¿Y ahora, Chile? – Por Adrián Fernández
26 noviembre, 2021
category: CHILE, FORO DEBATE
Para el antropólogo Marc Augé, “Memoria” y “Olvido” son términos que, si bien se oponen, están relacionados uno con otro. Tan relacionados como “vida” y “muerte”, que son –dice- las menos simples de todas las palabras por ser las más próximas y las más opuestas que uno pueda concebir. “No es posible utilizar una palabra sin pensar en la otra”, sostiene. Por estos días Chile transita las aguas que el profesor francés previó: memoria y olvido, vida y muerte, son términos que colisionan, se asocian y se desunen hasta casi perder el sentido. ¿Acaso en Chile se impone el olvido? ¿Acaso vida y muerte hayan, en efecto, perdido el sentido colectivo?
Es altamente probable que ni el ganador de la primera vuelta ni el segundo, Antonio Kast y Gabriel Boric, representen a la mayoría de los millones de chilenas y chilenos que salieron a las calles a partir de octubre de 2019. Ninguno de los dos es anticapitalista ni viene de las entrañas bolivarianas de la Patria Grande. Fin de la coincidencia. No hay muchos más puntos en común entre el candidato progresista y el extremista de derecha.
Tal vez haya un apresuramiento teórico al pensar que toda rebelión social deviene en revolución de izquierda. Los fenómenos de la Venezuela rebelde (tras el Caracazo, en 1989) y de la Bolivia insurgente (tras la Guerra del Gas, en 2003) contrastan con las recientes rebeliones de Chile, Ecuador y Colombia, donde la derecha y la extrema derecha se hacen fuertes y hasta ganan elecciones con voto popular.
La amplia geografía de la izquierda –incluyendo especialmente los sectores chilenos que no fueron a votar en la primera vuelta- debiera revisar ya no los manuales sino el mundo que nos toca transitar. ¿Acaso hay dudas de que los actuales movimientos de extrema derecha continental surgieron del desencanto generalizado con la democracia burguesa? ¿Acaso alguien duda de que la democracia liberal se agotó y se fagocita así misma? Aun así, basta ver los paramilitares de Uribe y de Iván Duque, los comandos mafiosos de Bolsonaro y el sesgo autoritario de los carabineros de Chile, herencia del régimen que Kast reivindica, para entender el riesgo social que conlleva la idea de que “son lo mismo”.
Kast, zanjas y Plan Cóndor
Es evidente que Kast haría su “buen” gobierno tomando lo peor de los regímenes contemporáneos de extrema derecha. No es especulación, el candidato lo reafirma cada vez que puede, mientras cierta izquierda prefiere destruir al candidato rival del fascista. Aún con una mirada especulativa, a la luz de los héroes, heroínas y mártires de la rebelión popular, ¿de verdad alguien cree que de un régimen nazi emergerá la revolución de izquierda? ¿Alguien puede argumentar que es más sencillo imponer una salida socialista bajo un gobierno de extrema derecha? ¿Alguien vivirá para contarlo? Se sabe: la experiencia política ultraderechista de Brasil, Colombia y Ecuador no devino en revolución socialista y sí en más hambre, más muerte y más explotación a sus pueblos.
Entre sus principales medidas, Kast impulsa un mayor presupuesto para las fuerzas de seguridad y «zanjas para evitar la inmigración ilegal»; propone eliminar el derecho al aborto y una «Coordinación Internacional Anti Radicales de izquierda», eufemismo para dar forma a una reedición de las alianzas anticomunistas de las décadas de 1960 y 1970 y una reinvención del Plan Cóndor. «Nos coordinaremos con otros gobiernos latinoamericanos para identificar, detener y juzgar agitadores radicalizados», explicita.
También reafirmó militarizar el sur del país contra “la violencia y el terrorismo en la Araucanía» (el territorio mapuche). Promete acabar con el «falso pretexto de la causa indigenista» estableciendo el Estado de Emergencia en esa región y el envío de Fuerzas Militares (algo similar a lo que dispuso el saliente Piñera).
Kast promete flexibilización laboral y drástico ajuste del gasto público que implica la eliminación de 12 de los 24 ministerios que existen en el país, entre ellos el de Mujeres y Equidad de Género. De hecho, el extremista denuncia la existencia actual de los «mal llamados enfoques de género» y reniega de las causas indígenas. Contra ellos –propone- existe «la defensa y promoción de los derechos inalienables que Dios nos entregó» con «valores y educación cívica, religiosa y sexual».
