “Tano” que prefieren la de bajas frecuencias las que van entre los 100 Hz y los 500 Hz una que se da por ejemplo en el agua que corre.
Recuerdo el sonido conmovedor de la corriente salvaje del Bermejo reverberando en la costa, algo arenoso, visceral.
El indio me dijo que podía comunicarse con los árboles, que ellos se ponían contentos cuando la tribu llegaba después de un año de vagar buscando tierras con mejor pesca, mejor caza, porque la abundancia también viaja, me había dicho.
El científico asegura que se hablan con las raíces que también se huelen, se gustan allí bajo la tierra, que se avisan cuando atacan las hormigas o los hongos, que producen sustancias químicas para limitar la subida de las parásitas, para envenenar a los insectos o para drogarlos.
Que un limonero puede cargar cafeína en el polen para que un insecto vuelva a él, por ejemplo.
Peter Wohlleben es un ingeniero forestal alemán que devela que los árboles adultos alimentan y cuidan de los pequeños. “Podría decirse que los árboles bebé son amamantados”, dice.
Lo hizo en un libro que asombra al mundo: “La vida secreta de los árboles”. Allí cuenta que además de filtrar el aire los árboles desprenden sustancias, pero no son las mismas en una vieja reserva forestal que en una plantación artificial. Con la hojarasca se transportan hasta el mar a través de ríos ácidos que estimulan el crecimiento del plancton, el primer y más importante eslabón de la cadena alimentaria.
Me pica una teta, suelto el libro, prendo un faso.
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Recuerdo en el sueño a la mitológica Ococolot. Aquella que describían los indios hecha de metales preciosos, la que enloqueció a los españoles que salieron a cruzar el Chaco para encontrarla.
La imagine como aquellas de Gyula Kosyce, porque quizá la memoria de mi infancia me lleva siempre a la alegría, al misterio que me provocó aquella fuente del edificio Olivetti, su “Cosmogonía del Agua”.
Cosmogonía del Agua |
Asi, dentro del mar interior que fue el territorio del Chaco, el llamado Mar de Bravard/Paranaense/Entrerriano/Chaqueño, sumergida, como una gran nave en la que viven seres en armonía preparándose para viajes esenciales.
Me recuerda un texto que los depósitos salinos, también llamados evaporitas y los acuíferos con agua salada en grandes sectores del Chaco Paraguayo se explican por la presencia de este mar geológicamente joven que existió en el Mioceno Superior – Medio.
La pienso como un lugar, tan de sueño, tan diferente, el de una sociedad que ya no necesita explotar la naturaleza que respeta el tiempo porque viaja en él.
“El viaje es preciso”, me dice el piogonaaq. “Sólo se puede ver si uno está abierto a ello… Todo existe, todo también, está de alguna manera oculto”, dice con misterio, pero quizá también sabiendo que los idiomas al traducirse pierden y ganan expresión.
Siento y quiero guionarla para una ficción que la ciudad está en otra dimensión, que eso me quiere decir.
Y así googleo y me doy con que en la confluencia de los ríos Tarija y las nacientes del Bermejo, se fundó la ciudad de Santiago de Guadalcazar autorizada por el Virrey Diego de Córdoba a principios de 1623.
Hasta allí llegaron pués más allá comenzaba el territorio de los Qom, los “Toba” como los habían bautizado los guaraníes (Tova, cara en guaraní), quiza, porque se rapaban media cabeza lo que les hacía parecer hombres de frente gigante, Los Frentones, se llama un pueblo de la provincia del Chaco.
Era el lugar equivocado para buscar “indios mansos” para las encomiendas porque los Qom no se entregaban al trabajo forzado.
Así las cosas, esos cien entusiastas ibéricos se dieron a rapiñar el ganado de los Vilelas. Creció el poblado y tuvo curas, colonos y comerciantes, y cuanto afiebrado de oro y plata llegaba para la aventura.
Sin embargo Ococolot, “era una quimera, una utopía que se alejaba como el horizonte”, dice la investigadora Ana Favarón.
Cuanto más caminaban en la selva espinosa del Chaco sólo encontraban los ranchos humildes de los Vilelas y los Toonocoté que preparaban venganza en silencio.
Hartos de los robos, organizaron un verdadero regimiento de caballería, que según contara Martín Ledesma, marqués de Guadalcazar, fundador del caserío: “Cuando hacían sonar los cuernos que tocaba a rebato, aparecían otros grupos” reveló el historiador Ramón Tissera.
El español, con tropa menor, se rindió y emprendió calurosa retirada hacia la quebrada jujeña desde la que volverían de igual forma apenas tres siglos después talando todo para plantar soja y meter otra vez vacas.
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Cantan las chicharras e instalan en el bosque una frecuencia reverberante que tiene toda la magia y la locura dentro.
Me pasó de enfermarme, somatizar mi mala vibra, manejando el viejo Ford Ka, la bolita mágica que me ayuda en este registro visual, en este raro viaje.
Buscaba llegar a Taco Pozo, para pasar la noche, ibamos con dos de las chicas del equipo y abriendo las ventanillas el calor insoportable soplaba un viento de fuego y el canto de los millones de bichos se me hacía ruido enloquecedor mientras el sol alcanzaba ese punto de extraño calor y luz que tiene antes de iniciar el descenso a las oscuridades.
Cerrando las ventanas, el acondicionador de aire no daba abasto, así que teníamos que alternar ambas situaciones.
Me costó todo, mis amigas no manejaban, la ruta tenía unos baches imposibles, así que íbamos a 60 kilómetros por hora.
Algo aprendí de las frecuencias ese día.
Estefanía sin embargo me abrió otra puerta exótica: “Los insectos son los extraterrestres” aseveró apurando la cerveza bajo un frondoso samuhú que abriga la hamburguesería del pueblo.
Lo investigué para apoyar las imágenes de mariposas, escarabajos, gusanos, los bichos más bellos del mundo están en el Chaco.
Bueno, se estima que la tierra está habitada por diez trillones de insectos.
8
Llegamos con la lengua afuera.
Los tipos vieron la peli y pidieron algunas correciones, así que habrá que volver a editarla.
Es verano ahora, y esta ciudad hierve, parece que la metieron en un microondas.
Todavía hay gente que tala árboles en la ciudad y uno no los entiende.
El calor reverbera en el pavimento, hace esas ondas
“Está bueno lo del indio”, me dijo uno.
Le regalé mi sonrisa de plástico, creo que todavía la llevo colocada.
Alguno que otro entendió que me había explicado en idioma profundo cosas que hoy prueba la ciencia.
Salí decidida a armar la ficción.
Me zambullo en la Galería Alberdi buscando sombra y al rato ya me quema la luz del mediodía.
De cemento, metal, vidrio, priedra y ladrillo, caucho y humo, me aparece la ciudad y su hechura.
Resistencia.
Jorge Zárate
Artículo original:
La ciudad oculta – Página de Aguará