15 noviembre, 2016
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Teoría y práctica ante la amenaza de guerra
Patrimonio: se reproducen a continuación dos textos apropiados para situarse teóricamente frente a las amenazas de guerra planteadas al mundo de hoy.
El primero es el Manifiesto de Zimmerwald, firmado el 8 de septiembre de 1915 por un puñado de los entonces llamados socialdemócratas revolucionarios. Desafiando la posición de la abrumadora mayoría de la IIª Internacional, o Internacional Socialista, se opusieron a que los partidos de cada país –es decir, el proletariado de cada país, porque a la sazón estas organizaciones representaban prácticamente a la totalidad de los trabajadores en sus naciones– apoyaran a sus burguesías para llevar a cabo una guerra entre capitalistas. Entre los presentes en la pequeña ciudad suiza integraban la delegación rusa Lenin, Trotsky (redactor del Manifiesto y en esos momentos fuera del partido dirigido por Lenin), Kamenev y Zinoviev, Axelrod y Bobrov. Excepto los dos primeros –Trotsky por haber presidido el Soviet de Petrogrado en 1905, Lenin por encabezar el partido Bolchevique– todos eran perfectos desconocidos, tal como ocurría con los dirigentes de las delegaciones de Alemania, Francia, Italia, Polonia, Rumania, Bulgaria, Suecia, Noruega, Holanda y Suiza.
Dos años después, sin embargo, mientras continuaba la matanza de lo que se denominaría 1ª Guerra Mundial, se produjo la Revolución Rusa. Inmediatamente se fundó la IIIª Internacional, que conquistó la voluntad de centenares de miles de obreros e intelectuales socialdemócratas opuestos a sus direcciones y dio lugar a la formación de poderosos partidos comunistas en todo el mundo.
La situación había cambiado radicalmente y aquellos solitarios desconocidos pasaban a conducir un país poderoso y ser dirigentes de una alternativa anticapitalista de alcance mundial.
No se trata de imaginar que esa historia se repetirá. Sí, en cambio, de asumir el acervo teórico-político, el patrimonio histórico con que cuentan quienes no se doblegan ante la presión reformista de hoy y enfrentan resueltamente la dinámica de guerra impuesta al mundo por el imperialismo (ver Nota de tapa, pág. 8).
La lucidez, solidez y valentía del Manifiesto de Zimmerwald es un instrumento de clarificación y lucha de ideas en estos días.
En cuanto al segundo texto, El Socialismo y la Guerra, fue escrito por Lenin en los meses previos al encuentro en Zimmerwald. Más aislado que nunca, exiliado en Suiza y con su partido dividido, Lenin desarrolla en cuatro capítulos las bases teóricas y políticas que resumirían el grito de Zimmerwald contra la guerra. Aquí se reproducen fragmentos de ese texto, cuya lectura es altamente aleccionadora. Como siempre, está usted invitado a obtener el texto completo en la página web de América XXI (www.americaxxi.com.ve). Leerlo, difundirlo y discutirlo con sus allegados es una tarea necesaria y útil en la coyuntura actual.
“¡Proletarios de Europa!
¡Hace más de un año que dura la guerra! Millones de cadáveres cubren los campos de batalla. Millones de hombres quedaran mutilados para el resto de sus días. Europa se ha convertido en un gigantesco matadero de hombres. Toda la civilización, creada por el trabajo de muchas generaciones está condenada a la destrucción. La barbarie más salvaje celebra hoy su triunfo sobre todo aquello que hasta la fecha constituía el orgullo de la humanidad.
Cualesquiera que sean los principales responsables directos del desencadenamiento de esta guerra, una cosa es cierta: la guerra que ha provocado todo este caos es producto del imperialismo. Esta guerra ha surgido de la voluntad de las clases capitalistas de cada nación de vivir de la explotación del trabajo humano y de las riquezas naturales del planeta. De tal manera que las naciones económicamente atrasadas o políticamente débiles caen bajo el yugo de las grandes potencias que, con esta guerra, intentan rehacer el mapa del mundo, a sangre y fuego, de acuerdo con sus intereses explotadores. Es así como naciones y países enteros como Bélgica, Polonia, los Estados de los Balcanes y Armenia corren el riesgo de ser anexionados en todo o en parte por el simple juego de las compensaciones.
Los objetivos de la guerra aparecen en toda su desnudez a medida que los acontecimientos se desarrollan. Pieza a pieza, caen los velos que han ocultado a la conciencia de los pueblos el significado de esta catástrofe mundial.
