Nueva estrategia de Washington en Siria
06 abril, 2017
category: EDICIONES IMPRESAS
El Departamento de Estado rearma su liderazgo; Israel entra en combate
Estados Unidos, Turquía e Israel buscan contrarrestar la recuperación militar de Bashar al Assad. Irán permanece en alerta y Rusia sigue siendo factor de equilibrio en la nueva etapa de la guerra.
El presidente Donald Trump ordenó acciones militares, políticas y diplomáticas que intentan poner a Estados Unidos nuevamente como protagonista determinante de la compleja lucha de intereses alrededor de la guerra en Siria. Sólo una negociación cara a cara con Rusia permitirá transitar un camino que evite la confrontación directa.
En territorio sirio luchan fuerzas regulares de esta república árabe en alianza con militares de Rusia y milicias libanesas de Hezbolá con ayuda iraní. También combaten militares turcos, milicias de las regiones autónomas del Kurdistán, grupos armados irregulares y de mercenarios con apoyo de Estados Unidos para derrocar al presidente Bashar al Assad.
Washington, iniciador hace seis años de la fallida estrategia de dominar Siria, lidera la llamada “coalición internacional” junto a Francia, España y otros aliados europeos, además del silencioso aporte de Arabia Saudita e Israel. Todos los actores argumentan tener un objetivo común: derrotar al terrorismo islamita encarnado por el Estado Islámico (Daesh) y otros grupos extremistas (enemigo que curiosamente no existía al comienzo de la guerra). Por fuera de esto, cada país persigue sus propios intereses en un conflicto armado de proporciones históricas luego de la Segunda Guerra mundial.
La pata de Washington
A mediados de marzo el gobierno estadounidense aprobó el envío de un contingente de 400 militares de fuerzas especiales para sumarlos a otros 500 que ya operan en territorio sirio. Washington informó que el objetivo es apoyar a las milicias de las llamadas Fuerzas Democráticas de Siria (FSD), encabezadas por combatientes kurdos que luchan contra Daesh.
Las FSD, entrenadas y armadas por Estados Unidos, avanzan con decisión sobre la ciudad de Al Raqa (norte-centro de Siria, cercano a la frontera con Turquía), principal bastión del Daesh en Siria. Estados Unidos y sus países aliados dan cobertura aérea a estas tropas. Sobre finales de marzo las fuerzas especiales estadounidenses realizaron operativos con paracaídas en ciudades del norte sirio.
Si bien no se trata de una fuerza terrestre de proporciones, Donald Trump pone en el terreno de equipos especiales que hasta ahora se habían mantenido al margen de los escenarios de combate. Claramente informan sobre una decisión tomada para recuperar el terreno militar y político.
La convocatoria a nivel de cancilleres que realizó Trump no dejó grandes compromisos pero sirvió para alinear aliados y recuperar aquel rol perdido por Barack Obama cuando fue derrotado en Siria. Esta primera prueba –realizada en Washington el 22 de marzo– era el paso obligado para determinar con qué países cuenta el imperio para sostener esta nueva estrategia.
El secretario de Estado de Estados Unidos, Rex Tillerson, pidió más esfuerzos a los representantes de los 68 países (50 cancilleres) y organizaciones armadas afines a Washington. “Estados Unidos seguirá haciendo su parte, pero las circunstancias sobre el terreno requieren más de todos ustedes”, fue el mensaje.
En aquella reunión Estados Unidos anunció que promueve la creación de “zonas de estabilidad” donde se mantenga el alto el fuego para que regresen los refugiados y prometió cientos de millones de dólares para “ayuda humanitaria”. Ambos anuncios fueron hechos sin especificaciones públicas. No fueron invitados Siria ni Rusia. El único país de América Latina que integra esta coalición es Panamá.
Tillerson admitió que Trump “todavía está desarrollando un curso de acción más definido”. Intentó tranquilizar cuando afirmó que el objetivo es “estabilizar” la zona, aunque no especificó el sentido de la palabra. “Pronto, nuestros esfuerzos en Irak y Siria entrarán en una nueva fase, definida por la transición de las grandes operaciones militares a la estabilización”, señaló.
El viaje de Tillerson a Turquía a fines de marzo buscó recomponer relaciones con un socio clave que desde finales del año pasado colabora con Rusia en una salida política de la guerra en Siria. El presidente turco Recep Tayyip Erdogan, es para ambas potencias tan importante como poco confiable. Habló por teléfono con Donald Trump a comienzos de febrero y visitó a Vladimir Putin días después. Desde entonces la colaboración turca prometida a Moscú para el proceso de paz nunca llegó.
