No hubo ni habrá golpe exitoso en Venezuela
15 noviembre, 2016
category: EDICIONES IMPRESAS
Por Luis Bilbao
Pudo iniciarse un baño de sangre el 3 de noviembre en Venezuela. Fue la fecha anunciada por la oposición para movilizarse hacia el palacio de Miraflores y obligar a la renuncia del presidente Nicolás Maduro. De su lado las fuerzas revolucionarias convocaron igualmente a defender la sede del poder y al Presidente. América XXI evaluó la posibilidad de que la confrontación tuviera lugar. Y postergó una semana su salida regular el primer jueves de cada mes, para cubrir sin demora un eventual choque de grandes proporciones. Ese choque había iniciado ya en la prensa comercial del hemisferio y era evidente que, batalla o escaramuza, incruenta o punto inicial de una guerra civil, sería magnificada y como cada día tergiversada por el poder mediático.
Horas antes del día D, la mal llamada Mesa de Unidad Democrática (MUD) postergó la movilización y aceptó participar del diálogo propuesto y reiterado por Maduro. Sin duda la intervención del Papa, quien recibió días antes al mandatario venezolano y envió al nuncio radicado en Argentina como mediador, tuvo su papel en la decisión de la MUD. Lo mismo vale para la socialdemocracia, que mediante representantes europeos y latinoamericanos se sumaron a la gestión vaticana. Incluso el Departamento de Estado intervino, como se vio después con el viaje a Caracas de Thomas Shannon.
En su inelegante paso atrás la MUD fue obligada por socialcristianismo, socialdemocracia y la Casa Blanca a reconocer lo obvio: la Revolución Bolivariana no se rendiría. Un ataque sangriento por parte de la oposición significaba el inicio de una confrontación violenta cuyo primer paso sería un golpe demoledor al gran capital local y extranjero.
Al borde del abismo, todos asumieron lo obvio: no puede haber un golpe exitoso en Venezuela. Y el marco mundial no aconseja, por ahora, iniciar una guerra contrarrevolucionaria cuya lógica sería extenderse como mancha de aceite hacia Sur y Norte del epicentro en Caracas.
Comprobaron in extremis la decisión bolivariana de chocar de frente con la reacción interna e internacional. La MUD postergó entonces la fecha del apocalipsis y dijo que ponía como ultimátum el 11 de noviembre. Antes, en las horas de su vacilación y retroceso, completó el proceso de pulverización del bloque burgués en Venezuela. Y descolocó hasta el oprobio a quienes proclamaron su valiente marcha hacia la victoria… durante días Venezuela salió de los titulares en los grandes medios latinoamericanos.
Tamaña victoria es tanto más elocuente cuando se tiene en cuenta que las dificultades económicas y sociales del pueblo venezolano son inmensas. Los intelectuales de derecha –¡y no pocos autodenominados de izquierda!– no comprendieron que su pensamiento economicista está largamente superado por trabajadores y juventudes que no se dejan chantajear y doblegar por la penuria material de la vida cotidiana.
Papel del Partido, la Fuerza Armada y las milicias populares
Antes de tratar el tema del subtítulo, vale un párrafo para aquellos que llevados por típicas manifestaciones de histeria pequeño burguesa pasaron, con conciencia o sin ella de lo que estaban haciendo, al otro lado de la talanquera.
El pensamiento burgués y socialdemócrata –que por vertientes diferentes confluye en acciones comunes– se ha convencido –e intenta convencer– de que es posible salir del yugo imperialista y de la superexplotación capitalista por un camino liso y recto de bienestar social. Ignoran dos factores clave para el funcionamiento económico de un país: la imprescindible acumulación primitiva del capital y la crisis global del sistema, acelerada cada día. Una ensoñación en vigilia es siempre más dulce que la realidad. Pero al cabo, ésta se impone. Sea quien sea, opositor u oficialista, quien se entregue a las quimeras. Hasta cierto punto, con límites precisos y condiciones inhabituales, es posible reemplazar en parte la acumulación primitiva inexistente en los países subordinados (porque precisamente esa riqueza excedente ha sido robada por los imperios). Pero quienes piden confort y alto nivel de vida para todos, consumo constantemente en alza, tajante ruptura con capitales que por diferentes razones pudieran colaborar para paliar el costo social de esa acumulación primitiva de capital y, como colofón, exigen una rauda marcha de la revolución socialista, o bien no han llegado al punto en que Sócrates reconoció que sólo sabía no saber nada, o bien forman en las filas de hipócritas arribistas, empeñados en su propio horizonte de funcionario del gobierno que sea. Cabe una tercera posibilidad, hoy por hoy a la vista en no pocos casos: la combinación virtuosa de ambas condiciones.
Como sea, llegado el punto en que la economía capitalista no puede satisfacer el reconocimiento social y los extraordinarios logros para las masas alcanzados por la Revolución, a la vez que ésta no puede mantener los requerimientos de las franjas pequeño-burguesas acostumbradas a migajas de privilegio, para no hablar de los verdaderos privilegiados del gran capital, lo único que puede zanjar la cuestión es la conciencia y la organización de las mayorías en una confrontación social insoslayable.
Ese punto determina la realidad de Venezuela desde hace tiempo, pero muy particularmente en lo que va del año. Alguien pensó que podía resolverlo el 3N a favor del capital. Falló. La batalla estaba en los cálculos de Hugo Chávez cuando impulsó un Partido Socialista Unido de Venezuela; bregó y consiguió que el grueso de los militares convergieran con el pueblo llano e incluso incorporara un componente más a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana: las milicias. Esa fuerza invencible predomina hoy en la sociedad venezolana, presidida por Maduro y con innumerables nombres de histórica valía. No habrá golpe exitoso. En Washington y sus compinches reside la decisión de un intento que reinicie una etapa de extrema violencia en América Latina.