Los capitalistas de todos los países, que acuñan con la sangre de los pueblos la moneda roja de los beneficios de guerra, afirman que la guerra va a servir para la defensa de la patria, de la democracia y de la liberación de los pueblos oprimidos. Mienten. La verdad es que, de hecho, ellos entierran bajo los hogares destruidos, la libertad de sus propios pueblos al mismo tiempo que la independencia de las demás naciones. Lo que va a resultar de la guerra van a ser nuevas cadenas y nuevas cargas y es el proletariado de todos los países, vencedores o vencidos el que tendrá que soportarlas.
“Incremento del bienestar”, dijeron, al declararse la guerra.
Miseria y privaciones, desempleo y aumento del coste la vida, enfermedades y epidemias, son los verdaderos resultados de la guerra. Por décadas los gastos de guerra absorberán lo mejor de las fuerzas de los pueblos comprometiendo la conquista de mejoras sociales y dificultando todo progreso.
Colapso de la civilización, depresión económica, reacción política; estos son los beneficiarios de este terrible conflicto de pueblos. La guerra revela así el verdadero carácter del capitalismo moderno que se ha revelado incompatible no sólo con los intereses de las clases trabajadoras sino también con las condiciones elementales de existencia de la comunidad humana.
Las instituciones del régimen capitalista que disponían de la suerte de los pueblos, los gobiernos –monárquicos o republicanos– la diplomacia secreta, las poderosas organizaciones patronales, los partidos burgueses, la prensa capitalista y la Iglesia: sobre todas ellas pesa la responsabilidad de esta guerra nacida de un orden social que los nutre, que ellos defienden y que no sirve más que a sus intereses.
¡Trabajadores!
Vosotros, ayer explotados, desposeídos, despreciados habéis sido llamados hermanos y camaradas cuando ha llegado la hora de enviaros a la masacre y a la muerte. Y hoy que el militarismo os ha mutilado, destrozado, humillado, aplastado, las clases dominantes y los poderosos reclaman de vosotros además la abdicación de vuestros intereses y la renuncia a vuestros ideales, en una palabra, una sumisión de esclavos a la paz social. Os arrebatan la posibilidad de expresar vuestras opiniones, vuestros sentimientos, vuestros sufrimientos. Os prohíben formular vuestras reivindicaciones y defenderlas. La prensa controlada, las libertades y los derechos políticos pisoteados: es el reinado de la dictadura militarista con puño de hierro.
Nosotros no podemos ni debemos permanecer inactivos ante esta situación que amenaza el porvenir de Europa y la Humanidad.
Durante muchos años el proletariado socialista ha encabezado la lucha contra el militarismo; con una creciente aprensión sus representantes se preocuparon en sus congresos nacionales e internacionales del peligro de guerra que el imperialismo hacía paso a paso más amenazante. En Stuttgart, en Copenhague, en Basilea, los congresos socialistas internacionales trazaron la vía que debía seguir el proletariado.
No obstante, partidos socialistas y organizaciones obreras de varios países, pese a haber contribuido en su día a la elaboración de estas decisiones, han olvidado y repudiado desde el comienzo de la guerra las obligaciones que les imponían. Sus representantes y dirigentes han llamado e inducido a los trabajadores a abandonar la lucha de clases, el único medio posible y eficaz para la emancipación proletaria. Han votado con sus clases dirigentes los presupuestos de guerra; se han colocado a la disposición de sus gobiernos para prestarles los más diversos servicios; han intentado a través de su prensa y sus enviados ganar a los neutrales a la política de sus gobiernos respectivos; han incorporado a los gobiernos “ministros socialistas” como rehenes para la preservación de la “Unión Sagrada” y para ello han aceptado ante la clase obrera compartir con las clases dirigentes las responsabilidades actuales y futuras de esta guerra, de sus objetivos y de sus métodos. Y de la misma manera que ha ocurrido con los partidos separadamente, el más alto organismo de las organizaciones socialistas de todos los países, la Oficina Socialista Internacional, también ha fallado y faltado a sus obligaciones.
Estas con las causas que explican que la clase obrera que no había sucumbido al pánico nacional del primer período de la guerra o que poco después se había liberado de él, no haya encontrado aún en el segundo año de la matanza de pueblos los medios para emprender en todos los países una lucha activa y simultanea por la paz.
