30 mayo, 2017
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El nuevo presidente prepara una dura reforma laboral
Macron fue presentado como alguien ajeno a la política tradicional, pero surge de una estrategia calculada ante la caída del bipartidismo. Ejecutará el programa económico del gran capital.
Con rostro joven y bajo el paraguas de una organización política creada en 2016, Emanuel Macron llegó al Palacio del Elíseo para reemplazar al repudiado François Hollande. Los franceses habían dejado claro ya el año pasado su rechazo a los dos últimos presidentes, el liberal Nicolás Sarkozy (2007-2012) y el socialdemócrata Hollande (2012-2017). El primero se retiró de la política tras quedar tercero en las primarias de Los Republicanos –el partido de la derecha tradicional– mientras que el segundo fue el único mandatario desde 1958 en no poder candidatearse a la reelección y el que dejó su cargo con el mayor nivel de desaprobación.
El rechazo a Hollande y al Partido Socialista (PS) quedó plasmado en la primera vuelta electoral: el candidato Benoît Hamon terminó en quinto lugar con un histórico 6,36%. También fracasó el candidato conservador, François Fillon (20%), cuyo tercer lugar lo dejó fuera del balotaje y completó la caída del bipartidismo francés.
En medio del descontento social y la crisis del sistema político nacional, la figura de Emmanuel Macron logró alcanzar el 24% de los votos válidos el 23 de abril y concentrar un apoyo cerrado de la gran mayoría de los partidos, organizaciones empresariales y de trabajadores, más los medios de comunicación, para derrotar a la nacionalista Marine Le Pen el 7 de mayo.
Así, un partido creado por internet hace un año (En Marcha), con un líder de 39 años que por primera vez participó de una elección y se define como “ni de izquierdas ni de derechas”, ganó las elecciones presidenciales de Francia. Todo un signo del momento que vive el país y el continente europeo.
Quién es Macron
Pese a esta novedad, no hay nada imprevisible o verdaderamente extraordinario en la figura de Macron ni en su gobierno. Lejos de ser un outsider, el nuevo presidente fue un hombre clave del gobierno de Hollande: entre 2014 y 2016 fue su ministro de Economía y antes había sido su consejero económico. También fue funcionario durante la presidencia de Sarkozy.
Macron llegó al Ministerio de Economía desde el Banco Rotschild, propiedad de una de las familias más adineradas y poderosas del mundo. Entre las políticas y leyes que impulsó se destacan el llamado Pacto de Responsabilidad, el Crédito de Impuesto para la Competitividad y el Empleo (Cice) y la reforma laboral. Todas fueron profundamente celebradas por el empresariado y los economistas liberales.
La política de “responsabilidad” consistió en un paquete de medidas que aumentó los impuestos de la clase media francesa y redujo las cargas sociales que pagaban las empresas por un total estimado en 40 mil millones de euros. Su complemento, el Cice, es un crédito estatal que las empresas pueden tomar sin asumir ninguna obligación como contrapartida y tiene un costo anual de unos 20 mil millones de euros.
Otra iniciativa clave fue la reforma laboral. Aprobada el año pasado, y criticada por Macron por no ser lo suficientemente profunda, otorgó mayor poder legal a los acuerdos firmados en cada empresa y redujo los costos de los despidos.
Estas medidas –según anunció el gobierno de Hollande– iban a reactivar la economía y reducir el desempleo, pero fracasaron. Durante el quinquenio 2012-2017 la cantidad de desocupados aumentó en unas 600 mil personas (ronda el 10%) y el PIB creció apenas entre 0,6% y 1,3% anual.
Otros datos centrales de la economía francesa son: deuda pública de 2,1 billones de euros (equivale al 96% del PIB y es 300 mil millones de euros mayor que en 2012); déficit fiscal de 3,4%, que incumple las metas fijadas por la Unión Europea; déficit comercial de 45 mil millones de euros.
En este cuadro Macron abandonó el Ministerio de Economía en junio de 2016, para convertirse menos de un año después en el presidente de Francia.
Clima agitado
Ya en su primer día de trabajo el nuevo mandatario recibió una advertencia desde los sindicatos, que salieron a manifestarse contra su promesa de profundizar la reforma laboral. En 2016 el movimiento obrero francés sostuvo cuatro meses de protestas contra esa iniciativa y en repudio al “giro neoliberal” de la política económica nacional, que encabezaba el propio Macron.
En el primer consejo de ministros, celebrado cuatro días después de la asunción, el Presidente fijó dos prioridades inmediatas: una ley de “moralización de la vida pública”, cuyo fin es dar mayor transparencia al sistema político y sus miembros, en clave de lucha contra la corrupción; y la reforma laboral.
