02 marzo, 2017
category: EDICIONES IMPRESAS
Confusión:
pese a estar unido en el repudio al nuevo presidente estadounidense, el mundo muestra una remarcable confusión respecto de qué significa su victoria, qué razones hay detrás de ella y hacia dónde va la primera potencia mundial capitalista. El texto que sigue es una contribución para la comprensión de ese fenómeno.
Una de las características de la reciente campaña electoral presidencial habrá sido la manifestación de las profundas divisiones en el seno de los dos partidos, demócrata y republicano. Esto se añadía al atasco en el Congreso, el pat, entre los dos partidos del capitalismo. Además de esto, el país está muy polarizado a propósito de la raza, la economía y muchas otras cuestiones.
Hay que subrayar igualmente que no hay un partido de masas de la clase trabajadora que habría podido convertirse en el campeón de una alternativa.
Donald Trump ha aparecido – y luego elegido– como el hombre fuerte que va a coger los asuntos en sus manos y poner las cosas en su sitio. Aunque la forma en que va a hacerlo exactamente permanezca abierta sobre muchos puntos.
El trasfondo de esta desorientación en la política de la clase dominante, es la Gran Recesión de 2007-2008 con los rescates por el presupuesto federal de las instituciones financieras y de la industria del automóvil, mientras la masa de los trabajadores era golpeada por el paro, los desahucios, los recortes salariales, etc. En el lento restablecimiento económico durante los ocho años siguientes, las ganancias han subido pero no el nivel de vida de la clase obrera. El 95% de los hogares no han visto subir sus rentas hasta alcanzar el nivel de 2007. La desigualdad en la distribución de la riqueza y de las rentas ha aumentado.
Estos ocho años corresponden a los años de la administración Obama. Durante estos ocho años, esta gestión ha hecho poco para contrarrestar la realidad. De hecho, cuando los republicanos recuperaron el control de la Cámara de Representantes en 2010, para girar duramente a la derecha, los demócratas se vieron superados por la derecha pero no demasiado, dando su acuerdo a grandes recortes presupuestarios en los programas sociales.
Los aparatos demócrata y republicano prestan poca atención a la desesperación y la cólera creciente en toda la clase obrera, negros, blancos, latinos, asiáticos, y otros. Mucha gente de la llamada clase media teme ser echada hacia abajo, hacia la clase obrera, o ya ha caído. Los dos candidatos que hicieron campaña contra el establishment, Bernie Sanders entre los demócratas y Donald Trump entre los republicanos, sintonizaron con esta cólera.
De hecho, el demagogo Trump ha planteado pocas verdaderas propuestas para restablecer los empleos bien pagados. Ha acusado a otros países, particularmente México y China, países con muy bajos salarios en los que las empresas estadounidenses subcontratan los elementos de su producción de fuerte intensidad de mano de obra. Trump se ha jurado emplear las tarifas aduaneras para oponerse a ello. Ha combinado esta posición nacionalista con la estigmatización racista –utilizando la retórica del chivo expiatorio– de los negros, los latinos y las personas migrantes, haciéndoles culpables de la pérdida de empleos de los obreros blancos.
La campaña y los debates de las elecciones primarias del Partido Republicano mostraron a Donald Trump atacando a sus opositores del Partido, haciendo uso de insultos y expresiones denigrantes sin precedentes. Su argumento principal –repetido sin cesar– era que un hombre fuerte debía encargarse del gobierno y cambiarlo todo. Él era ese hombre fuerte, por oposición a los “perdedores” que eran sus rivales. Era él el candidato de la “ley” y el “orden” y que si era elegido, emplearía su poder para hacer un gobierno nuevo de arriba abajo.
Al hacerlo, Trump se ha apoderado del Partido Republicano que le está ya completamente entregado. La mayor parte de los republicanos en el Congreso, dejando aparte algunas viejas glorias oficiales marginadas, son tan de derecha que Trump les va como anillo al dedo. Además, cualesquiera que sean las divergencias que puedan tener con él, están superadas por la conciencia que tienen de que triunfarán o caerán con él.