En esta situación intolerable, nosotros, representantes de partidos socialistas, de sindicatos y de minorías de estas organizaciones; alemanes, franceses, italianos, rusos, polacos, letones, rumanos, búlgaros, suecos, noruegos, suizos, holandeses, nosotros que no nos situamos en el terreno de la solidaridad nacional con nuestros exploradores, sino que permanecemos fieles a la solidaridad internacional del proletariado y a la lucha de clases, nos hemos reunido aquí para reanudar los lazos rotos de las relaciones internacionales, para llamar a la clase obrera a recobrar la conciencia de sí misma y situarla en la lucha por la paz.
Esta lucha es la lucha por la libertad, por la fraternidad de los pueblos, por el socialismo. Hay que emprender esta lucha por la paz, por la paz sin anexiones ni indemnizaciones de guerra. Pero una paz así no es posible más que con la condición de condenar todo proyecto de violación de derechos y de libertades de los pueblos. Esa paz no debe conducir ni a la ocupación de países enteros ni a las anexiones parciales. Nada de anexiones, ni reconocidas ni ocultas y mucho menos aún subordinaciones económicas que, en razón de la pérdida de autonomía política que entrañan, resultan todavía más intolerables si cabe. El derecho de los pueblos a disponer de ellos mismos debe ser el fundamento inquebrantable en el orden de las relaciones de nación a nación.
¡Trabajadores!
Desde que la guerra se desencadenó habéis puesto todas vuestras fuerzas, todo vuestro valor y vuestra capacidad de aguante al servicio de las clases poseedoras para mataros los unos a los otros. Hoy en día es precisa que, permaneciendo sobre el terreno de la lucha de clases irreductible, actuéis en beneficio de vuestra propia causa por los fines sagrados del socialismo, por la emancipación de los pueblos oprimidos y de las clases esclavizadas.
Es el deber y la tarea de los socialistas de los estados beligerantes desarrollar esta lucha con toda su energía. Es el deber y la tarea de los socialistas de los Estados neutrales ayudar a sus hermanos, por todos los medios, en esta lucha contra la barbarie sanguinaria.
Jamás en la historia del mundo ha habido tarea más urgente, más elevada, más noble; su cumplimiento debe ser nuestra obra común. Ningún sacrificio es demasiado grande, ninguna carga demasiada pesada para conseguir este objetivo: el restablecimiento de la paz entre los pueblos.
Obreros y obreras, padres y madres, viudas y huérfanos, heridos y mutilados, a todos vosotros que estáis sufriendo la guerra y por la guerra, nosotros os decimos: Por encima de las fronteras, por encima de los campos de batalla, por encima de los campos y las ciudades devastadas. ¡Proletarios de todos los países, uníos!
Zimmerwald, septiembre de 1915
Por la delegación alemana: Georg Ledebour, Adolf Hoffmann.
Por la delegación francesa: A. Bourderon, A. Merrheim.
Por la delegación italiana: G. E. Modigliani, Constantino Lazzari.
Por la delegación rusa: N. Lenin, Paul Axelrod, M. Bobrov.
Por la delegación polaca: St. Lapinski, A .Varski, Cz. Hanecki.
En nombre de la delegación rumana: C. Racovski;
En nombre de la delegación búlgara:VassilKolarov.
Por la delegación sueca y noruega: Z. Höglund, Ture Nerman.
Por la delegación holandesa: H. Roland Holst.
Por la delegación suiza: Robert Grimm, Charles Naine.
El socialismo y la guerra
V.I. Lenin
Capítulo 1
Los principios del socialismo
y la guerra de 1914-1915
La actitud de los socialistas ante la guerra
Los socialistas han condenado siempre las guerras entre los pueblos como algo bárbaro y feroz. Pero nuestra actitud ante la guerra es distinta, por principio, de la que asumen los pacifistas burgueses (partidarios y propagandistas de la paz) y los anarquistas. Nos distinguimos de los primeros en que comprendemos el lazo inevitable que une las guerras con la lucha de clases en el interior del país, y en que comprendemos que no se pueden suprimir las guerras sin suprimir antes las clases y sin instaurar el socialismo; también en que reconocemos plenamente la legitimidad, el carácter progresista y la necesidad de las guerras civiles, es decir, de las guerras de la clase oprimida contra la clase opresora, de los esclavos contra los esclavistas, de los campesinos siervos contra los terratenientes y de los obreros asalariados contra la burguesía. Nosotros, los marxistas, diferimos tanto de los pacifistas como de los anarquistas en que reconocemos la necesidad de estudiar históricamente (desde el punto de vista del materialismo dialéctico de Marx) cada guerra en particular. La historia ha conocido muchas guerras que, pese a los horrores, las ferocidades, las calamidades y los sufrimientos que toda guerra acarrea inevitablemente, fueron progresistas, es decir, útiles para el progreso de la humanidad, contribuyendo a destruir instituciones particularmente nocivas y reaccionarias (como, por ejemplo, la autocracia o la servidumbre), y las formas más bárbaras del despotismo en Europa (la turca y la rusa). Por esta razón, hay que examinar las peculiaridades históricas de la guerra actual.
