Uruguay y Estados Unidos: coexistencia sin sobresaltos
27 noviembre, 2017
category: EDICIONES IMPRESAS
Vaivenes de una relación desigual
En casi 13 años de gobierno frenteamplista, la relación con la Casa Blanca se mantuvo con buen entendimiento. Trump y los cambios de gobierno en la región abren nuevos interrogantes.
Contingentes militares del Pentágono se encuentran desplegados a lo ancho y largo del continente. Uno de los mecanismos más utilizados para lograr el ingreso a distintos países son los ejercicios o simulacros militares. Recientemente el gobierno peruano autorizó el ingreso de 3.500 marines estadounidenses con el pretexto de la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo y en noviembre el Comando Sur realizó por primera vez operaciones conjuntas con el ejército brasileño en el estratégico Amazonas.
Hasta 2015 se conocía la existencia de 50 bases estadounidenses en América Latina y el Caribe. En Suramérica es significativa la presencia militar de Estados Unidos en Colombia, justificada en su momento en el combate estatal a las guerrillas y el narcotráfico. Hoy ya es claro que uno de los objetivos principales de las bases colombianas del Pentágono es hostigar y amenazar a Venezuela, que sufre en la frontera penetración paramilitar, sabotajes y acciones terroristas.
Pese a tener el apoyo de varios gobiernos de la región, la política imperialista encuentra una fuerte resistencia popular en varios países y sufre la competencia cada vez más fuerte de China.
Tolerancia
El pueblo uruguayo, desde su movimiento popular, mantiene una postura mayoritariamente antimperialista y protagonizó importantes movilizaciones cuando Estados Unidos buscó instalar bases militares en su costa atlántica. Pese a no ser Uruguay un país poderoso, en el período de ascenso de las luchas populares en toda la región (décadas de 1960 y 1970) Washington entrenó represores, dictó la política de combate hacia la guerrilla urbana y la izquierda, financió programas y trabajó fuertemente en la penetración ideológica, con variedad de instrumentos.
Todo ello se matizó con fuertes intercambios comerciales, porque Estados Unidos es un gran consumidor de carnes uruguayas. Según el gobierno de turno hubo mayor o menor nivel de comercio bilateral y cantidad de acuerdos políticos. Por ejemplo, el último gobierno de derecha encabezado por Jorge Batlle (2000-2005), propugnaba el ingreso del país al Área de Libre Comercio para las Américas (Alca), enterrado en 2005 por la dinámica de integración suramericana.
Desde entonces, Uruguay ha diversificado el destino de sus exportaciones. En el período enero-septiembre de 2017 vendió productos a Estados Unidos por un monto total de 357,4 millones de dólares. Sustancialmente: carne, pescado, miel, cítricos, cueros y pieles curtidos, madera aserrada, prótesis, ortopedia, audífonos. Por otra parte, las inversiones estadounidenses en el país entre 2007-2015 (gobiernos frenteamplistas) treparon a 1.572 millones de dólares.
Una mirada más amplia al conjunto de la región muestra que en 2000 llegaron inversiones desde Estados Unidos por 95 mil millones de dólares –según reportes del Banco Mundial (BM)– y 16 años después la cifra trepó a 268 mil millones. Brasil y México son los dos países que reciben mayor inversión directa de Estados Unidos en la región: a Brasil llega el 58%, a México el 18%, Chile (9%), Argentina (8%) y Colombia (4%). Estos cinco países absorben más del 90% de la inversión total.
Encuentros presidenciales
Con el FA en el gobierno y transitando su tercer período las relaciones con Washington han sido cordiales, sin demasiados sobresaltos. La relación bilateral se mantuvo incluso durante la presidencia de José Mujica, que al igual que Tabaré Vázquez en su primera administración, se reunió con el presidente estadounidense.
El anuncio en territorio estadounidense de que Danilo Astori sería –desde 2005– el primer ministro de economía del Frente Amplio (FA), fue el punto de partida para un vínculo sin mayores problemas. Vázquez recibió durante su primer gobierno a George Bush y lo llevó a la hacienda presidencial en el departamento de Colonia. Durante su permanencia en el país se vivió un virtual copamiento, ya que la telefonía no funcionó y los servicios de inteligencia estadounidenses lo controlaron todo. El país estaba prácticamente intervenido. No obstante las presiones el movimiento sindical y cooperativo se movilizó en rechazo a lo que representaba Bush.
