Conducta cívica en Venezuela en la peor crisis de la historia
(Foto: Érika Ortega Sanoja – @ErikaOSanoja)
La enorme mayoría de los venezolanos entra este lunes en el cuarto día sin energía eléctrica. Las horas que transcurrieron desde el primer apagón del jueves hasta el momento en que escribimos este artículo (madrugada de lunes) se agravaron con nuevos sabotajes y vuelven más grave la situación.
Algunos barrios de algunas ciudades recuperan paulatinamente la energía pero muchas regiones del país están en situación crítica. En las zonas donde no hay energía eléctrica tampoco hay agua potable ni agua para el aseo personal o del hogar.
Cientos de miles de ciudadanos están sin agua y sin alimentos, sin combustible y sin dinero en efectivo. Las principales ciudades muestran a la luz del día a ciudadanos que caminan en busca de insumos básicos.
El sistema bancario está caído y por lo tanto no hay dinero en efectivo. Muy pocos pobladores disponen de dinero para hacer las transacciones cotidianas y, con la señal de Internet caída, el pago de transacciones por sistema electrónico es un desafío difícil de sortear.
Las estaciones de servicio están mayormente inactivas. Este domingo en la zona central de Caracas habían apenas cinco abiertas y las colas de vehículos, extensas y extenuantes, demandaban más de una hora para colocar gasolina.
El impacto de este atentado en la salud de la población es alto y extremadamente peligroso. Y los costos para la economía venezolana son inmensurables. Daños en las familias, en los comercios, a la industria.
La confianza en la recuperación del servicio experimentada entre viernes y sábado sufrió nuevos golpes toda vez que el sistema reparado volvía a ser afectado.
El Gobierno del presidente Nicolás Maduro puso en marcha un operativo de abastecimiento de alimentos y agua potable para atenuar las necesidades más urgentes pero es una incógnita el tiempo que demandará desplegarlo, condicionado por la situación general.
Pero hay que poner las cosas en sus términos más descarnados: la peor crisis en toda la historia del país es una situación de guerra ya iniciada por Estados Unidos y por la extrema derecha venezolana. Ni el sistema energético más precario del planeta podría haber devenido en apagones de semejante magnitud.
Si las acciones violentas en las calles durante los últimos años con decenas de muertos fueron un desafío para el pueblo venezolano, este escenario de guerra es más determinante aún. Nunca antes la paz de Venezuela estuvo en manos de los propios venezolanos como lo está en estas horas.
La oscuridad, las sombras, los miedos y la desesperante situación de no tener alimentos ni agua es la mayor bomba de tiempo que se pueda activar sobre un país.
Pero la población venezolana -en su inmensa mayoría- se ha mostrado hasta estas horas en actitud cívica, heroica y de resistencia.
Es innegable que los niveles de desesperación aumentan en aquellas zonas donde no se restableció el servicio eléctrico. Pero la desazón y el desencanto no son para la mayoría de los venezolanos razones suficientes para cruzar la línea roja que Estados Unidos y la extrema derecha local desean con fruición.
Es un buen síntoma para la paz que no haya habido convulsión en las oscuras noches venezolanas. La actitud de las mayorías es, en este sentido, ejemplar.
Pero sobre todo es elocuente respecto de la actitud ideológica y política del pueblo, sufrido pero consciente de la gravedad de la situación y del contexto en que se produce.
Estados Unidos inició una nueva fase de la guerra pero el líder golpista Juan Guaido, que celebra el apagón y pide a gritos una intervención militar extranjera, es menos líder cada día.
La estrategia no es sólo quitar el servicio de luz, agua y alimentos sino generar violencia en las calles. El choque entre grupos civiles y la acción represiva de las fuerzas bolivarianas es el fusible que pondría en marcha la fase final.
Mientras la desesperación y desencanto de los venezolanos no devenga en violencia, el terrorista Guaido no logrará satisfacer los planes de Washington y estará en deuda con quienes trazaron el plan más siniestro de la historia del país.
(Adrián Fernández, América XXI)
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