Entre los demócratas, las primarias se han reducido rápidamente a dos candidatos, Hillary Clinton y Bernie Sanders. Clinton era la opción del aparato del Partido y como tal fue su campaña. Sanders, por su parte basó su campaña como el opositor al 1% de los superricos y propuso medidas para atenuar la suerte de las trabajadoras y trabajadores, presentándose a sí mismo como socialista demócrata. Sus propuestas comprendían una subida del salario mínimo a 15 dólares la hora, el reemplazo del Obamacare, basado en las compañías de seguros, por un seguro de enfermedad nacional para todos y todas, la gratuidad del acceso a los colegios y universidades públicas de los Estados, y otras propuestas de este tipo.
Ante la sorpresa del aparato demócrata, su campaña generó simpatía entre los trabajadores y trabajadoras, y entre los jóvenes en particular, incluyendo los jóvenes negros. En su mayor parte de gente de menos de 25 años, su formación política ha tenido lugar durante los años que han seguido a la recesión de 2007-2008. Bernie Sanders celebró grandes y entusiastas mítines de masas que contrastaban con las modestas manifestaciones de la campaña de Hillary Clinton. El establishment se apiñó alrededor de la ex secretaria de Estado para desacreditar a Bernie Sanders como han revelado los documentos publicados por WikiLeaks. Clinton fue también ayudada por la base tradicional de los demócratas entre las personas negras de más edad. Luego de ser derrotado Bernie Sanders entabló una campaña en favor de Clinton. El talón de Aquiles de la campaña de Sanders fue su apoyo al Partido Demócrata. Su intento de reforma desplazó la creación de un nuevo partido, social-demócrata que se opusiera a la ciudadela de la clase dominante capitalista que es el Partido Demócrata.
Durante la campaña posterior a las convenciones de los dos partidos, tanto Hillary Clinton como Donald Trump recibían evaluaciones mayoritariamente negativas en los sondeos entre la población. Donald Trump ha hecho campaña como el candidato opuesto al establishment que Clinton representaba. Finalmente, aunque Hillary Clinton logró el voto popular (por alrededor de 2,5 millones de votos), es Trump quien obtuvo la mayoría del Colegio electoral para emerger tras su victoria como el hombre fuerte que iba a transformar el gobierno a su imagen.
La base electoral de Trump se sitúa entre los elementos abiertamente racistas de las clases media y obrera blancas. Son ellas quienes se han reagrupado detrás de sus ataques racistas contra los mexicanos y la emigración latina; de su amenaza de “resolver” el problema del movimiento Black Lives Matter y de las comunidades negras en general con aún más ocupación y represión policiales; de sus proposiciones de prohibir a las personas musulmanas la entrada en el país e instituir una lista de vigilancia de las que vivan en el país, incluyendo a quienes tienen la ciudadanía; y de sus alusiones antisemitas.
Sus ataques contra las mujeres por su apariencia, y la justificación de sus agresiones sexuales, fueron también aplaudidas.
Todas la expresiones de este tipo en sus mítines, que se volvían cada vez más masivos, se celebraban con ovaciones y consignas cantadas a coro, como lo han sido sus incitaciones a la violencia contra cualquier protestatario presente. Los ataques contra Hillary Clinton festejados a los gritos de “¡A la cárcel! ¡A la cárcel”.
Es importante subrayar que los racistas declarados son una minoría entre los blancos de todas las clases sociales pero son mayoría entre los blancos de la antigua Confederación de los Estados esclavistas del Sur. Esto está enraizado en toda la historia de los Estados Unidos desde la época de la esclavitud hasta el actual racismo estructural e institucionalizado sobre el que Black Lives Mater ha dirigido su foco.
Desde los años 1970, los republicanos han sido vistos en su conjunto como el partido de los blancos.
No todos, ni siquiera la mayor parte de quienes han votado por Trump son racistas declarados. Muchos esperan ingenuamente que el empresario obligue al sistema a traer buenos empleos. Y estuvieron dispuestos a dejar de lado el racismo declarado de Trump, su misoginia, y sus brutales intimidaciones, a la hora de votar. La población blanca, temía también, aunque fuera de forma inconsciente, ser rebajada al nivel de los pueblos de color.