En materia de educación, propone terminar con «el engaño de la gratuidad»; impulsa la materia de Religión en escuelas públicas y propone que el capital actué en los hospitales públicos, con infraestructura hospitalaria financiada por el Estado y gestión privada.
Tampoco parece ser un hecho aislado que funcionarios del gobierno de Piñera –como la subsecretaria de Salud Pública, Paula Daza- se hayan incorporado a las filas de Kast para reforzar esta etapa de la campaña. A medida que avanzan los días, la percepción es más clara: el saliente gobierno pone el aparato del Estado para fortalecer la campaña del actual diputado pinochetista.
Boric y “el modelo chileno”
El candidato progresista no promete la revolución. Ofrece (apenas) dejar atrás algunos asuntos de lo que se conoció como «el modelo chileno», idolatrado por la derecha continental, y avanzar en una agenda progresista y de derechos, muchos de los cuales estaban en las demandas de quienes participaron de la rebelión de 2019. Prometió, entre otras cosas, terminar con el actual sistema jubilatorio (las Administradoras de Fondos de Pensión, AFP), heredado de la dictadura.
Además Boric se comprometió a apoyar la Convención Constitucional que redacta una nueva Carta Magna (la misma que haría estallar por los aires el extremista Kast).
El exdirigente estudiantil plantea fortalecer el rol del Estado; propone “una pensión mínima de 250.000 pesos (320 dólares) para todos los hombres y mujeres mayores de 65 años, incluyendo a los actuales jubilados». También promete reducción de jornada laboral a 40 horas, incremento progresivo del salario mínimo hasta 500.000 pesos (620 dólares) al final de su Gobierno y «apoyo integral a las pymes y cooperativas para ampliar mercado y expandir sus emprendimientos de forma sostenible».
Promueve terminar con la idea pinochetista del sistema educativo, regido por el incentivo monetario. Propone ampliar el beneficio de la gratuidad y sacar a la banca del sistema, además de condonar millonarias deudas que tienen las familias por intentar garantizar la educación de sus hijas e hijos. En cuando a la salud, plantea «terminar con una salud dividida entre los más sanos y los pacientes más enfermos, o los pobres y los ricos». Promete un fortalecimiento de la red pública y de los actores privados, bajo reglas públicas.
Boric se muestra en desacuerdo con la militarización del wallmapu (territorio mapuche) y promueve separar el tratamiento institucional entre quienes cometen delitos en el sur del país de las justas reivindicaciones de ese pueblo.
Olvido y deber de recordar
Aún así y pese a lo dicho, la inminente segunda vuelta en Chile no parece ser únicamente un asunto de izquierdas, progresismo y derechas extremas. Tal vez haya, además, un asunto generacional que atender.
Gabriel Boric tenía cuatro años cuando acabó la dictadura de Pinochet y fue hijo del proceso político liderado por la Concertación. Su padre croata militó en la Democracia Cristiana pero él inició su camino simpatizando con el Socialismo; luego militando en la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile y en partidos progresistas disgustados con la Concertación. Su actual alianza Apruebo Dignidad, está conformada por el Frente Amplio y el Partido Comunista.
Antonio Kast es hijo de un alemán combatiente del ejército nazi; nació en Chile en 1966 y creció con la dictadura de Pinochet, de la cual su hermano fue presidente del Banco Central y ministro. Fue, desde el lado opresor, contemporáneo a una generación chilena y latinoamericana diezmada por el horror de un régimen que hoy reivindica con frialdad.
Entre el 53% de los 15 millones de chilenas y chilenos que no fueron a votar en primera vuelta hay cientos de miles de jóvenes. Y entre la generación de Boric y la de Kast asoman las víctimas de Pinochet y del Plan Cóndor, que treinta años después ven apesadumbrados el escenario electoral. Marc Augé quita a las víctimas “el deber de recordar”. Se trata –dice- de generaciones que, sin ciertas formas de olvido, no podrían vivir normalmente. “Su deber ha sido poder sobrevivir a la memoria, escapar de la presencia constante de una experiencia incomunicable”, señala. En cambio “el deber de la memoria corresponde a las generaciones posteriores, a los descendientes” del horror, a través de “el recuerdo y la vigilancia, que es la actualización del recuerdo, el esfuerzo por imaginar en el presente lo que podría semejarse al pasado”.
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