(…)
“La guerra es la prolongación de la política por otros medios” (a saber: por la violencia)
Esta famosa sentencia pertenece a Clausewitz, uno de los más profundos escritores sobre temas militares. Los marxistas siempre han considerado esta tesis, con toda razón, como la base teórica de las ideas sobre la significación de cada guerra en particular. Justamente desde este punto de vista examinaron siempre Marx y Engels las diferentes guerras.
Aplíquese esta tesis a la guerra actual. Se verá que durante decenios, casi desde hace medio siglo, los gobiernos y las clases dominantes de Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, Austria y Rusia practicaron una política de saqueo de las colonias, de opresión de otras naciones y de aplastamiento del movimiento obrero. Y esta política precisamente, y sólo ésta, es la que se prolonga en la guerra actual. En especial, tanto en Austria como en Rusia, la política de tiempos de paz, al igual que la de tiempos de guerra, ha consistido en esclavizar a las naciones y no en liberarlas. Por el contrario, en China, en Persia, en la India y otros países dependientes vemos en los últimos decenios la política del despertar de decenas y centenas de millones de hombres a la vida nacional, una política que tiende a liberarlos del yugo de las “grandes” potencias reaccionarias. Sobre este terreno histórico concreto, una guerra puede tener también hoy un carácter progresista burgués, puede ser una guerra de liberación nacional. Basta considerar la guerra actual como una prolongación de la política de las “grandes” potencias y de las clases fundamentales de las mismas para ver de inmediato el carácter antihistórico, la falsedad y la hipocresía de la opinión según la cual puede justificarse, en la guerra actual, la idea de la “defensa de la patria”.
(…)
¿Que es el socialchovinismo?
El socialchovinismo es la sustentación de la idea de “defensa de la patria” en la guerra actual. De esta posición derivan, como consecuencia, la renuncia a la lucha de clases, la votación de los créditos de guerra, etc. Los socialchovinistas aplican, de hecho, una política antiproletaria, burguesa, pues lo que propugnan en realidad no es la “defensa de la patria” en el sentido de la lucha contra el yugo extranjero, sino el “derecho” de tales o cuales “grandes” potencias a saquear las colonias y oprimir a otros pueblos. Los socialchovinistas repiten el engaño burgués de que la guerra se hace en defensa de la libertad y de la existencia de las naciones, con lo cual se ponen del lado de la burguesía contra el proletariado. Entre los socialchovinistas figuran tanto los que justifican y exaltan a los gobiernos y a la burguesía de uno de los grupos de potencias beligerantes como los que, a semejanza de Kautsky, reconocen a los socialistas de todas las potencias beligerantes el mismo derecho a “defender la patria”. El socialchovinismo, que defiende de hecho los privilegios, las ventajas, el saqueo y la violencia de “su” burguesía imperialista (o de toda burguesía en general), constituye una traición absoluta a todas las ideas socialistas y a la resolución del Congreso Socialista Internacional de Basilea.
El manifiesto de Basilea
El manifiesto sobre la guerra, aprobado por unanimidad en Basilea en 1912, tenía en cuenta precisamente la guerra entre Inglaterra y Alemania, con sus aliados actuales, que estalló en 1914. El manifiesto declara abiertamente que ningún interés popular puede justificar una guerra semejante, que se libra en aras de los “beneficios de los capitalistas y por conveniencias dinásticas”, sobre la base de la política imperialista, expoliadora, de las grandes potencias. El manifiesto declara en forma expresa que la guerra es peligrosa “para los gobiernos” (para todos sin excepción), hace notar que sienten el temor a la “revolución proletaria” y señala con toda precisión el ejemplo de la Comuna de 1871 y el de octubre-diciembre de 1905, es decir, el ejemplo de la revolución y de la guerra civil. Así, pues, el manifiesto de Basilea establecía, justamente para la guerra actual, la táctica de la lucha revolucionaria de los trabajadores contra sus gobiernos en escala internacional, la táctica de la revolución proletaria. El manifiesto de Basilea repite las palabras de la resolución de Stuttgart de que en caso de estallar la guerra, los socialistas deben aprovechar la “crisis económica y política” creada por ella para “precipitar el hundimiento del capitalismo”, es decir, aprovechar en beneficio de la revolución socialista las dificultades que la guerra causa a los gobiernos, así como la indignación de las masas.