Trump puede contar no sólo con el control de los republicanos de las dos cámaras del Congreso, sino también de los dos tercios de los Parlamentos de los Estados. Éstos aplican ya algunas de sus propuestas, y se dedican a atacar a los sindicatos, los derechos de voto, los derechos de las mujeres, etc y serán enardecidos por la victoria de Trump.
El flamante presidente hereda igualmente muchos aspectos del Estado fuerte de las administraciones pasadas, tanto demócratas como republicanas. El espionaje electrónico tentacular de la NSA (National Security Agency) de todos los norteamericanos y de una gran parte del mundo está ya en sus manos, como también la CIA, el FBI y todas las agencias similares al igual que la Ncis (el Servicio de Investigación Criminal de la Marina), célebre serie de TV del mismo nombre. Desde hace más de medio siglo, la guerra ha sido la prerrogativa de los presidentes. Donald Trump será el comandante en jefe de la más formidable máquina militar que jamás haya visto el mundo.
¿A qué se parecerá el régimen Trump?
Las decisiones a la hora de conformar su gobierno y otros puestos dan una idea. Lo que es igualmente importante es la forma en que esas decisiones fueron tomadas. En su lujoso apartamento de la Trump Tower en Nueva York, ha recibido durante las últimas semanas a un gran número de personas para entrevistas privadas, ostensiblemente para examinar un amplio abanico de candidatos y de opiniones. Se ha convertido en un circo mediático cotidiano de especulación sobre sus intenciones. Ha recibido incluso a personajes del establishment republicano como Mitt Romney que se había negado a hacer campaña a su favor. Aunque haya calificado el cambio climático como una inocentada china, ha recibido al demócrata Al Gore, que se ha posicionado desde hace años como portavoz de la necesidad de frenar el calentamiento climático.
Muchos representantes de los medios privados pensaron que Trump estaba quizás cambiando. Pero la realidad es que quienes se entrevistaron con él se inclinaron ante como si estuvieran suplicando a los pies de un rey o de un papa. El resultado fue realzarle más aún como el autócrata en el puesto de mando, que tendría en sus manos su destino. Semejante desfile mostraba a los entrevistados como gratificados por su voluntad y devotos al magnate.
Es revelador considerar las personas elegidas. Muchos subrayaron que el gabinete gubernamental reunido está en gran medida compuesto por multimillonarios que en su conjunto totalizan más de 9,5 mil millones de dólares de fortuna. Puestos clave serán ocupados por generales, banqueros, CEO´s de petroleras, personajes autoritarios y racistas.
Una decisión había sido tomada antes de las elecciones, el del nuevo vicepresidente, Mike Pence quien proviene de los ultraevangelistas cristianos blancos que por primera vez tienen a uno de sus líderes en la Casa Blanca, aunque cada noche vuelva a dormir a otra residencia. Como miembro del Congreso, se ha opuesto a la financiación federal de los tratamientos anti-VIH si el gobierno no financiaba igualmente programas contra la homosexualidad. Se ha opuesto a la autorización, otorgada ya, a los gays para entrar en las fuerzas armadas. En una de sus declaraciones afirmó: “me alegraré el día en que Roe vs Wade (el juicio del Tribunal Supremo que legalizó el aborto) sea echado al basurero de la historia”. Como gobernador de Indiana, ha firmado una de las leyes antiaborto más restrictivas de los Estados Unidos. Está igualmente en contra de las personas migrantes, apoya las escuelas cristianas contra las escuelas públicas y niega el cambio climático, entre otras cosas.
Repasando la trayectoria del resto del gabinete de Trump se puede decir mucho más.
El nuevo Fiscal General, Jeff Sessions, es un racista de Alabama, estará encargado de poner en pie la “ley y el orden” de Trump en el interior del país. Como Trump, apoya a la policía contra el movimiento Black Lives Matter, la guerra contra las drogas y la encarcelación en masa, y será duro con las personas inmigrantes. Podría emplear su función contra los disidentes.