Años después Mujica estuvo con Barack Obama y le planteó el tema del bloqueo a Cuba y la política hacia la Isla, que Washington revertiría años después, aunque con pocos avances concretos.
Varios de los diversos acuerdos que tiene Uruguay con Estados Unidos fueron firmados en los últimos años. Dos de ellos, uno sobre comercio e inversión y otro de ciencia y tecnología, fueron suscriptos en la primera gestión de Tabaré Vázquez.
Washington hace hincapié, además de temas militares y de seguridad, en asuntos educativos para todos los niveles. Recientemente una delegación uruguaya firmó un acuerdo con Cisco Networking Academy para replicar las unidades de capacitación en polos tecnológicos de la Universidad Tecnológica de Uruguay (UTU) en todo el país. Así lo presentó el presidente de la Administración de Educación Pública, Wilson Netto.
En Uruguay, la gestión del ex presidente Obama tenía cierto nivel de aprobación según la encuesta regional de Latinobarómetro. En su primer año de gobierno (2009), los uruguayos valoraban al mandatario estadounidense con siete puntos en una escala de 10 Trump, en cambio, está próximo a terminar su primer año con 1,7 puntos.
Injerencia habitual
Estados Unidos suele intervenir en distintas áreas de cada país, como mínimo con la publicación de “recomendaciones” o informes sobre determinados temas, como el narcotráfico. Hace poco tiempo el Departamento de Estado calificó en el “nivel 2” al país, a propósito del delito de tráfico de personas. El Gobierno “no cumple totalmente” con las normas para combatir la trata, dijo.
Uruguay, señala el informe, es “origen, tránsito y destino de hombres, mujeres y niños sometidos a trabajo forzado y tráfico sexual. Mujeres uruguayas se ven obligadas a ejercer la prostitución en España, Italia, Argentina y Brasil”. El texto agrega, sin embargo, que el número de víctimas identificadas explotadas en el exterior ha disminuido en los últimos años y se detiene en otras situaciones como la explotación sexual de ciudadanas dominicanas y las vulneraciones de otros trabajadores extranjeros. “El gobierno de Uruguay no cumple totalmente con los estándares mínimos para la eliminación de la trata; sin embargo, está haciendo esfuerzos significativos para lograrlo”, evalúa el informe.
En la actual etapa, el imperialismo ve con preocupación la creciente presencia de China en la región y los proyectos de mayor independencia política y económica de muchos países.
Con el ascenso de Donald Trump a la Casa Blanca, varios analistas sostenían que Estados Unidos iba a rebajar sus relaciones con América Latina. Pero no sucedió. Sólo cambian algunas formas, movimientos, énfasis y sectores apuntalados. De todas maneras, los recursos estratégicos de esta parte del mundo, su diversidad y sus mercados son fundamentales para la economía estadounidense y su complejo militar-industrial.
El actual período de Donald Trump en la Casa Blanca, que amerita diversas lecturas, vuelve a las peores épocas: quiere un muro con México, expulsar latinos, agredir militarmente a Venezuela y revertir el giro de la política contra Cuba, entre otras cuestiones. En los gobiernos de Brasil, Colombia y Argentina hoy Washington encuentra aliados insustituibles, por lo que Uruguay quedó en un segundo plano, a diferencia de años anteriores.
Desde Montevideo,
Darío Rodríguez Techera
Falta investigación
Un informe del Instituto de Economía de la Facultad de Ciencias Económicas y Administración de la Universidad de la República de Uruguay de 2010 señala que “tan llamativa como la escasez de estudios que combinen aspectos económicos con intereses geopolíticos es la virtual ausencia –en una visión de largo plazo– de investigaciones sobre Estados Unidos. Ni el auge de las Conferencias Panamericanas, ni el peso de la Alianza para el Progreso, ni los procesos de integración latinoamericana –típicos de los años 1970, ni la influencia ejercida a través del FMI, ni el cambio al regionalismo abierto desde mitad de los ochenta, parecieron alterar significativamente estas tendencias generales”.