La mano de Israel
A mediados de marzo se produjeron choques militares y políticos entre Israel y Siria y obligaron a una fuerte intervención política del gobierno ruso. Las acciones armadas no registran precedentes desde que se inició la guerra en Siria hace seis años: las fuerzas de Damasco derribaron un caza y un avión no tripulado israelíes en los Altos del Golán, territorio sirio ocupado por Israel desde la guerra de los Seis Días en 1967.
Israel afirmó que continuará atacando Siria con el argumento de que la milicia libanesa de Hezbolá obtenga armas. “Nuestra misión es impedir el fortalecimiento de aquellos que no deben fortalecerse con armamento avanzado”, dijo el jefe del Ejército israelí, el general Gadi Eisenkot.
La posición fue adelantada el 9 de marzo cuando el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, se reunió con el presidente ruso, Vladimir Putin, en el Kremlin: “no nos gustaría que el Islam radical, el terrorismo suní, sea sustituido por el terrorismo islámico y radical chií encabezado por Irán”, dijo.
Fue la cuarta reunión entre Putin y Netanyahu en un año y medio, desde que Moscú inició su intervención militar en Siria. La presencia de la alta tecnología de guerra rusa en la zona mantiene acotada la supremacía militar israelí y Tel Aviv teme perder además los Altos de Golán a manos de la alianza sirio-iraní y de las milicias de Hezbolá. El grupo armado chií fue determinante en la recuperación de terreno por parte de Bashar al Assad en cercanías de los Altos del Golan, Damasco y, hacia el norte, la provincia de Alepo.
Irán acusa a Tel Aviv de compartir intereses con el terrorismo islamista. Razona que hay una relación directa entre los últimos choques armados entre Israel y Siria y la recuperación de terreno por parte del presidente al Assad, a quien Israel considera enemigo.
Rusia es actualmente factor de contención entre Israel e Irán. El 28 de marzo Putin recibió en Moscú al presidente iraní, Hasan Rohaní. Firmaron importantes acuerdos de cooperación, entre ellos uno petrolero, en un contexto donde no hay margen para que la alianza bilateral se resquebraje. Ambos mandatarios se reunieron nueve veces en los últimos tres años: este en Moscú, uno en Teherán y el resto en bilaterales de cumbres internacionales o regionales.
Más allá de los efectos de la propaganda israelí y occidental para justificar las acciones militares de Tel Aviv en Siria, Rusia intentó poner fin a lo que podría transformarse en descontrol de una guerra cuyo equilibrio pende de un hilo.
Tras los incidentes militares el gobierno ruso pidió el 22 de marzo al embajador israelí en Moscú, Gary Kore, que informe a su gobierno que debe terminar con las intervenciones militares en Siria. “Tenemos un canal de comunicación especial (con Israel) y nos gustaría que funcione de manera más eficiente y que no exista una falta de comprensión acerca de quién hace qué cosa (en Siria)”, dijo el vicecanciller de Rusia, Mijail Bogdanov.
Las alianzas de Turquía
Tras la visita de Netanhayu llegó a Moscú el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. Si bien Ankara normalizó las relaciones con Rusia y con Israel, la alianza histórica con Estados Unidos y la autonomía que busca tener en la región hacen que Erdogan sea un socio imprevisible.
Turquía también se desplaza sobre la zona para “combatir al terrorismo” y también para atacar a las Fuerzas Democráticas de Siria (FSD) ya que las considera fuerzas terroristas por su apoyo a los grupos políticos autonomistas del Kurdistán. Al Assad pidió en vano a la ONU que obligue a Turquía a retirar sus tropas de territorio sirio y a detener los “ataques continuados”. Acusó al Ejército turco de “apoyar el terrorismo por instrucciones directas” del presidente Erdogan.
La nota fue presentada a la ONU después de que el ejército sirio acusara a las tropas turcas de atacar sus posiciones en la ciudad de Manbech, en el norte de Siria, con artillería y cohetes, causando varias bajas en las filas de al Assad. Manbech, otra de las ciudades importantes del norte sirio, es controlada por las milicias kurdas apoyadas por Estados Unidos. En sus alrededores también se despliegan unidades del ejército gubernamental.
Según la agencia oficial siria Sana, Damasco consideró que la “agresión” de Turquía es un “intento de frenar el éxito y el progreso” del ejército sirio “en la guerra contra organizaciones terroristas y sus afiliados”.