Steve Bannon será el principal consejero de Trump. Es conocido como el antiguo propietario de Breitbart News del que él mismo ha declarado que era la voz de la extrema derecha “all-right”, un eufemismo para designar a los supremacistas blancos. Pero lo que es menos conocido es un alegato a favor de una presidencia autoritaria.
Como Consejero para la Seguridad Nacional el empresario nombró al teniente general jubilado Michael Flynn. Ataca al Islam como religión, declara que “temer a los musulmanes” es “racional”, afirma que Irán es la mayor amenaza para su país, y que la sharia no deja de progresar en los Estados Unidos, etc.
Está previsto que el Secretario de Defensa sea el general jubilado, James Mattis, conocido como “Perro rabioso”, comandante central en las guerras de los Estados Unidos contra Afganistán e Irak que destruyeron ambos países. Mattis ha bromeado diciendo que era “divertido” (fun) matar afganos que se resistían a la invasión de los Estados Unidos.
Para dirigir los departamentos del Tesoro y del Comercio, Trump ha elegido a Steven Mnuchin y a Wilbur Ross, dos multimillonarios a la cabeza de fondos especulativos (hedge funds) que se han beneficiado de los desahucios durante la la última recesión.
Como Secretario de Estado, el empresario propuso al director de Exxon, Rex Tillerson, un negador del cambio climático (por usar un eufemismo) cuyas competencias en política internacional están limitadas a las amplias propiedades de Exxon por todo el mundo, que aprovechará para favorecer gracias a su nueva función.
El resto del gabinete incluyen personajes que intentarán debilitar o destruir dichas carteras. Comprenden: Ryan Zinke como Secretario de Interior, responsable de gestionar las tierras y las aguas federales de todo el país. Es un antiguo comandante de los submarinistas de combate de la marina y, como congresista de Montana, ha propuesto eliminar las protecciones legales y reglamentarias que tienen relación con las tierras y aguas públicas.
Rick Perry, nombrado como Secretario de Energía. Ha propuesto abolir este departamento así como la Agencia de Protección del Medio Ambiente (EPA). El ex gobernador de Texas está estrechamente ligado a los gigantes de los combustibles fósiles. Y un negador del cambio climático.
En la Secretaría de Trabajo estará el empresario Andrew Puzder, dueño de una gran cadena de comida rápida. Se opone a los sindicatos, al salario mínimo y a las regulaciones de la industria. Es conocido por sus ataques contra el Departamento de Trabajo cuya dirección va a tomar, departamento al que ha acusado siempre de ser favorable a los trabajadores.
Scott Pruit encabezará la Agencia de Protección Medioambiental/EPA y es cercano a los reaccionarios de los combustibles fósiles. Rechaza los postulados del cambio climático y ha construido su carrera combatiendo las regulaciones de proteccionistas del medio ambiente. Trump ha declarado que el EPA ha “gastado durante mucho tiempo los dólares del contribuyente para un programa antienergía fuera de todo control que ha destruido millones de empleos” y que Scott Pruit “va a invertir esta tendencia”.
Al frente del Departamento de Vivienda estará Ben Carson, neurocirujano millonario que poco sabe del tema habitacional. Se opuso públicamente a los programas de ayuda a los propietarios de su vivienda, en particular a los de bajas rentas. Carson afirma que los problemas de los más humildes a la hora de acceder a una vivienda propia son por simple falta de voluntad.
La secretaria de Educación, Betsy DeVos está a favor de los programas de privatización en detrimento de la educación pública, apoya las escuelas cristianas y ha impulsado este programa en Michigan. Viene también de una familia de multimillonarios y su hermano Erik Prince fue uno de los fundadores del ejército de mercenarios Blackwater USA contratado por el ejército estadounidense para hacer el trabajo sucio en la guerra de Irak.
Tom Rice, miembro de la Cámara de Representantes por Georgia, dirigirá el Departamento de Salud y de servicios a las personas. Ha llevado a cabo una cruzada contra el Obamacare declarando que era la medicina socializada. Va a ayudar a retirarlo para reemplazarlo por algo aún peor.