Macron pretende impulsar una mayor flexibilización de las leyes de trabajo, para limitar aún más el valor legal de los convenios colectivos y permitir que cada empresa negocie la duración de la jornada laboral y los salarios directamente con sus empleados. En paralelo, la intención es compensar esa ofensiva con reducciones de impuestos y el lanzamiento de un plan de formación profesional para desocupados y jóvenes (donde el desempleo asciende a 22%).
Para las centrales obreras el desafío es mayúsculo. Algunas de ellas llamaron a votar por Macron en el balotaje para cerrarle el paso a Le Pen, mientras que otros sectores condenaron con dureza esa posición, que produjo divisiones en los sindicatos y al interior de las propias centrales.
Continuidad
La composición del gabinete de ministros dice mucho sobre las características que probablemente tendrá el nuevo gobierno. Al analizar la distribución de los ministerios, el diario Libération concluyó: “La derecha controlará la caja y la izquierda escribirá poemas”.
Los partidos tradicionales derrotados en la primera vuelta y atravesados por divisiones internas, PS y Los Republicanos, ubicaron figuras propias en el nuevo gabinete, pero de forma desigual. El primer ministro, Edouard Philippe, es un diputado de derecha ligado al ex primer ministro Alain Juppé, que es considerado un “conservador moderado” y hombre central del establishment francés.
Las designaciones de Bruno Le Maire (Los Republicanos) como Ministro de Economía y de la empresaria Muriel Pénicaud en el Ministerio de Trabajo confirman el programa liberal de Macron en el plano económico y su oposición frontal al movimiento sindical. En Hacienda fue nombrado el conservador Gerald Darmanin, muy cercano a Sarkozy.
En cuanto a la política exterior, el canciller elegido fue Jean-Yves Le Drian, que durante el gobierno de Hollande ocupó el Ministerio de Defensa. La decisión muestra una continuidad respecto a la política seguida desde hace 10 años, bajo los gobiernos de Sarkozy y Hollande, de acompañamiento total a Washington y expansión militar. Se estima que hay unos 30 mil soldados franceses en el exterior.
Al día siguiente de asumir Macron visitó Berlín para ratificar su apoyo a la Unión Europea (UE) y llamó a una “refundación histórica” del bloque, que atraviesa un momento crítico. Menos previsible fue su segundo destino: Malí, ex colonia francesa. En este país Hollande ordenó una intervención militar en enero de 2013 bajo el paraguas de la ONU y la Otan, pero no tuvo éxito. Macron viajó hasta allí para a saludar a las tropas francesas y reafirmar “la lucha contra el terrorismo”. El tema es fundamental: Francia sufrió desde enero de 2015 hasta ahora una serie de atentados que provocaron 255 muertos.
En el resto del gabinete hay tres ministros de Estado, con rango superior al resto: el de Interior, Gérard Collomb (del riñón de Macron); el de Justicia, François Bayrou (político independiente que apoyó su candidatura) y el de Ecología, Nicolas Hulot. Bayrou es el promotor de la reforma “de moralización” que prohibirá la contratación de familiares en el Estado, muy extendida en el país, y que funcionarios públicos hagan asesoramiento privado u ocupen más de un cargo.
Macron también llevó a los ministerios a figuras ajenas a la política partidaria en áreas como Cultura, Sanidad, Educación y Deportes. Pero en su gabinete predominan dirigentes políticos de larga trayectoria en el bipartidismo francés, especialmente de Los Republicanos.
Con la socialdemocracia en decadencia, Macron necesita el apoyo de la derecha tradicional –y sus votos– de cara a lo que en Francia llaman “la tercera vuelta electoral”. El 11 de junio habrá elecciones legislativas (con segunda vuelta el 18) y los resultados serán determinantes para el nuevo Gobierno. En la previa de la votación varios dirigentes de peso de la derecha ya saltaron a sus filas y Los Republicanos quedaron divididos.
Los empresarios, por su parte, llamaron a cerrar filas con Macron y esperan ansiosos la reforma laboral y la ejecución de recortes de empleos públicos que prometió el Presidente.
Resultados reales
De los 47 millones de franceses habilitados para votar, 20,7 millones lo hicieron por Macron (44%); 15,8 millones (33,5%) se abstuvieron, votaron en blanco o anularon el sufragio; 10,6 millones (22,5%) apoyaron a Le Pen. Como en los porcentajes finales únicamente se consideran los votos dados a los candidatos, Macron ganó por un engañoso 66%.