Rodolfo es cosa seria – Por Adrián Fernández
31 mayo, 2022
category: COLOMBIA, FORO DEBATE
Sin dudas, llamar a alguien por su nombre de pila, en este caso Rodolfo, enternece, acerca y genera una empatía semejante a la de un personaje de cuento infantil. Rodolfo puede ser un niño travieso, un elefante intrépido que sigue a su mamá por la sabana de África, un simpático león bohemio que desentona entre una manada de reyes de la selva o el lobo curioso de los bellos relatos de las hermanas argentinas Hilb. Nadie podría creer que alguno de estos u otros Rodolfos que transitan el planeta salte a la fama por reivindicar a Hitler, por ser un anticorrupción corrupto, por convivir con lo más rancio de la delincuencia ni por querer poner en caja a los migrantes y a las mujeres. La literatura infantil, y la literatura en general, viene a salvarnos cuando perdemos la brújula o, cuanto menos, a ponernos paños cuando la fiebre nos confunde. Hasta que nos topamos con un ser que, de chiste en chiste -por decirlo de alguna manera- y de subestimar su propia carroña (bien que muchas y muchos estamos bajo riesgo de acostumbrarnos a estas miserabilidades) pretende ser presidente de un país en Sudamérica.
He aquí el primer dolor que genera la Colombia post primera vuelta electoral: escuchar que un filo nazi, amante de las ideas de Trump y Bolsonaro (con Hitler alcanzaba, de todas formas), responde entre sus electores, los medios de comunicación, sus aliados y aún sus adversarios, al nombre de “Rodolfo”, como si el apellido de quien lo porta fuera asunto de otro cuento. A partir de este primer síntoma -la naturalización de que este tal Rodolfo es “parte del juego de la democracia”- todo asusta.
No se trata de hacer futurismo político y jugar a las apuestas sobre la posibilidad de que Hernández gane la presidencia de Colombia, dilema que le traslado al votante y a la votante colombianos y, particularmente, a quienes no asistieron a sufragar el domingo (que bien podrían tomar consciencia de la gravedad del asunto). De lo que sí se trata es de saber cómo (en América) llegamos hasta aquí. Vaya esto, además, para consolar al pueblo colombiano votante de Petro, que cree que este asunto de la decadencia política es inherente únicamente a las tierras de García Márquez.
Así como Hernández estaba oculto detrás de los sondeos que lo tenían lejos de la contienda principal -y esto daba cierto aire hasta para minimizar el impacto de sus expresiones fascistas-, Bolsonaro tenía apenas un 20 por ciento de intención de voto cuando Lula fue detenido y proscripto en Brasil. ¿Acaso Trump no fue presidente de Estados Unidos aun perdiendo por cuatro millones de votos? ¿Acaso no estuvimos a punto de sucumbir en Chile cuando, tras la potente y energizante rebelión popular de 2019, el pinochetista José Antonio Kast estuvo a punto de ser presidente, hace apenas seis meses? ¿Acaso un economista mediático argentino llamado Milei (Javier, para unos pocos) hoy está tercero en intención de votos a nivel nacional para los comicios de 2023? Vale una aclaración: estos y otros presidentes, candidatos o precandidatos son legítimos en tanto llegan a ocupar cargos con el voto popular. Dicho esto, queda vedada la simpleza del relato según el cual estos fascistas son “parte del juego democrático”. A no ser, claro, que quien esté gravemente enferma no sea la población sino la democracia burguesa (va como reflexión).
Desde la elección del domingo, Hernández suma votos hora a hora. Lo apoyan la oligarquía, el uribismo, el militarismo que dinamitó los acuerdos de paz, congresistas investigados por compra de votos, líderes políticos acusados de malversación de dineros y vínculos paramilitares y ese amplio abanico abyecto de lo que conocemos como “poder establecido”.
De cara a la segunda vuelta, ¿cómo es que sucede este raro fenómeno de que el bueno de la película sea un violento, machista, misógino, socialmente perverso (se jacta de vivir de las hipotecas e intereses de edificios que él mismo construye) e inestable emocionalmente?
La Procuraduría recibió más de 30 pedidos de investigaciones por agresiones de Hernández contra funcionarios públicos y fue acusado por la Fiscalía por el delito de interés indebido en celebración de contratos en la implementación de nuevas tecnologías de residuos sólidos. Además, en Colombia se sabe -es público en algunos medios alternativos y en las redes- quiénes acompañan a Hernández en la “Liga de gobernantes anticorrupción”: muchos han estado presos y/o condenados por diferentes actos -incluso vinculados con el crimen organizado y con las redes de narcotráfico- y otros fueron oportunamente denunciados.
“Me declaro seguidor de un gran pensador alemán Adolfo Hitler” (dijo Hernández en un video en 2019). ¿Rodolfo Hernández es un decadente o es un emergente en la política colombiana y/o continental? La pregunta no es retórica y su respuesta es clave para saber si América Latina está saliendo del segundo infierno (en el primero incluyo a las dictaduras de los años 1970 y 1980) o si, dolorosamente, estamos entrando en él.
En cualquier caso -y vaya como humilde mensaje a quien transite la vida con desencanto de la política-, una sociedad que se esfuerza en mejorar la condición humana, debería inhabilitar a quien se muestre impune ante tanta suciedad, además de hacer uso del odio y la estigmatización y de amenazas para acabar con quien piensa diferente. Para ser más explícito aún: el 19 de junio debiera ser EL día para trazar la línea roja.
Vaya otro humilde mensaje, esta vez para compañeros y camaradas de algunas izquierdas latinoamericanas: suponiendo que Petro no representa a cabalidad las grandes banderas de quienes salieron a las calles y dieron sus vidas en el Paro Nacional colombiano del año pasado; suponiendo también que el candidato progresista no es anticapitalista ni viene de las entrañas bolivarianas de la Patria Grande ni mucho menos del trotskismo, habría que ir releyendo -o reescribiendo- la teoría de que toda rebelión social deviene en revolución de izquierda. Tomando algunas reflexiones de lo ya escrito en oportunidad de la segunda vuelta de Chile: los fenómenos de la Venezuela rebelde (tras el Caracazo, en 1989) y de la Bolivia insurgente (tras la Guerra del Gas, en 2003) contrastan con los escenarios de estos tiempos, donde la derecha y la extrema derecha se hacen fuertes y hasta ganan elecciones con voto del pueblo al que luego reprimen y cercenan en sus derechos. Sugiero hacernos cargo del riesgo social que conlleva la idea de que Petro y Hernández “son lo mismo”.
Por estos días Colombia -como Chile hace seis meses y como Argentina tal vez en algo más de un año- transita las aguas que el antropólogo francés Marc Augé previó: memoria y olvido, vida y muerte, son términos que colisionan, se asocian y se desunen hasta casi perder el sentido. ¿Acaso en Colombia vida y muerte hayan, en efecto, perdido el sentido colectivo?
Lee la columna completa en nuestro Boletín, gratuito para nuestros suscriptores.