Estos son algunas de las personas de las que Trump se ha rodeado. Lo que va a plantear, son las posiciones de éstas. Hasta dónde podrá ir con este programa dependerá de la oposición que suscite.
Lo que Trump hará con certeza
En primer lugar, será el candidato de “la ley y el orden”. Aumentará los poderes de la policía para mantener una losa sobre las comunidades negra y latina. No habrá supervisión federal (ya muy escasa) de la violencia policial en las comunidades. No habrá marcha atrás en la guerra contra las drogas, o las encarcelaciones masivas, sino un aumento. Las acciones de empresas privadas en las cárceles han subido en la Bolsa como consecuencia de la elección de Trump. Habrá aún más militarización de la policía.
Aumentará el control, ya imponente, de la frontera con México, pero no la de Canadá. Las deportaciones masivas realizadas por el gran deportador, Obama, van a aumentar con fuerza.
Los gastos militares subirán significativamente. El arsenal estadounidense de armas nucleares, ya en vías de “modernización” por Obama, al precio de alrededor de un billón de dólares, también a a aumentará.
De alguna manera impedirá a la mayor parte de las personas de religión musulmana ingresar a los Estados Unidos, incluyendo a los millones de personas refugiadas desesperadas de las guerras de Washington contra los países árabes.
Es muy probable que se produzcan grandes disminuciones a los impuestos para los ricos. Las reglamentaciones que afectan a las sociedades financieras serán reducidas. Las que afectan a las grandes compañías del petróleo, carbón, y del gas natural, incluyendo el fracking (fractura hidráulica) serán abolidas o quedarán sin repercusión práctica, al igual que las reglamentaciones de otras industrias, incluyendo los bancos y demás entidades financieras. Celebrándolo por adelantado, la Bolsa se ha disparado tras la elección.
Trump y el Congreso republicano planean derogar el Obamacare, pero lo que pondrán en su lugar no está claro. Tanto el propio Trump como los políticos republicanos son conscientes del peligro que implica si demasiada gente pierde algo de su seguro de enfermedad o ve subir rápidamente los costes de su salud.
El empresario devenido presidente designará un candidato para ocupar el puesto vacante en el Tribunal Supremo que dará su voto para derogar la sentencia Roe vs Wade. Este nuevo juez servirá igualmente para apoyar al magnate si éste encuentra problemas legales, lo que es probable. Los Estados serán animados a dictar más restricciones al derecho al aborto.
Lo que probablemente hará
Además de aumentar los gastos militares, Trump proyecta grandes trabajos de infraestructura. Esta perspectiva ha sido también un factor de la subida de la Bolsa. Pero ofrece propuestas contradictorias para el financiamiento posible de esos grandes trabajos y el Congreso republicano ha sido siempre reticente a votar gastos para este tipo de proyectos.
La Agencia para la Protección del Medio Ambiente, además de apoyar las proposiciones de Trump para la Big Energie nombradas más arriba, va a recortar otras reglamentaciones medioambientales y dejar probablemente que la Agencia misma deje de ser pertinente. Las protecciones al medio ambiente en el trabajo que protegen a los trabajadores van probablemente a sufrir también.
Es probable que Trump aumente los derechos de aduana que gravan las importaciones, particularmente las que vienen de China. Los negocios con Rusia podrían mejorar pero Trump seguirá un programa general proteccionista y nacionalista en economía.
A lo largo de toda su campaña, el multimillonario atacó constantemente a los grandes medios de comunicación privados, calificándolos de “basura mugrienta” (scum), o incluso peor. Va a continuar haciéndolo, pues intenta así domesticarlos, un esfuerzo que producirá frutos, y que ha tenido ya cierto éxito. Dará pocas conferencias de prensa y continuará empleando Twitter y otros métodos para pasar por encima de los periodistas. Trump busca modificar las leyes sobre la difamación y la calumnia para hacer más fácil llevar ante los tribunales a las personas y la prensa que “calumnien” a las figuras públicas como él mismo, algo que es difícil de hacer en el estado actual de la legislación.