La sucesión de acciones militares en marzo llevó al presidente de Siria a denunciar internacionalmente que las tropas de Estados Unidos y Turquía son invasoras porque operan militarmente en su territorio sin haber acordado un permiso de Damasco para combatir en territorio sirio. “Nadie las invitó”, dijo.
“Las tropas extranjeras que vengan a Siria sin invitación o consulta o permiso, son invasoras, sean estadounidenses, turcas o cualquier otra. Y no creemos que vaya a servir (para disminuir la violencia)”, dijo al Assad en una entrevista al canal chino Phoenix TV.
La jugada de Rusia
La creciente actividad militar de Estados Unidos y de Israel, además del sinuoso rol de Turquía, puso en alerta a Rusia. La referida convocatoria que Moscú hizo al embajador israelí fue la primera reacción diplomática de una sucesión de decisiones que incluyeron el campo militar y geopolítico.
El acuerdo alcanzado en marzo con las Unidades de Protección Popular kurdas (YPG, por sus siglas en kurdo) fue uno de los pasos más osados del gobierno de Vladimir Putin. El compromiso de Moscú es entrenar a estas milicias “para combatir el terrorismo” y establecer una base militar en el noroeste de Siria.
Redur Yelil, el portavoz de las YPG, confirmó que tras el acuerdo firmado el 20 de marzo las tropas rusas comenzaron a llegar a la ciudad noroccidental de Afrin (en la provincia de Alepo) con vehículos blindados. El Ministerio de Defensa ruso negó que pretenda establecer otra base militar en Siria aunque reconoció que hay un “destacamento ruso” en Afrin que funcionará como una sección de lo que Rusia llama Centro para la Reconciliación Nacional en Siria.
La maniobra de Moscú es osada. Su acuerdo con los kurdos puede abrir un frente de conflicto con Turquía, que considera a las YPG como una rama del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), al que califica como “organización terrorista”. Desde agosto pasado las fuerzas armadas turcas se despliegan ilegalmente en territorio sirio a lo largo de la frontera para frenar el avance de las milicias y evitar la formación de una entidad autónoma kurda en Siria, un plan que tenía apoyo estadounidense.
Hay otro dato importante. Las YPG que acaban de firmar el acuerdo con Rusia forman parte de las Fuerzas Democráticas de Siria, como se dijo aliadas estratégicas de Estados Unidos. A través de la ayuda a los kurdos, Washington trata de impulsar su estrategia para federalizar Siria que comenzaría con el establecimiento de una o dos zonas federativas. Esto hace que el avance de los kurdos también encienda la luz de alarma en el gobierno de al Assad.
De forma paralela Rusia comenzó la construcción de su base naval en el puerto sirio de Tartus, en el mar Mediterráneo. Tras el convenio firmado en enero por ambos países, Rusia convertirá el actual centro de mantenimiento de Tartus en una base naval que estará bajo su control durante los próximos 49 años. El texto del acuerdo entre Damasco y Moscú señala que la base naval “responde al objetivo de apoyar la paz y la estabilidad en la región, tiene un carácter defensivo y no va dirigido contra ningún país”. Rusia ya cuenta con otra base aérea en la provincia de Latakia.
Desde fines de 2016 muchas zonas en Siria han sido liberadas del extremismo islámico y de los grupos armados que buscan la caída del presidente al Assad pero la lucha armada continúa y los civiles siguen muriendo a causas de bombardeos muchas veces anónimos y sin destino. Esta disputa se traduce a las varias y fallidas mesas de negociaciones para lograr una salida política a una guerra colonialista que lleva seis años, con cerca de 350 mil muertos, decenas de miles de heridos y más de 10 millones de desplazados y refugiados. A la luz de los acontecimientos la ecuación bien podría ser a la inversa: la paz en Siria no llegará desde las mesas de negociación política sino desde el terreno donde se disputa el control militar de una nación diezmada y de una región estratégica.
2 Comments
Rafael Pla López
Abr 7, 2017, 5:16 pm
El análisis ya está desfasado. La «nueva estrategia» de Washington bajo Trump continúa siendo bombardear unilaterialmente, en este caso al ejército de Siria, en una acción inequívocamente imperialista.
ameaxxi
Abr 22, 2017, 10:26 pm
Muchas gracias por contactarse con nosotros estimado Rafael. Además de su opinión, nos interesan los datos que nos aporta. Saludos cordiales.