El tiempo de rechazar el fascismo se acaba – Por Adrián Fernández
31 octubre, 2018
category: FORO DEBATE
Si la Teoría Bolsonaro se erige como emergente de la putrefacción de la política tradicional, capaz de meter “mano dura a la delincuencia”, dejar que “los corruptos mueran en la cárcel”, acabar con las instituciones “cómplices”, acallar las protestas y “poner orden” en las calles, eliminar los subsidios sociales y achicar al “Estado ineficiente”, pues deberíamos estar más que preocupados en América Latina.
Varios hechos demuestran que Bolsonaro tiene no pocos adherentes en nuestros países. Por caso en Argentina –desde donde se escribe esta columna- es más común de lo que era hasta hace un tiempo escuchar sectores de la sociedad reivindicar posiciones neofascistas como forma de salir de “la crisis”, de la corrupción, de la delincuencia urbana y de la cómoda idea de que “todos los políticos son iguales”.
Los sondeos entre cierta clase media y media baja comienzan a alumbrar de manera incipiente este diagnóstico. Son expresiones de carne y hueso que se observan en ámbitos de trabajo, en las calles, en reuniones de familias o amigos y en cualquier otro ámbito público. Este debate –no masivo pero objetivamente en franco crecimiento- tiene como contexto la devastadora situación económica, los entramados de corrupción, la violencia urbana, la estigmatización de pobres y extranjeros y la ausencia de debate político.
Mauricio Macri no sólo generó entre sus votantes desencanto en materia económica sino también entre un grupo que le pedía “mano dura” a la delincuencia, a quienes cortan calles y a los extranjeros (entiéndase de países vecinos). También a ellos les falló Macri, no por inacción (basta mencionar el rol de las fuerzas de seguridad en las muertes de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel, el encarcelamiento sin condena a Milagro Sala y represión a protestas sociales, entre otras acciones) sino porque para las expresiones más reaccionarias son insuficientes.
¿Hay en Argentina exponentes públicos de estas expresiones neofascistas? Sí, las hay. Una de ellas es Alfredo Olmedo, diputado nacional por la provincia de Salta. Acaba de lanzar una propuesta política que incluye Baby Etchecopar, uno de los varios “comunicadores” que a diario siembran sus propias evidencias para ser condenados por apología de racismo, xenofobia, femicidio y autoritarismo (todas figuras tipificadas en las leyes argentinas). En el mismo rubro se podrían anotar Eduardo Feimann (otro “comunicador”) y al economista Javier Milei, por nombrar a los más mediáticos.
Olmedo propone a Etchecopar para convertirse en “los Bolsonaro de Argentina”. Más allá de la rentabilidad mediática que persigue semejante apreciación, conviene detenerse en la magnitud del asunto. «Ambos somos cristiano-evangélicos, que tenemos a Dios como único líder”, dice Olmedo. Ratifica que está “en contra de la identidad de género» (que en Argentina es Ley desde hace seis años), define a la homosexualidad como «la desviación de lo que creó Dios” y pone a la mujer en un rol secundario dispuesta a tolerar las “fiestas” del legislador.
Para el también empresario sojero Olmedo –y aquellos que piensan como él- quienes reclaman en las calles son personas a las que no les gusta trabajar y diagnostica que “treinta años de democracia hicieron una fábrica de pobres» en Argentina. No hay noticias de que sus declaraciones hayan sido repudiadas por sus pares del Congreso u otras instituciones del Estado argentino. No es intención de esta columna adivinar si este discurso retrógrado logrará masificarse, pero sí es necesario advertir que esto hoy sucede en Argentina con legisladores, comunicadores y medios de prensa.
A propósito, corresponde mencionar también a medios como Clarín y La Nación que abonan con mayor o menor sutileza esta sintonía entre fascismo y mercados justificando acciones represivas contra militantes de izquierda o de sectores populares o contra inmigrantes. El caso de los dos venezolanos detenidos –junto con un paraguayo y un turco- en oportunidad de la reciente movilización contra el Presupuesto 2019 encaja perfecto en esa lógica: políticos y panelistas de televisión instalaron un discurso xenófobo aumentado porque se vinculaba a los venezolanos con los servicios de inteligencia del chavismo. Cuando ellos mismos se reconocieron como antichavistas y partidarios de las protestas contra el presidente Nicolás Maduro nadie más habló de ellos.
Algunos porque adhieren, otros por temor a ser tildados como autoritarios, otros por rédito electoral, lo cierto es que amplios sectores de la sociedad se muestran incapaces de condenar semejantes posiciones. Más lejos aún están de discernir entre el debate de ideas y la apología fascista. La eliminación teórica o fáctica de las minorías son naturalizadas o, en el mejor de los casos, no debidamente repudiados. Hasta con cierta gracia algunas frases se viralizan en las redes aún entre los adolescentes.
La alarma está encendida y la urgencia es hoy. La dinámica con la que suceden los hechos no deja de sorprender. Hace un año, las primeras encuestas electorales en Brasil le daban a Bolsonaro menos del 15% de la intención de voto. Buen ejemplo de la velocidad de los acontecimientos en este polvorín.