Los derechos democráticos en general también peligran, ya hay planes en marcha en los Estados gobernados por los republicanos. Cómo van a desarrollarse es algo que queda por ver, pero se esperan más restricciones del derecho de reunión y de manifestación, y más violencia policial con ese motivo.
La política exterior es otro asunto importante. El designado para ser Secretario de Estado, Rex Tillerson, es un amigo del presidente ruso Vladimir Putin. La promesa de campaña de Trump de devaluar y de rebajar (downgrade) a la Otan puede ser olvidada, o quizás no.
Las promesas de Trump de llevar una guerra comercial contra China recibieron impulso al nombrar a Peter Navarro como su gurú del comercio en la Casa Blanca. Navarro es conocido por sus opiniones extremas contra el comercio con China, que implican “romper el libro de reglas” a propósito de la “relación económica bilateral más importante del mundo” según el Financial Times. Esto puede desembocar en una fisura más profunda entre China y Estados Unidos en todos los terrenos.
La designación de David Friedman como embajador en Israel corre el velo de las intenciones de Washington sobre la “solución de dos Estados”. Friedman tiene lazos estrechos con los colonos israelíes de Cisjordania, se opone a todo Estado palestino, incluso uno desprovisto de fuerzas armadas cuyas fronteras y política exterior estén controladas por Israel –es decir, la propuesta de un “Estado” palestino que hace Washington. Friedman está a favor de la anexión de Cisjordania. Trump declaró que desplazará la embajada estadounidense en Israel de Tel-Aviv a Jerusalén, ratificando así la pretensión de Israel apoderarse de la ciudad.
No es extraño por lo tanto que Netanyahu se alegre de “trabajar” con Trump y que haya iniciado a toda marcha la implantación de nuevas colonias.
¿Cuál será la naturaleza del nuevo régimen de Trump?
Representantes de la izquierda liberal y algunos socialistas han subrayado el racismo de Trump, su misoginia, su autoritarismo, sus pretensiones demagógicas al apoyar a los trabajadores, sus posiciones antidemocráticas para demostrar que es un fascista. Lo que es completamente falso. El fascismo es un movimiento de masas, organizado, e incluso armado, dispuesto a combatir al movimiento obrero (partidos y sindicatos) en la calle antes de tomar el poder y de aplastarle mediante la violencia masiva tras haber tomado el poder, y a instituir un Estado totalitario para hacerlo. La clase dominante capitalista no recurre a esta solución extrema mientras su dominación no haya sido amenazada por los trabajadores. No existe una amenaza así en los Estados Unidos, hoy por lo menos.
El fascismo es un asunto serio y emplear este término sin reflexionar implica tomarlo a la ligera. Trotsky, cuando ponía en guardia al movimiento obrero alemán contra el peligro del fascismo en ascenso, decía que el fascismo alemán, basado en una economía más desarrollada, haría parecer al fascismo italiano un picnic. Un fascismo en los Estados Unidos haría parecer, en comparación, al hitlerismo como una versión un grado por debajo.
Es cierto que grupos nacionalistas blancos, que tienen una mentalidad fascista, se han sumado a la campaña de Trump. Presumen abiertamente de que éste ha hecho su mensaje más aceptable (mainstream) y que han podido crecer gracias a ello. Pero siguen siendo pequeños, siguen fragmentados. Y son incapaces de unirse detrás de un líder. La nominación de Bannon es significativa sobre todo porque va a ser el principal consejero de Trump, pero es también un hueso a roer lanzado a la extrema derecha “alt-right”.
Entonces, ¿cómo caracterizar el fenómeno Trump? Es útil recordar el análisis que hizo Marx del régimen de Luis Bonaparte, elegido presidente de la República francesa en diciembre de 1848 ante la sorpresa general, y que tomó el poder en 1851 en Francia mediante un golpe de Estado militar en un acto que bajó el telón de la revolución de 1848 y estableció un gobierno autoritario del “Emperador Napoleón III” que duró 20 años. Marx citaba a Víctor Hugo que llamaba a Luis Bonaparte Napoleón el pequeño. Efectivamente, en comparación con su famoso tío, Luis era una mediocridad, como Trump. Marx le llamaba una “insípida nulidad”.
