Un plan diseñado en Washington
30 octubre, 2017
category: EDICIONES IMPRESAS
Detrás de las sanciones contra el biodiésel argentino
Tras el rechazo al Alca Estados Unidos usó los biocombustibles para recuperar espacio en la región y apoyo de las burguesías locales. Logrado el objetivo, frenó las importaciones de Argentina.
A fines de agosto el gobierno de Estados Unidos decidió aplicar aranceles de un 57% en promedio contra la compra de biodiésel argentino. La decisión del Departamento de Comercio llegó tras la demanda presentada por la cámara de productores de biocombustibles de ese país y golpeó con fuerza a este sector económico en Argentina.
Entre enero y junio pasados, Argentina exportó 741.485 toneladas de biodiésel por 543,8 millones de dólares. Del total exportado, el 96% fue comprado en Estados Unidos: 716.485 toneladas. En 2016, las exportaciones de biodiésel al país representaron un ingreso de 1.240 millones, equivalente al 25% de las ventas totales de Argentina a ese mercado.
En tal contexto de auge exportador fue presentada en marzo una denuncia contra el biodiésel argentino en Estados Unidos, por parte de la National Biodiesel Board (NBB), una entidad de empresas productoras. La organización denunció a sus competidores en Argentina por supuesto dumping (venta por debajo del costo para ganar mercados) y “prácticas desleales”, relacionadas con la presunta aplicación de subsidios. El biodiésel argentino pagaba un 4,5% de arancel para ingresar al mercado estadounidense hasta el actual aumento al 57%, que duplica incluso lo que pedía la propia NBB.
En Argentina, el biodiésel se exporta sin pago de retenciones, mientras que el aceite de soya, la materia prima para su elaboración, tributa un 27%. Este diferencial hace conveniente la transformación del aceite de soya en biocombustible, en un país donde más de 2,7 millones de habitantes son indigentes.
Si bien el biodiésel venía pagando derechos de exportación (DEX) “móviles” hace cinco años, el impuesto siempre fue mucho menor que el pagado por la soya. Otra ventaja es que el biodiésel tiene un valor de mercado superior a 700 dólares por tonelada, que duplica la cotización del poroto a nivel internacional y casi triplica los ingresos de los productores locales de soya, estimados hoy en 250 dólares por tonelada.
Según organismos como Cepal y la FAO, hacia 2023 se espera que el 12% de la producción mundial de cereales secundarios, así como el 28% de la producción mundial de caña de azúcar y el 14% del aceite vegetal sean utilizados para la producción de biocombustibles, en un mundo donde alrededor de mil millones de personas padecen hambre.
Origen del plan
La relación comercial entre Estados Unidos y América Latina en torno a los biocombustibles se hizo fuerte cuando el entonces presidente George Bush hizo una gira por la región en 2007, que tuvo a Brasil como principal destino. Un funcionario del Departamento de Estado, citado por la prensa brasileña por esos días, anunciaba que “a cambio del Alca (acuerdo de libre comercio rechazado en noviembre de 2005) habrá un gran acuerdo por el alcohol (de caña de azúcar)”.
Durante y después de esa gira se firmaron cientos de acuerdos entre Estados Unidos y los países latinoamericanos productores de biocombustibles, entre los que se destacan Brasil, Argentina, México y Colombia. A partir de ese momento, las grandes estrellas de los combustibles de origen vegetal fueron el etanol y el biodiésel. En el caso brasileño, el etanol proviene de la caña de azúcar y en el estadounidense, del maíz. En cambio, el biodiésel se obtiene de cultivos oleaginosos como colza, soya y girasol.
Entre las compañías que invierten en la producción del biodiésel en Brasil hay multinacionales como la estadounidense ADM y empresas nacionales como Caramuru, Bertin, Petrobras e Ipiranga. Estos y otros sectores empresariales, que apoyaron en su momento los planes de integración regional para ganar mercados, volvieron a entablar alianzas con Estados Unidos tras los acuerdos comerciales en torno a los biocombustibles.
A fines de marzo de 2007 estuvo en San Pablo el gobernador de Florida, Jeb Bush. La visita del hermano del presidente no fue casual: viajó para establecer acuerdos bioenergéticos bilaterales. Jeb presidía en ese entonces la Comisión Interamericana de Etanol, creada en 2006 junto al ex ministro de Agricultura brasileño Roberto Rodrigues y el colombiano Luis Alberto Moreno, por entonces presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
La gira de George Bush fue presentada por la prensa internacional como “la gira anti Chávez” e impulsada por congresistas estadounidenses ante el temor de que el “vacío” dejado por su gobierno en la región fuera ocupado cada vez más por el líder venezolano. “La región se está moviendo hacia la izquierda, si no ponemos atención y dejamos que la influencia de Chávez aumente, luego Estados Unidos se va a enfrentar con un grave problema”, advirtió el republicano Dan Burton durante la gira.