La política de los socialchovinistas, que justifican la guerra desde el punto de vista burgués sobre los movimientos de liberación, que admiten la “defensa de la patria”, que votan en favor de los créditos de guerra y participan en los ministerios, etcétera, es una traición abierta al socialismo, que sólo puede explicarse, como veremos más adelante, por el triunfo del oportunismo y de la política obrera nacional-liberal en el seno de la mayoría de los partidos europeos.
Las falsas referencias a Marx y a Engels
Los socialchovinistas rusos (con Plejánov a la cabeza) se remiten a la táctica de Marx con respecto a la guerra de 1870; los alemanes (por el estilo de Lensch, David y Cía.) invocan la declaración de Engels en 1891, sobre el deber de los socialistas alemanes de defender la patria en caso de guerra contra Rusia y Francia coaligadas; finalmente, los socialchovinistas del tipo de Kautsky, deseosos de transigir con el chovinismo internacional y de legitimarlo, se remiten al hecho de que Marx y Engels, aun condenando como condenaban la guerra, se pusieron constantemente, desde 1854-1855 hasta 1870-1871 y en 1876-1877, de parte de tal o cual Estado beligerante, una vez que la guerra, pese a todo, había estallado.
Todas estas referencias constituyen una indignante desnaturalización de las ideas de Marx y Engels para complacer a la burguesía y a los oportunistas, de la misma manera que los escritos de los anarquistas Guillaume y Cía. tergiversan las ideas de Marx y Engels para justificar el anarquismo. La guerra de 1870-1871 fue, por parte de Alemania, una guerra históricamente progresista hasta la derrota de Napoleón III, pues él, de acuerdo con el zar, había oprimido a Alemania durante largos años, manteniendo en ella el fraccionamiento feudal. Pero en cuanto la guerra se trasformó en un saqueo de Francia (con la anexión de Alsacia-Lorena), Marx y Engels condenaron resueltamente a los alemanes. E incluso al comienzo mismo de la guerra, Marx y Engels aprobaron la negativa de Bebel y Liebknecht a votar los créditos y aconsejaron a los socialdemócratas no mezclarse con la burguesía, sino defender los intereses independientes, de clase, del proletariado. Extender esta apreciación sobre una guerra progresista burguesa y de liberación nacional a la guerra imperialista actual, es mofarse de la verdad. Lo mismo puede decirse –y con mayor razón– de la guerra de 1854-1855 y de todas las guerras del siglo XIX, cuando no existían ni el imperialismo actual, ni las condiciones objetivas ya maduras para el socialismo, ni partidos socialistas de masas en todos los países beligerantes es decir, en una época en que no se daban precisamente las condiciones en que se basaba el manifiesto de Basilea para trazar la tactica de la “revolucion proletaria” en relación con la guerra entre las grandes potencias.
Quienes invocan hoy la actitud de Marx ante las guerras de la época de la burguesía progresista y olvidan las palabras de Marx, de que “los obreros no tienen patria” –palabras que se refieren precisamente a la época de la burguesía reaccionaria y caduca, a la época de la revolución socialista– tergiversan desvergonzadamente a Marx y sustituyen el punto de vista socialista por un punto de vista burgués.
La bancarrota de la II Internacional
Los socialistas del mundo entero declararon solemnemente en 1912, en Basilea, que consideraban la guerra europea que se avecinaba como una empresa “criminal” y archirreaccionaria de todos los gobiernos, que debía precipitar el hundimiento del capitalismo engendrando inevitablemente la revolución contra él. Llegó la guerra y estalló la crisis. En vez de aplicar una táctica revolucionaria, la mayoría de los partidos social-demócratas aplicó una táctica reaccionaria, poniéndose del lado de sus gobiernos y de su burguesía. Esta traición al socialismo marca la bancarrota de la II Internacional (1889-1914), y nosotros debemos tener una clara idea de qué es lo que ha provocado esta bancarrota, qué ha engendrado el socialchovinismo y qué le ha dado fuerza.
