Duque habla de Venezuela pero no habla de Colombia
Envuelto en sus peores crisis, el presidente colombiano recibió al golpista venezolano (Por Adrián Fernández).
Ni la crisis económica, ni los asesinatos casi diarios de líderes sociales ni la escuálida respuesta del Estado a las grandes demandas sociales, ni la huelga general, ni los bombardeos contra inocentes ni las chuzadas (espionajes ilegales) ocupan la agenda del Gobierno de Colombia como la ocupa la situación en Venezuela.
Basta un ejemplo, para no historiar demasiado. El viernes de la semana pasada, un grupo armado asesinó a plena luz del día a cinco personas en la localidad de El Guaimaro de Tarazá, departamento de Antioquia. Las víctimas trabajaban en los programas de sustición de cultivos ilícitos.
La población de la zona llamada del Bajo Cauca está tan asustada que se producen desplazamientos masivos por temor a ser víctimas de ataques similares a los del viernes.
El presidente Iván Duque estuvo este fin de semana en Atioquia pero dijo que no hablaría del tema, ya que sólo viajó para hablar de los pensionados.
«Déjemelo ahí el tema de los pensionados, que es lo que hoy queríamos hablar», le dijo a los periodistas que lo esperaron para hablar de la masacre.
El Gobierno prometió que esta semana que comienza deliberará en Antioquia sobre la violencia y luego anunciará medidas para hacerle frente. Duque llegó hace un año y medio a la presidencia de Colombia y nunca anunció un plan sistemático pese al incremento de homicidios de líderes sociales.
Pero la agenda de Duque es otra. Escapa no sólo a las declaraciones públicas sobre los temas más graves que debe resolver su gestión sino que también huye de la adopción de medidas de fondo.
No hay anuncios profundos y de raíz para las extensas protestas sociales, ni para el estancamiento económico y mucho menos para atender los asesinatos impunes. Pero Venezuela, para Duque, es un desvelo.
Lejos de contribuir a una salida pacífica del país vecino, el presidente se mantiene firme en su propósito de provocar al Gobierno de Nicolás Maduro negando la existencia de paramilitares colombianos en territorio venezolano y recibiendo al líder golpista Juan Guaidó como si fuera un jefe de Estado.
Para ser recibido por Duque, Guaidó consiguió sortear las prohibiciones para salir de Venezuela, dictadas por la Justicia de su país por llamar a un golpe militar y por manejo de fondos no declarados de empresas venezolanas en Estados Unidos.
Ambos se preocuparon por difundir las fotos que los muestran en posición de trabajo, listos para llevar «la democracia a Venezuela», desde un país como Colombia, donde cientos de miles de mujeres y hombres piden por sus derechos más básicos como por ejemplo no ser asesinados por los paramilitares ni por las fuerzas de seguridad.
Pero hay más: Guaidó acudió a Bogotá a un foro sobre terrorismo. Sí, el mismo Guaidó que hace un año se paró frente a un cuartel militar a esperar a militares para dar el golpe contra Maduro.
Es el mismo que, por esos días, se fotografió con paramilitares y narcotraficantes en la frontera, que le facilitaron la entrada a territorio colombiano para ser recibido por Duque en las jornadas de «ayuda humanitaria».
A instancias de Duque, Guaidó tendrá en Bogotá una reunión con el secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, otra súper estrella invitada a hablar de terrorismo.
Sin ir más atrás en el tiempo, el Gobierno de Pompeo protagonizó el más claro ejemplo del terrorismo de Estado al asesinar recientemente a un alto jefe militar de un país soberano y puso al mundo al borde de otra guerra.
El presidente de Colombia informó en la red social Twitter que con Guaidó mantuvieron una «muy productiva reunión de trabajo».
«Compartimos avances en atención a migrantes radicados en Colombia y resaltamos la importancia de restablecer la democracia en el vecino país» explicó.
Es de esperar que, si Duque y su vecino prófugo de la justicia, logran «restablecer la democracia en Venezuela», el mandatario colombiano tome nota y aplique fórmulas similares en su país.
Más allá de la ironía, se trata de satisfacer el reclamo de cientos de miles de colombianas y colombianos que piden democracia y un estado de bienestar a una élite que parece enroscada en su propio cuerpo.
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