Maíz amargo en México
Según el Departamento de Agricultura de Estados Unidos, el año pasado se consumieron en ese país 53.302 millones de litros de etanol de maíz, para cuya elaboración se destinó el 40% de la cosecha del grano.
El uso de maíz para biocombustibles impacta en México, que importa parte de ese alimento fundamental desde Estados Unidos. “Tenemos que trabajar sobre una reserva de alimentos, para no depender del extranjero”, declaró la activista Olga Alcaraz, dirigente de la Red de Empresas Comercializadoras Campesinas del occidental Estado de Michoacán. Las siembras destinadas a los agrocombustibles comenzaron en la región a mediados del siglo XX y cobraron auge en la década de 1970, cuando los países latinoamericanos despuntaron como proveedores de materias primas para los mercados de las naciones industrializadas y ante la primera gran crisis petrolera.
El maíz carga con una fuerza simbólica desde México hasta Nicaragua. “El aumento de la dedicación de este grano para etanol es fortísimo, empujado por los altos precios del petróleo”, destacó Alcaraz. En México se producen unas 22 millones de toneladas de maíz al año sobre una superficie de 7,5 millones de hectáreas, de las cuales viven unos 2,5 millones de productores de pequeña y mediana escala, y se importan 10 millones de toneladas.
El déficit de la balanza comercial agrícola mexicana se ubicó el año pasado en 2.500 millones de dólares, mientras que las compras agrícolas a Estados Unidos treparon hasta 18.400 millones.
La Ley de Promoción y Desarrollo de los Bioenergéticos de 2008 prohíbe que tierras aptas para cultivos alimenticios sean utilizadas para plantar vegetales destinados a la elaboración de agrocombustibles. El costo financiero anual de las importaciones mexicanas serviría para producir 700 mil toneladas de maíz. “Es necesario invertir en programas de productores que no han recibido apoyo en 30 años. Ese es el sector que podría beneficiarse con una inversión moderada. Se ha demostrado la factibilidad de esa expansión”, sugirió Alcaraz.
Acorde a las proyecciones, las materias primas a base de cultivos alimenticios continuarán dominando la producción de etanol y de biodiésel en la próxima década, como lo indican la falta de inversión para la investigación y desarrollo de biocombustibles avanzados, la magnitud de las inversiones necesarias y la falta de visibilidad de las políticas para los operadores. En la Unión Europea, se prevé que el uso de biodiésel aumente a su nivel más alto en 2019.
Desde Buenos Aires,
Inés Hayes
Qué son los biocombustibles y cuál es su impacto social
Los combustibles biológicos son obtenidos a partir de restos orgánicos. Entre los principales biocombustibles de primera generación se encuentran el bioetanol, el biodiésel y el biogás. La producción de etanol deriva de las biomasas de los cultivos energéticos de maíz, sorgo, yuca y caña de azúcar, entre otros; el biodiésel se produce a partir de las oleaginosas de la soya, aceite de palma, colza, y otras; y el biogás se obtiene a partir de residuos orgánicos mediante procesos de digestión anaerobia.
El biodiésel es un líquido que se obtiene a partir de lípidos naturales como aceites vegetales o grasas animales, con o sin uso previo, mediante procesos industriales de esterificación y transesterificación, y que se aplica en la preparación de sustitutos totales o parciales del petrodiésel o gasóleo obtenido del petróleo.
El aceite vegetal, cuyas propiedades para la impulsión de motores se conocen desde la invención del motor diésel, ya se destinaba a la combustión en motores de ciclo diésel convencionales o adaptados. A principios del siglo XXI, en el contexto de búsqueda de nuevas fuentes de energía renovables, se impulsó su desarrollo para su utilización en automóviles como combustible alternativo a los derivados del petróleo.
El impacto ambiental y las consecuencias sociales de su previsible producción y comercialización masiva generan un aumento de la deforestación de bosques nativos, la expansión indiscriminada de la frontera agrícola, el desplazamiento de cultivos alimentarios, la destrucción del ecosistema y la biodiversidad, y el desplazamiento y la desocupación de trabajadores rurales.