Pero entonces, ¿cómo tomó el poder? Fue en el contexto de la incapacidad de los partidos burgueses en disputa para llegar a un acuerdo suficiente entre ellos y entre sus diversas fracciones internas con el fin de lograr gobernar efectivamente. Además, el movimiento obrero estaba en retirada, tras haber sufrido una importante derrota.
Se había creado un vacío de poder y Luis Bonaparte lo ocupó, prometiendo ser el hombre fuerte que tomaría las cosas en sus manos y las pondría en orden.
Luis Bonaparte prometió un programa masivo de trabajos públicos para desarrollar la industria, como Trump. Era personalmente un corrupto, como Trump, y está fuera de duda que Trump va a aumentar su bolsa y la de sus hijos, también la de sus amigos capitalistas, igual que hizo Luis Bonaparte. Luis Bonaparte tenía el apoyo de la policía -casi todas las asociaciones policiales (abusivamente llamadas sindicatos) en los Estados Unidos han hecho campaña por Trump. También una gran parte de la casta de los oficiales de las fuerzas armadas.
Luis Bonaparte tenía lazos estrechos con la mafia. Trump y su padre eran tiburones del sector inmobiliario en Nueva York, con lazos estrechos con el crimen organizado, lo que por otra parte era una necesidad para los promotores inmobiliarios en esa ciudad.
Ninguna analogía histórica es perfecta y los Estados Unidos en 2016-2017 no son la Francia de 1851. Pero hay parecidos manifiestos con la subida del mediocre Trump. No ha tomado aún todo el poder en sus manos, con una fachada de democracia burguesa, como había hecho Luis Bonaparte y es posible que no lo haga nunca. En el momento actual parece más bien el astuto maniobrero que era Luis Bonaparte antes de su golpe de Estado. Caracterizaría a Donald Trump hoy como un “me gustaría” ser Luis Bonaparte.
Pero bajo un aspecto la situación en los Estados Unidos es muy diferente a la de la Francia de 1851, lo que hace de una presidencia autoritaria de Trump -es lo que vamos a tener- algo bastante más peligroso que el régimen dictatorial de Luis Bonaparte. Es sencillamente la potencia de los Estados Unidos en el mundo de hoy y el poder, económico, policial y político de la clase capitalista de los Estados Unidos comparado a aquellos años lejanos en Francia. El peligro será aún peor si Trump consolida alrededor de su persona una dominación que se parezca al bonapartismo.
¿Qué puede impedirle realizar esa ambición?
Luis Bonaparte pudo cabalgar una ola de boom económico por todo un período tras el descubrimiento de grandes yacimientos mineros de oro en California y en Australia. Comenzó a perder apoyo cuando este período de prosperidad decayó. Y fue derrocado cuando Alemania derrotó a sus ejércitos en la guerra franco-prusiana de 1870, que condujo a la Comuna de París (1871).
Parece hoy que Trump va a heredar una economía que conoce un modesto crecimiento. En cualquier caso, va a gozar de un período de “luna de miel” que le concederá el beneficio de la duda de que pueda mejorar verdaderamente la vida de los trabajadores y las trabajadoras. Pero dada la experiencia de la recesión de 2007-2008, los últimos 8 años, y la situación de la economía mundial hoy, es probable que se repita otra crisis económica durante la administración Trump. En consecuencia, los trabajadores que han votado por él podrán sentirse traicionados, lo que minará el apoyo del que puede disponer.
¿Pueden sectores de la clase dominante, exasperados por sus políticas temerarias volverse contra él en un cierto momento?
La clase obrera organizada es débil, en tamaño, en fuerza y carece de dirección, pero se puede esperar que no va a confiar en los demócratas sino en su propia fuerza para enfrentarse a Trump y a los continuos ataques de los republicanos contra los sindicatos. No será fácil para Trump poner en práctica los ataques que proyecta contra dos poblaciones grandes y principalmente proletarias, la afroamericana y la latina, que probablemente van a defenderse. Las mujeres, los amerindios, los ecologistas, la gente defensora de las libertades civiles y otros, van a resistir. Son esas fuerzas con las que debemos contar.