El socialchovinismo
es el oportunismo más acabado
Durante toda la época de la II Internacional se libró en todas partes una lucha en el seno de los partidos socialdemócratas entre el ala revolucionaria y el ala oportunista. En varios países (Inglaterra, Italia, Holanda y Bulgaria) se llegó, con este motivo, a la escisión. Ningún marxista dudaba de que el oportunismo expresa la política burguesa en el movimiento obrero, los intereses de la pequeña burguesía y de la alianza de una ínfima porción de obreros aburguesados con “su” burguesía, contra los intereses de las masas proletarias, oprimidas.
Las condiciones objetivas de fines del siglo XIX reforzaron especialmente el oportunismo, trasformando la utilización de la legalidad burguesa en servilismo ante ella, creando una pequeña capa burocrática y aristocrática de la clase obrera e incorporando a las filas de los partidos socialdemócratas a muchos “compañeros de ruta” pequeñoburgueses.
La guerra aceleró este desarrollo, convirtiendo el oportunismo en socialchovinismo, y la alianza secreta de los oportunistas con la burguesía en una alianza abierta. Además, las autoridades militares han declarado en todas partes el estado de guerra y amordazado a las masas obreras, cuyos viejos jefes se han pasado, casi en su totalidad, al campo de la burguesía.
La base económica del oportunismo y del socialchovinismo es la misma: los intereses de una capa ínfima de obreros privilegiados y de la pequeña burguesía, que defienden su situación excepcional y su “derecho” a recibir unas migajas de los beneficios que obtiene “su” burguesía nacional del saqueo de otras naciones, de las ventajas que le da su situación de gran potencia, etc.
El contenido ideológico y político del oportunismo y del socialchovinismo es el mismo: la colaboración de las clases en vez de la lucha entre ellas, la renuncia a los medios revolucionarios de lucha y la ayuda a “su” gobierno en su difícil situación, en lugar de aprovechar sus dificultades en favor de la revolución. Si consideramos todos los países europeos en su conjunto, sin detenernos en personalidades aisladas (aunque se trate de las más prestigiosas), veremos que precisamente la corriente oportunista ha sido el principal sostén del socialchovinismo, y que del campo revolucionario se alza, casi en todas partes, una protesta más o menos consecuente contra esa corriente. Y si examinamos, por ejemplo, la manera cómo se agruparon las diversas corrientes en el Congreso Socialista Internacional de Stuttgart, en 1907, veremos que el marxismo internacional se pronunció contra el imperialismo, mientras que el oportunismo internacional se manifestó ya entonces en su favor.
La unidad con los oportunistas es la alianza de los obreros con “su” burguesía nacional y la escisión de la clase obrera revolucionaria internacional
En el pasado, antes de la guerra, el oportunismo fue considerado a menudo como un componente legítimo, aunque “divisionista” y “extremista”, del Partido Socialdemócrata. La guerra ha demostrado que esto ya no será posible en el futuro. El oportunismo “ha llegado a su plena madurez” y desempeñado hasta el fin su papel de emisario de la burguesía en el movimiento obrero. La unidad con los oportunistas se ha vuelto pura hipocresía, de la que vemos un ejemplo en el Partido Socialdemócrata Alemán. En todas las grandes ocasiones (como por ejemplo en la votación del 4 de agosto), los oportunistas presentan su ultimátum y logran imponerlo gracias a sus múltiples vínculos con la burguesía, al hecho de tener la mayoría en las direcciones de los sindicatos, etc. Hoy, la unidad con los oportunistas significa de hecho la subordinación de la clase obrera a “su” burguesía nacional y la alianza con ella para oprimir a otras naciones y luchar por los privile gios de toda gran potencia, lo cual representa la escisión del proletariado revolucionario de todos los países. Por dura que sea, en algunos casos, la lucha contra los oportunistas, que dominan en muchas organizaciones, y sean cuales fueren en los distintos países las peculiaridades que adopte el proceso de depuración de los partidos obreros para desembarazarse de los oportunistas, este proceso es inevitable y fecundo. El socialismo reformista agoniza; el socialismo que renace “será revolucionario, intransigente e insurreccional”, según la acertada expresión del socialista francés Paul Golay.