Por Fernando Alexis Jiménez

Que Juan Vicente venda dulces en una esquina de la Plaza Nariño, es una forma muy particular de ponerle la trampa al centavo y, si lo quiere en términos más coloquiales pero que interpretan la realidad de millares de colombianos: una expresión del rebusque.

Quienes tenemos una vinculación laboral –bien sea en la planta o en la figura de contratación–, aseguramos mensualmente unos recursos y lo más probable es que pasamos indiferentes ante quienes soportan el inclemente sol haciendo grandes esfuerzos para ganarse cualquier peso.

Si usted vieja a Juan Vicente y otros parroquianos, al caer la tarde, cuando el centro de la ciudad comienza a quedar sumido en la soledad, sin duda se sentiría conmovido: los encontraría contando monedas. Con esos escasos recursos, la mayoría sostiene a su familia. ¿Doloroso? Por supuesto que sí. Un panorama cotidiano que no podemos ocultar.

En esa dirección reviste significación el anuncio del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane), según el cual hay una disminución notable en la tasa de informalidad laboral en Colombia, situación que se hizo más notable en lo corrido de este segundo período del 2023.

El índice de ocupados informales bajó en 2 puntos porcentuales, en comparación con el mismo período del año anterior, situándose en un 55,8 %.

La cifra revela que de los 22,7 millones de personas que componen la fuerza laboral del país, 10 millones ahora se encuentran empleados en trabajos formales, lo que representa un incremento de 700 mil personas en relación al año previo.

Sin embargo, hay un gran desafío: 12,7 millones de personas continúan laborando en la informalidad. Y es un reto al que el gobierno Petro debe salirle al paso, en la meta de disminuir los índices de pobreza absoluta que hace décadas azota a Colombia.

Nuestro deseo, que algún día—ojalá más temprano que tarde—no veamos a Juan Vicente contando monedas en el andén, al morir la tarde.

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