El fascismo espera a Lula más allá de lo que diga Bolsonaro
Por Adrián Fernández
Jair Bolsonaro allanó el camino al fascismo y al nazismo, pero ya no lo controla. Los grupos alimentados a la sombras de los cuatro años del actual presidente muestran vida propia y esta situación amerita una lectura que trasciende al mandatario.
Una cosa es el «bolsonarismo» y otra son las organizaciones de extrema derecha que adhieren. En todo caso, del primer grupo se alimentarán los segundos luego de que el presidente deje de comandar el Poder Ejecutivo.
Bolsonaro pidió este miércoles a sus seguidores que «desbloqueen las rutas”, al argumentar que esa medida “no forma parte de estas manifestaciones legítimas”. Pero un día antes, las legitimó.
La imágen en las que pide a los extremistas desbloquear los caminos son poco creíbles. Bolsonaro no muestra intenciones de apaciguar el caos. Pero, si acaso tuviera esa voluntad, ya no dependería exclusivamente de él comandar al grupo.
Los activistas de la ultraderecha que reclamaron frente a cuarteles del Ejército en todo el país, con amplia presencia en San Pablo y Río de Janeiro, un golpe de estado militar, lo hacen en nombre de Bolsonaro, un cadáver político que sólo tiene un liderazgo futuro desde las sombras.
Los extremistas desconocen al presidente electo el domingo, Luiz Inácio Lula da Silva, en un movimiento que se sumó al iniciado el lunes por ruralistas y camioneros en más de 100 rutas. Según la Policía Caminera Federal, 156 puntos de cortes de ruta se registraban en 17 estados.
Reclamar en la puerta de los principales regimientos del Ejército y el saludo nazi de varios centenares de personas nos remitió, sin adentrarnos enla historia, al golpe de Estado contra Evo Morales en Bolivia. La violencia y el amedrentamiento les cae bien a los golpistas.
El líder del bloque oficialista en el Senado, el bolsonarista Carlos Portinho, avisó: «Lula no ha dicho nada sobre lo que está ocurriendo; esto demuestra que tendrá una situación de oposición parecida a la que tuvo Dilma Rousseff».
La prueba de que los grupos de extrema derecha ya no responden al bolsonarismo -aunque sostienen una clara alianza- es la represión que llevaron adelante las policías de tres estados gobernados por aliados al mandatario.
El Supremo Tribunal Federal (STF, corte suprema) autorizó a los gobernadores a reprimir con las policías provinciales y así sucedió en Minas Gerais, Rio de Janeiro y San Pablo.
En San Pablo la tropa de choque arrojó gases lacrimógenos en la autopista Castelo Branco, una de las más importantes de la región.
Pero el más impactante movimiento de la extrema derecha no fue reprimido: se produjo frente a los cuarteles de todo el país, sobre todo en San Pablo y Río de Janeiro, para reclamar a los jefes militares un golpe de Estado.
Los manifestantes argumentan que fueron habilitados el martes por Bolsonaro durante un discurso en el que dijo sin decir, dos días después de haber sido derrotado.
Los extremistas sostienen que mantienen activos más de 220.000 grupos de WhatsApp y Telegram y que tienen apoyo del bolsonarismo para avanzar en sus reclamos. Pero también se muestras autónomos.
«Venimos a pedirle al Ejército que haga una intervención federal en las instituciones de Brasilia, en la justicia electoral, que se vote nuevamente porque hubo fraude», señalan.
Los manifestantes repetían las noticias falsas que les llegaban a su celular, como que era inminente una decisión del jefe del Ejército para detener al presidente de Tribunal Supremo Electoral (TSE), Alexandre de Moraes.
La consigna de los golpistas fue similar a la utilizada por Bolsonaro en la campaña: patria, familia, propiedad y libertad. Y esgrimen que Lula no puede asumir porque fue condenado, otra fake news.
Aunque el Superior Tribunal Federal anuló las causas contra Lula por las que fue condenado, sus 580 días en la cárcel y su proscripción alcanzan para insistir con que el presidente electo es ladrón y corrupto.
La anarquía que se observó este miércoles permitió, entre otras cosas, que miembros de las hinchadas de los clubes de fútbol Corinthians, Atlético Mineiro, Cruzeiro, Coritiba, Palmeiras, Vasco da Gama y Fortaleza despejaran con sus propias manos las rutas.
Desde el Gobierno, algunos salientes marcan diferencias. El ministro de Justicia, Anderson Torres, pidió que las protestas sean «pacíficas» y permitan el tránsito de las personas mientras que el vicepresidente y senador electo Hamilton Mourao reclamó «dejar de llorar» y dejar de denunciar fraude.
Así como el bolsonarismo se desarticula, se atomiza ante la retirada del Gobierno, el actual presidente parece dejar de ser útil para los grupos nazis y fascistas que él alimentó.
No es la primera vez que esto sucede. En marzo de 2020, Bolsonaro llamó a sus seguidores a ocupar el Congreso y el Tribunal de Justicia. Luego, se retractó y los grupos de choque lo tomaron como un gesto de tibieza del mandatario.
En esos meses, la extrema derecha promovió una movilización para el 15 de marzo que acabaría en un autogolpe de Estado con el cierre de las instituciones legislativas y del poder judicial.
En febrero de aquel año, Bolsonaro utilizó grupos de Whatsapp para enviar mensajes masivos a sus seguidores con claras intenciones contra del Congreso y el Poder Judicial, pero luego, presionado internamente, se frenó.
Luego, en septiembre de 2021 Bolsonaro impulsó un autogolpe pero un sector de su gobierno y los militares dieron la espalda a este intento y reivindicaron la “institucionalidad”.
De allí emergió una nueva alianza que, sin romper con la ideología neo fascistas del mandatario, prefiere mostrarse como la “derecha buena”, algo así como el bolsonarismo sin Bolsonaro.
Por estas horas y días, está en juego determinar los verdareros alcances del Clan Bolsonaro y su liderazgo en grupos que, desde hace tiempo, tienen vida propia.
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